La veo cruzar la esquina,
empuñando sus llaves
mientras duermo.
En mi alcoba,
mi nariz se encanina por el rojo retazo
de un pedazo de falda que le arranqué,
mi cajón es como una chimenea asando un hueso.
Al despertarme aspiraba el aroma
del amor inexistente de aquella prenda
con precavidos pasos, sin medias.
Prendía un cigarro después de la leche con cereal
e inconscientemente le agregaba fresas
y me mordía los labios.
Al acostarme,
la veo una vez más
y me saco el pantalón.
Descubro que inventando preces
las lágrimas pueden caer hacia arriba hasta desaparecer
en unas lágrimas que no tienen peso.
miércoles, 13 de agosto de 2008
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