miércoles, 31 de diciembre de 2008

Vidrio entre las piernas




Aquella noche el silencio convivió con los gritos,
los golpes y las lágrimas terminaron sobre mi cuerpo;
incluso él.


En mis rincones, el desorden, el daño,
se hacían perpetuos,
estas cicatrices infernales,
estas pústulas vacías ocuparían mi pasado y mi futuro.


Aquella noche el dolor se ramificó,
las astillas se incrustaron en mi orgullo,
sentí que perdí todo lo obtenido, cualquier goce o triunfo.
Comencé a sangrar,
como nunca antes lo había hecho,
de los labios, de las cejas, de las evasiones, del miedo.


Cada movimiento suyo, cada sucia palabra,
era veneno solidificándose en las articulaciones,
en las extremidades y en su contraste.
Él seguía lastimando mi rostro con su puño
y mis entrañas con su amargura.


Mi alma se manchaba carnalmente.


Él llegó estrepitosamente,
forcejeó mi ropa con sus manos duras,
desgarróme entera
como si mi historia o mi pasado
hubiesen sido causa de su, hasta ahora, neutralidad.


Mientras lloraba le deseaba la muerte.
La peor y la más justa de las muertes.


Ha deshecho mi vida
y aun así, me ha lanzado del asiento trasero de su taxi;
apenas puedo moverme,
no sé dónde estoy y qué demonios haré.


Pienso en hospitales,
en mi madre
y en el pequeño que cargaré...


Las heridas descansan físicamente.


No lloraré muertes ni lloraré vidas,
lloraré personas;
pero lo que jamás haré
será dejarme vencer por una porquería.
He sido humillada y me levantaré,
he sido tirada y me recogeré,
el dolor me tiene ahora completa
pero la esperanza permanece parcial.


Espero...




Oscar E. Donayre Gonzales
Lima 09 de enero de 2008

lunes, 29 de diciembre de 2008

"Como ayer"


A la que oí susurrar
que era como el vino.

Nos hemos merecido a veces.

Y solo entonces olvidaste los presentimientos.

Hoy has dejado una despreciable paz,
una tranquilidad tal que solo el desastre calma.


Los a veces no duran
como nunca entre los dos,
mas siempre anduviste sin ataduras,
mi desconsuelo, especialista en absorción,
de tu figura hizo una abstracción segura;
quizá más que para siempre,
quizá ahora más que nunca,
no lo sé.

¿Podremos despertarnos acaso
sin sentir el latido deudor?
Es más probable que solo sea yo;
pero si eres tú,
exigiré un jamás como promesa,
un beso como resignación.

Veo tan frecuentes nuestros a veces,
que hasta parpadean;
es una rutina frágil y viciosa.

A veces nos hemos merecido.

Y en este conflicto de vernos
la sangre se ha extendido hasta las pupilas,
potente y excesiva,
a traspasado mi control como quien juega con una burbuja,
tu medida es de palmas abiertas,
lastima pero es usual.

Y hay ocasiones en las cuales
nos merecemos los a veces,
ocasiones que dudan,
ocasiones que apasionan las miradas.

En esta y en las otras, siempre fuiste tú.


Oscar E. Donaye Gonzales
Lima, 29 de Diciembre de 2008

domingo, 21 de diciembre de 2008

"Vacío con vacío"


A veces vivo de recuerdos
y a veces suelo invitar al sueño,
a veces se mezclan ambas cosas
y de esa manera me logro abrigar.

Recuerdo la agilidad de mi mente y las acciones de mi cuerpo,
hoy son anécdotas,
experiencia;
historia.
La vida mía no es la de antaño,
todo parece tan triste, perdido,
lejano y prometido;
el cuerpo se siente como una carga,
el alma se inflama
y los que de mi pecho bebieron
ya no recuerdan a esta, aun hoy, anciana abnegada.

Los años me han arrebatado la resistencia,
me han sometido a tantas preguntas que las respuestas son como un ganapierde,
el alba es suero y el despertar es una hoja menos de la margarita.
Mis nietos son como un resplandor,
sucinto, en el corazón.
Así como ellos, yo solía visitar a mi nana
cuando mis padres debían hacerlo,
hoy le llevo por mí, flores más seguido al cementerio,
entendiendo este pellejo
y lo que sintió ella al esperar mi regreso.
Y son las arrugas del alma las que adelgazan los resplandores,
cada mañana de la vejez es solo una línea más para la oscuridad.


Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, 22 de diciembre de 2008

lunes, 8 de diciembre de 2008

Perú campeón


Creo que, en lo que uno escribe, hay siempre dos pulsiones, una de vida y otra de muerte, para usar la jerga psicoanalítica. Hay una parte de afirmación de uno y una contraparte de negación de los otros. El alma creadora no puede vivir solamente en el ataque o solamente en la defensa. En el vértigo del vaivén continuo entre el campo de batalla nuestro y el campo enemigo, se hacen los sentimientos importantes, aquellos que, cuando encuentran la genialidad artística, se perennizan y son parteros de las obras inmortales.


La burguesía, una clase decadente, sin élan, una clase inanimada, se estableció, luego de su fugaz éxito y apogeo en el siglo XIX (modernista y liberal), en el puerto seguro de la inacción, de la ausencia de movimiento, de la proximidad a la nada. Al modernismo charlatán y romántico, siguió el postmodernismo, nihilista, decadentista, frívolo, síntoma de la irreversible enfermedad mortal del capitalismo y de sus fautores, convertidos ya en apóstatas del progreso.


Comencé a escribir, por una parte, negando a ese funesto imperio del nihilismo postmoderno. Nunca me pareció demasiado casual una literatura burra, silenciosa y apolítica en un país que pasaba por la dictadura fujimontesinista. Desmenuzar alegremente los libros de Kundera, glosar a los existencialistas ligeros y lejanos, mientras el Perú se movía al son nefando del ritmo del Chino, Montesinos y Bari Hermoza Ríos. Contra eso, reaccioné naturalmente, con la naturalidad y necesidad de quien respira.


Por otra parte, llegué al materialismo. No podría estar solamente negando, pues era necesario también afirmar. En el materialismo dialéctico, encontré respuestas que la anquilosada escolástica moderna no me iba a dar. Mi reacción contra los nihilistas hubiera derivado también, seguramente, en un espasmo infértil, en una contracción femenil de espanto, no fuese la solidez de las ideas que, poco a poco, fui comenzando a conocer. Valgan las palabras de Bernard Shaw, "Marx hizo de mí un hombre".


Finalmente, diré que es justo no ser materialista. No dudo que alguien, sinceramente, no comparta el materialismo dialéctico e histórico. Desconfiaré siempre, sin embargo, de aquellos que, so pretexto de la libertad del artista, dan las espaldas a la realidad, negándola o suponiéndose superiores y anteriores a ésta.


José Vargas Bazán

Rio de Janeiro, diciembre de 2008.

martes, 25 de noviembre de 2008

Sin título

A los nuevos apósitos
que algún día
servirán.

Injusta distancia,
inmóvil permaneces
sobre el eje de la constante sentencia.
Cubierta y doliente
femenina y correcta,
no permites contemplar tus areolas reposando
como leonas
ni tus piernas vestidas de violento tulipán.

Percibo tu fragancia donde se olvidan las horas
y se recuerdan las oscilaciones,
donde renacen y son alejadas las ramificaciones del cuerpo
del núcleo solícito para saborear los corazones.

Y busco tus ojos; pero lejos de casa están.
Y me aferro a este cuerpo reciente,
custodiado por recuerdos,
y me intensifico pretendiendo no sentir la memoria
pero la libertad me aprisiona en esta condición orgánica sub-siguiente.

Es la ausencia dispersada en dos cuerpos,
es un intento de olvido público.
La tempestad de temas humedecen tu corola sureña
y así mismo, los ojos míos... y no es por tu silueta, menos por tus pechos;
es porque mi alma no obtiene respuesta...
es porque mi futuro no tiene consuelo...



Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, 25 de noviembre de 2008

sábado, 22 de noviembre de 2008

"De y de"




















Oscar E. Donayre Gonzales
Lima,22 de noviembre de 2008

"La cajita de madera"



Cerca; en Barranco,
entre el viento de invierno y las arenas de verano,
camina la niña al lado del mar.
SOStiene una cajita de madera
con golosinas que no puede probar;
deja un sendero mudo y huellas de angustia;
los pies que se refrescan con la espuma
al contacto con otras pequeñas pisadas
constantemente están
y sin embargo, no puede jugar como niña,
solo como adulta.


Se escucha su voz fina ofreciendo galletas y gaseosas
y se le ve sonriéndole a las olas,
acariciando a la más delgada de ellas cuando le llega a remojar,
ligeramente,
sus delicadas uñas.



Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, 22 de noviembre de 2008

viernes, 21 de noviembre de 2008

Don Romulito


Nunca tuve la oportunidad de conversar con Don Romulito. Además, creo que hubiese sido imposible mantener un diálogo, teniendo el viejito serios problemas de audición y siendo hombre de pocas palabras. Nunca sabré qué sentía cuando oía:

-¿Quién estaba tocando la puerta, María?
-No, señora, no era nadie. Era el viejito de las losetas.

Desde joven, trabajó colocando mayólicas. Hacía esto con perfección. Así, lo conocí. Muchas veces, le quedaban debiendo el dinero del trabajo, y tenía que ir a las casas para cobrar hasta que le pagasen. A veces, le faltaba la plata para pasajes y no era raro para él caminar varios kilómetros para oír que "no era nadie", que era él nada más. Quizá haya dicho en reflexión tácita: "Tiene razón, no soy nadie, sólo un anciano de ochenta y cinco años con un cáncer en la próstata, un viejo pobre que quiere su dinero ahora para la comida de mañana". Kilómetros más y a dormir, cansado.

Hace poco tiempo, murió. Murió sin dramas ni penas, dejándole a la tía Gaudencia una pensión de 300 soles y ningún hijo. Murió con el temple con que el hombre materialista dejaría una oficina de la Reniec al ser informado de que faltaba un dato para su D.N.I.. Murió corvado, con pocos dientes y con menos soles en el bolsillo. Decidí escribirle estas líneas luego de que algún postmoderno un poco ajeno a las cosas me dijera que Salvador Dalí era un pintor conmovente.

Es que Don Romulito, además de colocar losetas y mayólicas, también fue albañil, llenador de techo y pintor.

José Vargas Bazán

Rio, 2006.

jueves, 20 de noviembre de 2008

"Libertad; pero yo no sé"

Auto-dedicación.


A veces me pregunto cuándo somos libres,
cuándo verdaderamente sentimos ese aire refrescante en los pulmones,
ese sutil cantar en el alma.

A veces extraño la molienda en el cielo,
cuando las nubes resaltaban del escenario celeste,
mientras me tomabas de la mano;
llegando los algodones en pequeñas cantidades
parecían soñar nuestras confidencias.

Y suelo determinar que la libertad más dulce
es la prisión de sus piernas,
de ese regazo dormido que guarda las tardes,
de aquellas manos que acarician la cabeza
haciendo de la distancia, una amante incesante.

A veces aquieto mis suspiros en la escalinata de Barranco,
respirando visuales antigüedades,
tocando las memorias con sed consonante
e intento olvidar mientras sonríen las novedades;
pero volteando me explico,
que no tendré respuesta que me calme.

Nada de pulquérrimo tiene mi afán de querer enamorarme,
siento que estoy prostituyendo mis pústulas.
Cada profilaxis que intento me atrae más enfermedades.

En realidad, nadie nació para ser libre,
basta que haya otro ser más como tú
para ser prisionero.

Lo más sano y sincero sería encontrar
una buena prisionera
o una buena ama de llaves.


Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, 20 de noviembre de 2008

martes, 18 de noviembre de 2008

"La reina en su lugar"


Diferenciada por sus pasillos estrechos y acogedores,
a las 2 de la mañana,
silenciosa e inquieta como tímido potro,
sin rubores,
te despertaba con el túnel de sus pechos,
entre otros.
Los montes apoyándose en la ventana,
uno tomando el papel de horizonte,
así la energía regresaba cada mañana,
te iluminaba como el sol
cuando perfora los ojos.

Luz lunar que descansa en sus curvas porcelánicas,
sombra intermitente, arrulladora espalda;
sobre mí,
sobre mí,
nacen láminas,
y se mezclan con las suaves texturas de sus extremidades
en una dinámica romántica, en una cascada de piel.

Enormes ventanales que posibilitan a los árboles
respirar nuestras acciones;
luna natural a través de las artificiales,
tus manos aferrándose a las persianas
y mis manos,
cogiendo tus piernas esculturales.
¡Qué obra de arte es entallarte!
¡Qué adictivo es tu ritmo variable!

Cada parcela tuya,
cada flor de pezón,
es constante;
mi boca que riega tus rincones con besos,
mi lengua que se mueve intentando detener tu diluvio
sin ayuda más que la fluidez del motivo,
sin soporte más que el de tu exquisita carne.
Vas sobre el primer crepúsculo
y yo tomo tus años escondidos,
te muevo hacia mí,
te empujo hacia mí,
te formo con las manos como un artesano emocionado,
como un ser humano, te edifico,
para poder subirte entera, formo el cielo con tus brazos
y para descubrirte entre ese millón de besos,
deshojo las noches con el viento prófugo.

En la esencia de la cama están los sueños,
reposando sobre la almohada están tus cabellos,
y sobre ellos,
mi respiración,
en mis pulmones se perpetúa tu aroma;
del aire se asoma la luz y el vapor,
el perfume meciéndose en la habitación
pincela sobre mi cuerpo trazos de tu sudor;
tu cuerpo crucificado no sangra,
es otro líquido el que doblega tu voz.
Todo tu cuerpo arde y llueve,
toda sensación retumba,
mi cuerpo te habita encontrando un mignamigra
y pienso que te querré como la más linda excepción;
es del amor, la cuna,
es el jardín del placer, tu figura expandida, mujer de vitruvio.

Te alcancé cuando jugamos a las escondidas,
con las sábanas blancas descubrimos los mejores refugios,
cada lugar del hogar fue un buen escondite
y cada conocimiento de tu cuerpo era una puerta para la vida.
Las llaves las tomaba de noche,
tú me esperabas preparando la comida…

Dejaste mis escaleras marcadas con flechas de dirección,
la entrada de la casa con signos de interrogación;
me tomó mucho tiempo aprender que eso era lo cierto,
que las aventuras se realizan en el terreno del hogar,
que no es necesario salir para hacer travesuras,
que las locuras de nosotros solo a nosotros nos funcionaría,
que nuestro amor era verdadero y sin exagerar, una fantasía.

A la luz del alba,
al morir del día,
al despertar de la madrugada,
a cada momento tu rostro forjaba dulzura,
un mágico encadenamiento que me es difícil comprender,
solo ángel podría decirte
y diosa, pecando, tocarte.

Aún recuerdo tus ojos almendrados por el despertar,
tu cabello desordenado,
tu pijama rosado y fucsia,
natural e indefensa,
frágil e incitante,
deliciosa… como debe ser una mujer después de amar;
me dabas las trayectorias con la mirada,
media dormida hacías una jugada de ajedrez,
yo me encargaba de impedir un jaque mate
y tú, de disfrutar cómo perdía mis peones.
En tu magia eras constante.

Y creo que algo así éramos los dos.
Manteníamos las piezas más importantes.

Un día tuve que rendirme.
Un día te tuve...


Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, 18 de noviembre de 2008

Canto alto a la mujer que sabía volar



A Lilian Taublib.

Quién iba a pensar
que en la televisión
podría uno ver
el espectáculo mayor
del circo fantástico:
la mujer que sabía
volar.
Es hermosa,
botón de flor,
su rostro es lo más conmovente
que ya se ha visto
por estos cantos.
Y tiene unos gestos...
"Pero algo le falta,
pobrecita,
vean bien",
decía, insistente,
la platea.

Sé que pensarás
que el tiempo ya pasó,
que perdí la función,
que el día no es el día
cuando este poema
te llegue a ti;
vieja estarás
y yo tal vez ya ni viejo,
Lilian Taublib.

Pero todas las veces
en que tu cuerpo
gracioso se cayó libre
al viento,
todas las nubes agujereadas
en tu performance,
se habrían perdido
no fuese yo
contándole a los que vendrán un día
que vi,
sin conseguir creerlo,
una mujer que volaba.


José A. Vargas Bazán

Rio, 2006.

martes, 11 de noviembre de 2008

Enamorarse para olvidar (dolor infecundo)



Ya no cuento ovejitas para dormir,
ni veo cuadros suprarealistas en Barranco.

Me gustaría observar, en cambio, cuando dibujan uno,
únicamente si lo hace una mujer;
quisiera tomar sus coloridas manos
y caminar entre los árboles de cualquier interminable avenida,
oírla reír acompañada por el canto de los pájaros
mientras avanza su sonido seductor por lo largo de la pista.

Y al volver, conversar en el baño,
bajo un cardumen de burbujas transparentes limpiar sus manos,
chapotearnos el agua, como jugando
y lentamente, en la tina, amarnos.

Pero al abrir los ojos queda la fantasía en blanco,
toda artista y pintura se evapora boca abajo;
y no puedo soñar, no hay agua tibia.
Huyo de los matices oscuros,
de los episodios vetados de mis labios,
posiblemente, sea un futuro que mutilo internamente.

Y tomo mucho,
y me ahogo en su velador ahora que no estamos,
ahora que no veo cómo reorganiza sus cabellos tiernamente,
ahora que no contemplo su reflejo después del exquisito cansancio,
tomo aire y tomo tragos,
humedezco los recuerdos y los ojos leyendo sus cartas,
se embriaga la sed alcohólica, se consumen las palabras tácitamente.

Y nace de todos lados, exactamente,
como el viento.

Las ovejas han muerto
y los pastores criaron cuervos voraces.
Mi corazón palpita con amor y bombea con tristeza,
es una esfera que se desdobla en su boca interna,
ya sin sueños,
ya sin ojos, quedan sueños falaces.
Mis días son de oscuridad y mis noches son eternas...

¡Cómo pretender esta realidad!
¡Amándote sin provecho!
Mi memoria te tiene y mi sangre te REtiene;
O sufrir en la "felicidad" o sufrir con los recuerdos...

Resignación en suspenso.


Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, 14 de noviembre de 2008

lunes, 10 de noviembre de 2008

Erótica


Verónica,
dulce en la quinta pared...

Yo solía preguntarle sus intimidades
y ella solía responder.

Verónica en sus 4 paredes era tierna y salvaje por arrobas,
su alcoba era una jaula de maniobras,
su espalda era una serpiente de arena,
sus piernas un collage de mariposas,
sus manos exquisitas y serenas;
sus cabellos leónicos caían sobre su rostro
haciendo de ella un cuerpo para la caza,
sus labios respondían a la piel enamorada, presa en movimiento,
sus labios sacrificaban las palabras y su lengua, el verbo.

Sus senos seducen la trayectoria de las oraciones;
las blasfemias, los adjetivos pasionales comulgan en su boca;
sus senos fríos en el extremo, o expandidos bajo manos traviesas;
en acción o inmovilidad,
vivo o agotado
le amarías el cuerpo,
estando dentro o fuera.

Mejor que Verónica, son dos.

A ella le gustaba degustarse en el espejo.
Sus gestos,
su posición que se pierde y su repetitivo auto-relevo.
Para ella, el de atrás no era importante;
era un secundario,
un extra insignificante,
ella solo necesitaba ponerle un nombre a la fresca hoja de su diario.

Ella se acomodaba a sus ojos,
manipulaba los cuerpos consumiendo el silencio del dormitorio;
ella
en doble gozo,
unitarizaba el placer en su sexo.

Verónica,
protagonista y papel,
guión virginal del pecado,
argumento de dolor necesario,
cinematógrafo de amor;
Verónica del otro lado
creo que las ventanas se han recubierto de besos lejanos
y flores de sudor.



Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, 10 de noviembre de 2008

lunes, 3 de noviembre de 2008

Cielo rojo, tierra sin color

Para el dolor.

Si en la tierra se cae,
en la tierra se debe levantar;
sin embargo los hombres, los hermanos
creen en un paraíso desconocido,
en un opio intangible y embrutecedor.
Las estructuras del cristianismo no tienen cimientos;
tienen fe (y discrepo de dicha base).
Y las acciones rojas tienen conocimiento y "ambición";
debido a su estado.
Ambos tienen carácter de sometimiento.

Nosotros nos podemos levantar como el soldado patriota
o como un verdadero ser humano;
pero ¿y si la tierra yaciera a nuestros pies?
Si la materia llegase a insultar el conocimiento
hasta el punto crítico
de no ser conscientemente interpretable, qué será...
Quedarán las interpretaciones filosóficas,
la praxis después;
y sin embargo jamás unidad,
jamás un objetivo igualitario y beneficioso en colectividad.
Hasta estar prácticamente desahuciados...

Me gustaban los cuentos,
me gustaba rapiñar las imágenes
y a veces no me forjaba conceptos,
ni me interesaba la gente.
Hoy es diferente, tengo cierto temor al final artificial
y es por eso que vale el resto, quizá.


Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, 03 de noviembre de 2008

Los nuevos Panquiacos


En su columna en Perú21, cierta vez, Alonso Cueto escribió quejándose de cómo los europeos ven al escritor latinoamericano y qué esperan aquéllos de éste. La idea de la tierra exótica, de la cultura exótica e inferior, llena de problemas dramáticos y folclóricos, esto es lo que se espera de un escritor latino. Ni siquiera autores consagrados como Vargas Llosa o Jorge Amado pudieron escapar a la estigmatización de la crítica europea y escribir sobre lo que escribiría un europeo. En Contra viento y marea, Vargas Llosa, metalingüísticamente, cuenta el caso de un joven peruano, entonces militante socialista, que lanzaba proclamas revolucionarias para una extasiada platea de europeos.

Hace algunas semanas, fui a un encuentro organizado por el Partido Comunista Revolucionario (PCR), facción revisionista albanesa surgida de una disidencia del Partido Comunista do Brasil (PCdoB). Fui, más que por alguna afinidad política o ideológica con los organizadores, por curiosidad y por el evento llevarse a cabo en mi propia universidad.

Mientras estábamos en el coffee break, tuve oportunidad de hablar con una española, militante del Partido Comunista de España Marxista-Leninista, grupo hoxhista también. Inicialmente, parecía animada en la conversación con un peruano que se le presentó como comunista. Ella lanzaba frases de orden, apoyando a los “movimientos revolucionarios” de nuestro subcontinente (sabe Dios a quiénes se refiería). De un solo golpe, era capaz de defender a Evo Morales, a Chávez, a las Farc y al MST. Hábil en sus acometidas, evitaba ir más a fondo en los asuntos y prefería estacionarse en las alocuciones más sonoras y menos densas.

Cuando yo le dije que yo era maoísta, critiqué a los foquistas, le quise hablar del fracaso de los guevaristas y fidelistas, cuando quise que discutiéramos un poco más seriamente sobre las posibilidades de la América Latina, sobre nuestra cultura, ella fue, poco a poco, perdiendo el interés. Esperaba, claro, que le hablara delirante sobre algún tipo de inexistente éxito de nuestros “movimientos”. En unos minutos, se fue y ya no nos volvimos a hablar nunca más.

Cuenta la historia que, en 1513, los invasores españoles alcanzaron el Océano Pacífico. Núñez de Balboa, tomando las costas del Pacífico, recibió las primeras noticias del Tahuantinsuyo de boca del joven Panquiaco, hijo del cacique Comagre. Cinco siglos después, en Europa, aún se esperan, de los latinoamericanos, mucho más que nuestras verdades, las noticias que sus oídos distantes quieren oír.
José A. Vargas Bazán.
Rio de Janeiro, julio de 2008.

sábado, 1 de noviembre de 2008

Poesía



La poesía no ha sido hecha para el alcance de la palabra,
es como el rostro de una madre que ha partido.
La poesía, literalmente, no es más que un intento;
en escencia, frustrado, ilusorio, sufrido;
si se es consciente que el sentimiento puede ser infinito en un instante
y que los versos que brotan del pecho
son amputados al llegar a las manos...

Las palabras difuntas de nacimiento...

Si supieras amigo que ando llorando y escribiendo,
y es tan poco.
Tan poco.

La poesía es un breve boceto de la vida
y es mucho decir, pues, no conocemos a ninguna de las dos.
(Necesitamos un pacto de tiempo).
Mientras escribo, deshumedezco;
todo, entero.

¡Cuántos nombres crucificamos con nuestros ojos!
¡Cuántos días han de oscurecer por nuestras bocas!

La poesía es una brújula fuera de este mundo,
la circulación de un espíritu mutilado.
Inscribo en mi núcleo la dirección entusiasta,
el camino metamorfoseante;
inscribo dentro mío el corazón concluyente
con puño y letra,
como poeta,
como ignorante, como vago,
metafóricamente.



Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, 01 de noviembre de 2008

viernes, 31 de octubre de 2008

Ríos y gotas


Tantos años que se notan en la voz de este semi-muerto;
mediodía del grial,
tantas noches que no se ven partir a la tumba;
la garganta que muere en soledad con las puertas abiertas.

He visto nacer el silencio en mi cuartito a la luz de la luna,
en mi nueva escoba, en mi taza de té o de cocoa;
culmina el sonido de la calle en el agujero de mi ventana,
en el frío de mis manos temblorosas y mis piernas delgadas,
estoy perdiendo las arrugas
y delineando el proceso de fallecer,
así de viejo estoy, como una sombra en 3D.

Ya mis labios se encojen contra la lengua,
ya mis venas quieren hacer nudo de hiel.

Porque he visto nacer a varias criaturas y aún
nadie me ha visto morir.
Sé que me falta aprender a moldear el barro de mi alma
y saber cómo contarle a mis nietos lo que va a suceder.
Pero son tan inocentes y tan preguntones;
no quiero que vean mis ojos mirar al cielo cuando sé que a otro lado me iré.

Mi cerebro engendra ideas oscuras conmigo, asuntos de difuntos,
luego descansa al contar las posibles cuatro velas.

Quiero inmovilizarme con un cuchillo,
colocar los dedos manchados de sangre contra la pared para darle ánimo a mi cuartito.

Quiero ver a mis nietos; pero me duelen mucho los pies,
estoy muy cansado de convivir con los parques y cruzar las pistas con baches.
Mi hijo ya no los trae con su abuelo como lo hacía 6 años atrás.
Anita recuerdo, solía jugar con sus muñecas junto a mis pies,
yo en el sillón me sentaba mientras Sebastián dibujaba tortu-ninjas al pie del pequeño televisor.
Son las noches que me gusta recordar.

Crucé rápidamente por el parque municipal, solo me pasaron 6 personas esta vez;
abrigado, bajo mi camisa blanca un bividí del mismo color,
sobre ella una elegante chompa celeste,
mi boina marrón, el pantalón beige
y los zapatos negros bien lustrados
con unas medias grises con rombos magenta cosidos sutilmente,
a las 3 de la tarde cuando hay menos gente,
necesitado de afecto, crucé el parque a visitar a mis nietos.
Esa noche pude contarles un cuento como antes, los cuentos de Nino,
esta vez me hicieron menos caso que antes; pero no es lo importante,
les pude contar que su abuelito se iría de viaje
y que en la noche siguiente estaría en una nave rodeada de flores,
feliz de haber estado con ellos leyendo.

Volví a mi cuartito.

Mis comienzon se acomodaron al final,
he arrastrado las evocaciones con el castigo apagado,
la risa de mi hijo cuando lo lanzaba sobre mi cabeza con tan solo 4 cabellos blancos,
la mirada de mi esposa, el cereal sobre la mesa, el desayuno de los 3;
ha pasado mucho tiempo desde entonces
y el castigo se ha encendido
y ha colocado el dolor en desarrollo, sin perdonar los años.

¡A tan poco de la muerte, la inevitable medianoche!

Todo a cambiado, mi hijo me ha olvidado,
mi esposa me ha dejado la cocina vacía,
mi alimento ahora está en el cielo, he cogido su rosario.
No soportaría llorar la espalda de mis nietos
por eso he abierto mis muñecas con un cuchillo afilado,
no hay juegos para mí,
solo una creación que se ha sacrificado.
Mientras me desangro soy más devoto que nunca
porque sé adonde van los viejos como yo,
caen al suelo lágrimas y sangre:
gotas por mis nietos
ríos por mi voz.

Porque hay juegos de recreación y juegos de soldado.
Porque hay luchas que no las ganaré yo,
por eso hoy me derramo,
por eso hoy he luchado contra el tiempo, contra el hospital del siempre.


Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, 31 de octubre de 2008

El último tango en Ichocán


Me guardo a la cama
temprano desde hace algún tiempo,
la vida no me incomoda particularmente,
es decir,
no me gusta mucho ni me disgusta tanto,
la próstata quizá me mate,
camino dos cuadras al día hasta el parque
a sentarme y apoyar mi quijada sobre mi bastón,
los niños a veces me saludan y a veces
solamente patean su pelota o discurren sobre un mundo inexistente,
no soy pensionista y vivo del dinero
de mis hijos,
dependo de esta mendicidad relativa,
una vez me quebré una pierna,
estaba postrado durante unos meses,
el médico me había dado por desahuciado
y, mientras tanto, yo escuchaba a diario
mis huaynos en la radio, me afeitaba con una navaja
como debe hacerlo un hombre que se digne,
tomo café, eso sí, demasiado café,
no obstante una úlcera mal cicatrizada casi me llevase
un invierno en Matara,
con mi sombrero espanto a las moscas,
me han dicho que en las madrugadas sueño
y hablo blasfemando contra el Taita,
cierta tarde, niño, me quedé huérfano
de padre y madre, en Chancay,
aprendí rápido el trabajo del campo,
no es difícil romperse el cuerpo de sol a sol,
me gustaba la jora, la coca, la mujer del campo,
me gustó también cuando Velasco botó a los hacendados como a perros,
ya no tengo fuerzas para el carnaval,
mal consigo ver mis propias manos,
por último, este asunto del nombre,
me llamo José, como muchos por aquellos cantos,
que vinieron, fueron y seguirá el destino mandando.

José A. Vargas Bazán.
Rio, octubre de 2008.

El baile concluso


-Qué dice, chino. Una cervecita, oye.

-¿Cómo le va, profe'? ¿Qué? ¿Ya no toma su chichita? Reciencito la he hecho - dijo, sacando una botija de jora de debajo del mostrador.

-Nada, chino, una chelita nomás... Dame un quesillito también.

Miré de reojo alrededor y luego zambullí la mirada en el periódico del día. Había estado caminando por todo Cajamarca antes de meterme a esta cantina. Se encontraba al final del jirón Amalia Puga, cerca del estadio. Esa tarde había sido la más triste de mi vida seguramente. El médico me había dicho que no podría más quedarme en Cajamarca si quería vivir. Mi corazón viejo, materialista, ya no funcionaba bien, y por días se estrujaba hasta hacerme sentir un dolor inefable en el pecho. En esas horas, me acordaba de mi abuela, que me decía que la enfermedad en la vejez es ya medio camino andado hasta la muerte.

Pero a este pesar ya me había acostumbrado. A lo que no podía resignarme era a dejar mi ciudad. Esta noticia me había dejado mal; mi rostro demacrado parecía revelar una muerte cercana. Antes de entrar al bar, me detuve frente al convento de San Francisco y lo observé fijamente. Me estaba despidiendo románticamente de una iglesia a la que nunca le había dado atención. Me iba de Cajamarca con el pecho encogido por mi dolencia cardiaca y por una amargura al fin de la vida galopando negra sobre mi vejez.

Sentado en esa mesa vieja pensaba mucho. Anduve por los cuatro cantos del mundo durante mi vida. Tuve en mis manos un par de mujeres bellas y muchas feas, siendo que de este último grupo tampoco ninguna me amó. Pasé varios años pensando que en algún sitio existía una mujer que me amaba y que yo amaba secretamente también. Toda mi vida la pasé creyendo en el amor único, eterno, tenía una idea más bien cristiana del amor. Demoré demasiados años para ser verdaderamente materialista, cuando estaba ya demasiado viejo y la experiencia no me servía ya de nada. Mi materialismo era, como decía "Ringo" Bonavena, un peine ganado cuando uno ya está un calvo.

Cansado, volví a Cajamarca con la idea de pasar tranquilo mi vejez, solo, sentado en una banca de algún parque en el barrio de San José, el que me vio venir al mundo y que ojalá me viese partir de él también. Esta vida metódica era triste, no obstante fuese relativamente tranquila y predecible. Me mantenía con el sueldo de la universidad y los cuatrocientos soles que me pagaba un semanario local por escribir artículos contra el alcalde los domingos. Eventualmente, Yanacocha también me pagaba para desmentir lo que decían las ONG's ambientalistas. Ya ni siquiera la pasión por una mujer me motivaba. Pero si de un hilo pendía mi vida, éste era el tenso hilo del amor. No más por las mujeres que no me correspondieron en tantos años; ni siquiera por el hijo que me daba un par de palmadas en la espalda, unas pastillas para la presión alta y cincuenta soles cada vez que se acordaba. Tal vez, un amor ni siquiera físico. Anciano, con el corazón malo y con miedo de alguna enfermedad en la próstata, yo vivía de la nostalgia más de todo lo que no hice que de lo que hice. Me ponía en pie el amor por Cajamarca. Caxamarca, esa mi ciudad en donde prendieron al inca algunos barbudos extranjeros, curitas y chancheros de ultramar munidos de indispensable pólvora.

-¿Qué dicen las clases, profe'? - me dijo el cantinero mientras limpiaba la otra mesa con un trapo húmedo.
-Ahí, chino... Tú sabes cómo son los jóvenes ahora: unos relajados de mierda... Se van a la U más a huevear y a 'jilear' que otra cosa, compa're.

Comenzó una lluvia fuerte. En diez minutos, el jirón era un río. Corría el agua veloz, marrón, arrastrando la basura y las hojas secas; en Cajamarca, están secas en toda estación. La gente que estaba en la plaza al frente se fue recogiendo, los niños, las viejas rezadoras, las celestinas, las muchachas del Santa Teresita.

-Disculpe, profe'. Voy a estar adentro. Cualquier cosita me pasa la voz nomás.
-Ya, chino. Anda nomá'.

Y, entonces, estaba solo. Solo como en verdad siempre estuve en mi vida. Solo de una soledad vacía, estéril. Llovía cada vez más. La espuma de la cerveza se fue diluyendo hasta desaparecer. No valía la pena tomar una cerveza caliente y sin espuma. Ataqué el quesillo. Le rocié la miel y comencé a comerlo. Hice esto lentamente, como todo lo que se hace en esos años. Lo comí sin saborearlo casi, más pensando en el hecho de que tal vez no más vería esa cantina del jirón Amalia Puga. Allí, yo era alguien, tenía un nombre, la gente me decía "Cómo le va, profe'". El melado de caña supo amargo como nunca antes y nunca después.

De pronto, entró una mujer diciendo algo que no recuerdo. Se sentó en la otra mesa. Puso su chal negro sobre un costal de maíz y sacó de su cartera un libro o una agenda. Era una mujer vieja, de una edad como la mía. Le hice un gesto con la cabeza.

-Este clima está fregado, ¿diga?. Está que llueve, que no llueve - me dijo. Le vi el rostro entonces. Nada de su físico llamaba la atención; era una anciana como cualquier otra. Tal vez, fuese una monja, pues tenía un crucifijo grande sobre el pecho.

A esa altura de la vida, había comprendido que la vejez borra todo, lo bueno, lo malo, lo bonito, lo feo. ¿Qué podíamos hacer dos ancianos en una tarde con un temporal que nos impedía salir, que no fuese hablar sobre temas simples y lugares comunes, sobre la lluvia, el clima, el día, esas cosas?

-Disculpe, ¿sabe cómo puedo llegar a la Plaza de Armas? - ella mal me miraba y yo continuaba observando la mesa.
-Está acá nomás. Vaya de frente. Unas siete, ocho cuadras - le indiqué con las manos la dirección.
-Gracias.

Otra vez, comenzó el silencio. Yo, pensando en tantas cosas, en mi enfermedad, en mi destierro venidero; ella, haciendo anotaciones en una libreta, leyendo algún libro.

-Y usted, ¿qué hace? - rompió la calma ella sin dejar de lado el libro, la libreta, el lapicero.
-Soy profesor aquí, en la UTC - le dije.

Ella sonrió.

-No sé para qué enseño ya. Sé que estoy con un pié más allá que acá.

Quedamos viéndonos. La lluvia había parado.

-¿Cuánto es, chino?
-Cuatro con cincuenta, profe'.
-Bueno - le dije a la mujer mientras ponía las monedas del vuelto en mi bolsillo -, si no encuentra la plaza, pregunte. Cualquiera conoce.
-Gracias, profesor...
-Pérez - le completé. - Usted se llama...
-Alma - me dijo.

Después, se levantó. Recogió su chal, le sacudió el polvo y se lo colocó. Avanzó luego por donde le indiqué. Me quedé mirándola algunos minutos hasta que la perdí. Para siempre, como todo lo que había perdido ya entonces en mi vejez, en el barrio de San José.

José A. Vargas Bazán
Rio de Janeiro, 2007.

miércoles, 29 de octubre de 2008

Pre-calamárico

Hoy tenía que saldar una deuda con un amigo mío. Acordamos deshacernos de ella la tarde de hoy, a las 3 para ser preciso, hora que no cumplió por 14 minutos; en unas bancas en el sexo de la Av. Arequipa con Angamos. Previamente, saqué 2 billetes de 50 soles de un cajero automático perteneciente a la entidad que me dá de comer por el momento; era el monto exacto a pagar o devolver.
La deuda nació debido a mis ganas de ver a un músico que se dice va por un río en sentido contrario; yo tenía la plata y mi amigo lo que faltaba para adquirir la entrada.
El día del evento tomamos una couster en la Av. Javier Prado, que por ser domingo no estaba congenstionada de humo. Bajamos en un puente peatonal, de los tantos que hay en dicha avenida; esa dato fue lo único que dijo Francisco con respecto a nuestro paradero, supongo que se guiaba de su memoria y no de papeles o direcciones. Cruzamos el puente y caminamos por una serie de calles, cuales nombres me parecían realmente bobos, como por ejemplo: calle de lo poetas, calle del abecedario, calle de las vocales, calle de las consonantes, calle de los etc. Nos perdimos. Francisco le preguntó a un calientabancas urbano si conocía a su amigo, el muchacho escuálido le dijo que no; yo procuraba cuidarme de algún pelotazo ya que cerca jugaban fútbol- calle. Francisco me comentó que su amigo vivía en un edificio chico, gran desventa puesto que casi todos los edificios de esa zona eran enormes y que en realidad no recordaba bien por donde era ya que solo había estado allí en 2 ocasiones y en estado etílico-apenante. Al parecer Dios escuchó mis lamentos ubicacionales e iluminó a Francisco porque la encontramos en el primer intento después de la desesperación. Su amigo, al cual llamaban y llamaremos "Croquis" parecía buena gente, su voz raspaba constante y levemente la letra "s", no sé entre cuántas o qué letras ni palabras pues no le presté la más mínima atención a eso; físicamente se parecía a Winnie Pooh. Croquis era "crema" y es por ello que arribamos a la hora de almuerzo; la "U" estaba jugando. Francisco y yo llegamos justo al comienzo del segundo tiempo, si la memoria no me falla al minuto 49; pero lo más seguro es que sí me falle; Ancash nos ganaba por la mínima diferencia como dice la mayoría de comentaristas deportivos de fútbol nacional. El amigo de barra de Croquis, Miller (y no sé si es su nombre o su sobrenombre), sí que era acérrimo; cada 2 palabras que le escuchaba respecto a su percepción del partido, soltaba una palabra soez, cosa que, particularmente, no me molesta si es a favor de Universitario. Él era de la clase de personas que debido a su pasión infantil, sin domesticar, verdadera y en bruto, el resto de la gente llega a comprender su postura o sentimiento incluso mejor que él durante el suceso respectivo.

Croquis tenía una perra de 6 años que se llamaba Sanny. Era grande y gordita con atractivo, su pelo era del color del equipo y tenía puesto un polo rojizo manga cero. Noté que al palmearle enérgicamente el final de su lomo, ella movía de igual manera su cola con satisfacción en su rostro, al menos así yo lo veía y me gustaba; pero por alguna desconocida razón me recordó a mi ex-enamorada, quizás por el rabo, quizás por la cara; no lo sé pero me sentí bien. Sanny tenía en su hocico una pelota azul que al parecer jamás dejaría que alguien la tome, al menos un humano. Como todo niño grande deseaba coger la pelota y lanzársela; sin embargo cuando la dejaba sobre el suelo e intentábamos sigilosamente Francisco y yo tomarla, ella reaccionaba de una manera impresionante y hasta simpática, claro que en algunas oportunidades parecían estar en juego nuestras manos y no el pequeño balón, lo cual dejó nuestros intentos completamente en eso. Y en uno de esos intentos tercos, Sanny desconectó la extención del televisor que nos permitía ver el partido en el patio, con un buen par de cervezas vespertinas, realmente relajados esperando el ansiado momento en que la "U" remonte el marcador. Al encender nuevamente el televisor, pudimos ver los 3 que el marcador había aumentado a favor de los andinos malnacidos. Esta vez acompañé a Miller con los insultos, es más, creo que hasta lo superé. Si tuviese que hacer alguna confesión literaria tendría que decir que el exclamar groserías me da placer, un placer inexplicable y sabroso, un placer prohibido y atacante, un placer malvado y egoísta, un verdadero placer. Cuando nos anotaron el tercer gol nos invadió un sentimiento empático y resignado, una sensación la cual tienen los presos antes de serlo, la felicidad de los ancashinos era como un despiadado martillazo, su gol era como la sucia palabra culpable; así como Francisco renunció en el minuto 75 a la victoria, yo renuncié al pequeño balón azul. Y Decidimos salir camino al estadio monumental a hacer cola de una buena vez y bajo el calcinante sol, crucificarnos.

Y así como a veces se renuncia por resultados, en otras, se renuncia por instinto.


Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, 29 de octubre de 2008

martes, 28 de octubre de 2008

Dilema del frío


Estás tranquila y amurallada,
silenciosa,
como dejándome el dolor sobre la sábana.
Apoyada sobre una fuente de suspiros sueltas tu silencio
también cuando mis ojos te aman,
una lección que aún no olvido;
profunda en la libertad que acaba.

Un beso imaginario recorre tu cuello,
errante a cualquier mirada,
fugitivo de la sombra en tu piel;
de parte mía, solo tuyo;
si me dices que no,
renunciaré a mi carácter prófugo
y seré prisionero de tu bosque sin límites,
sobre la tierra tendida descansaré mis músculos,
cansados de tanta roca y desierto vil.

Y cohabitan mis lágrimas y tu nombre,
inalterables, ante el hambre de la verdad,
dándose las espaldas; ninguno se recompone.
Tal vez el tiempo haga un nudo en el ahora
y tú transformes tu apellido
y yo deje de contar las horas
y ya no seremos ilícitos.

Si dejase de lado las excepciones y te besara sin disculparte,
sería delicioso saber que mis labios besan unos que se equivocaron;
pero a veces.

Cuando te sueño
(supongo que en esta ocasión es lo correcto
porque de lo contrario el tiempo de la madrugada
permanecerá neutro y mortal)
suelo estar con los ojos abiertos,
con las pupilas hamacando máscaras.

Estás tranquila y silenciosa,
dejándome el dolor sobre las sábanas.
Y hoy te miras en el espejo y suspiras por otros ojos que te aman,
las lecciones se escriben con sangre,
y mi sangre aún te ama.

Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, 28 de octubre de 2008

sábado, 25 de octubre de 2008

Medianoche


Si cabe en tu vida
una pregunta mía
quisiera que escuches el porqué.

Todas mis mañanas las empezaba con presencia de soledad
y con ausencia de luz,
mi almohada,
la insoportable ventana que da al balcón,
la chimenea del primer piso apagada,
una ciudad de cables rodeándome;
mis mañanas no tenían labios que morder,
mis ojos abiertos no tenían razón.

Sobre mi espalda soportaba una cruz que resbalaba,
una corona de uñas francesas,
heridas que parpadeaban a ritmo de venganza,
amigos con palabras avinagradas de tanta prisa;
una promesa de paraíso nuevamente me azotó.

Estuve deseando ángeles y se me nota en las arrugas de la frente,
tuve que aprender a la fuerza que la mayoría de ellas no son leales
y al levantar vuelo sus tectrices se refugiaban en la piel como dagas incandescentes.

Debes tener unos 7300 días de hermosa.

Yo te encontré bajo horas noctívagas, fresca y luminosa, no llevaba reloj ni un clavel;
pero pude contar las extenciones de tu sonrisa,
tus ojos de cielo transparente colocaron la cruz en el monte calvario.

Me miraste máxima e intacta,
tan rápidamente que te convertiste en eternidad,
sucedió en imagen clara el infinito expuesto.
Y me pregunté
si la voz se transformó en lapiz al subir por tus cabellos...
Te marchaste tomando el transporte público de turno,
tus piernas te llevaban,
tu perfume se quedaba,
tu mirada la perdía...

Y entre mis labios aún tengo la pregunta.
Y en mis manos aún tengo el porqué,
el alma que deshoja desnuda
la carta que jamás te entregué.

La mente se sumerge en la sombra de mi presente,
contigo he compartido un instante, un mundo
y desde aquella noche llevo puesto un reloj soñador;
un despertador para qué...


Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, 25 de octubre de 2008

viernes, 24 de octubre de 2008

Solo nos quedan las flores

Ella hacía carreras con los hilos de coca,
su ruleta la llevaba en la cartera,
solía mostrarle las piernas
a los chicos que no bailaban en el sargento pimienta;
y solía sonreír; sonreía como una princesa.

Ella le robaba a la vida a diario dos días,
también le gustaba abrazar a su amiga,
a la más inofensiva, fuertemente
como si compartiera esa tonelada de gramos en el alma.


Ella disfrutaba de las circunstancias de fin de semana,
de las sustancias plenamente
y de las esperanzas a veces...


Yo la observaba tomar su canada dry al salir del colegio con su falda ploma
y sus zapatos sin lustrar, muy bella, muy quinceañera; bien
y en las noches de ahora no sé qué toma; pero suenan sus taquitos a inestabilidad,
parece que su falda se desploma.
De golpe la tristeza me besa,
hay cosas que no cambian y hay existencias que se encuentran de golpe,
como tu mirada bella y mis lágrimas fugaces;
lo que nunca fue ... sentirlo ahora; me apena no poder acompañarte...

---

Y conversé con ella cuando su cuerpo no le podía obedecer,
me dijo cálidamente que la oscuridad de su alcoba le daba una herida cada día,
que sus amigos no la visitaban porque tenían compromisos sociales que atender;
ella sentía un dolor extraño, un dolor que su cama no podía entender.
Hoy su amiga inofensiva se le parece, hasta usa los mismos tacones
y se junta con amigos comunes para ver pasar el amanecer,
también hace carreras, es ganadora en 3 bares pero a ella no la puedo ver;
nunca la vi tomar canada dry.

---

Después de calentar el agua en la olla, la bañé
y a los pocos meses murió.

Hay cosas que no se pueden consolar
y que renacen a cada instante en el corazón.


Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, 24 de octubre de 2008

jueves, 23 de octubre de 2008

Redes

Señora, gracias.


Me pongo a disfrutar las líneas de su espalda,
con la mirada,
con la camisa desabotonada,
con la paciencia que tiene un escultor principiante,
la contemplo en el renacer de su paisaje.



Y la imagino con zapatos de taco 9,
con una blusa blanca transparente,
con una mini ajustada, una bufanda violeta y un impredescible brassiere.
Pero sé que no es cierto
porque doy fe de su desnudo infiel y de lo que no veo,
que nos abrazaríamos si existiesen años justos en incendio.


Existen ciertos rincones que destroza con su cuerpo delicioso,
con la idea mía de sus areolas en el crepúsculo,
con sus senos asesinos en la aurora, ocultos en el bosque de las uvas, esperando respirar,
esperando la noche del exceso, del vino embriagador;
quizás es el viaje imaginario que dan mis manos a sus pechos
que descuartizan mi aburrimiento y que reemplazan el permiso con el contacto,
con un delicado beso.

Y me pongo a disfrutar las sombras de su espalda,
acompañándola,
saboreándola,
camuflándome sobre el resumen de su fragancia;
es un perfume cómplice,
una nueva sábana.

Nadie nos ve e interrumpo mi apetito porque es mayor usted...
Pero aún llevo conmigo su cuerpo incompleto,
una fotografía como telaraña,
deseo perfecto, sin pasado;
de usted me gustaría saberlo,
sus primaveras,
su agua, su fuego,
las líneas de su espalda y mi hasta luego.


¡Cómo me enseña a sufrir usted!


Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, 23 de octubre de 2008

martes, 21 de octubre de 2008

22 años


La nena jamás conoció a su papá
y solía sembrar charcos luminosos sobre el lodo,
después de enjabonarse y lavarse las manos
dibujaba princesas sonrientes en su dormitorio.

Le encantaba sentir los colores
entre sus dedos y en las flores, los pétalos;
ver caricaturas y programas infantiles,
tocar los vestidos de las niñas grandes
y ver como se van las barbies de otras nenas
en sus lindos automóviles.

La nena tuvo que crecer
y dejó a su osito al lado del velador.

La nena jugaba balompié,
era atacante,
y de vez en cuando se lastimaba las rodillas;
pero con ese 9 en su espalda era imparable.
Le gustaba estudiar gramática y escribir correctamente las palabras difíciles,
solía garabatear la última página de los cuadernos,
especialmente en el de matemática.

La nena le preguntaba a su mamá si la quería
y su madre le respondía que mucho,
ella sonreía y se iba a acostar.
Pero las noches no tenían sueños en su mundo,
su madre ya no le contaba cuentos,
su padastro la tocaba,
le sellaba sus pequeños labios con las manos oliendo a malta
y con su movimiento incapacitaba sus palabras.

La nena jamás conoció a su papá pero deseaba uno como superman.
La nena rezaba mucho.

Hoy la nena se levanta temprano a trabajar
y le lleva flores a su madre una vez al año,
no sabe nada del padastro
y tiene en la cabecera de su cama
un osito de felpa que le debe un abrazo.



Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, 21 de octubre de 2008

lunes, 20 de octubre de 2008

Parcialmente perdida



Son las noches que te escribo

y que tú le esperas,

las que parecen días interminables.

Y son noches inolvidables,

de las que saboreo el silencio de un amanecer;

imaginar que te desvisto,

y cojo del aire un parpadeo para detener

el perecer de un presentimiento.

Son las noches que te escribo más oscuras que las gotas del café que necesitas para abrazarle

y soltarle un beso a su regreso. Más oscuras que las sombras extraviadas en un espejo,

los túneles no me alcanzan.

Son las noches que de mutismo enfermo

en las cuales se potencian mis versos,

las palabras sufren de autismo,

su mundo de ajedrez les permite recorrer el camino cardiáco,

es un diagnóstico inmóvil porque no hay remedio.

La vida late despacio,

y en reiteradas ocasiones cuesta vivir.

Podría espesar mi esperanza y sin embargo no será la sonrisa protagonista de la verdad;

podría esconder mis debilidades y limpiar mis fracasos

mientras en el papel la blancura verá pasar sucias mentiras,

no sería yo culpable;

podría ver el cielo y una lágrima regalarle a la tierra

con tristeza o alegría,

sea cual sea la finalidad, el inicio es uno

y tú podrías ser la mujer que no lastima y sin embargo solo eres tú.

Subrepticiamente de los pianos que arriman la nostalgia,

nace una sensación vulgar que paga la libertad de su traje sastre;

con los aros de regalo, con las pulseras de catorce quilates,

las promesas preescolares también cadáveres,

de su amor que niega a morir su pozo putrefacto,

de su sonrisa que encubrió el sufrimiento con piel de ventura.

Y así se forjan los auto-maltratos,

con oro dogmático,

entre manos que vacilan,

caminando por acantilados tan jóvenes coleccionando despedidas

y como siempre,

saludando...

Y hoy que las flores se arrugan y el sol busca un diccionario,

el agua que he de beber la escupo a los años.

Y derrumbo la estafa de la percepción,

todo lo que mis ojos reciban pasará por un filtro antojadizo

o quizás no.

No puedo amarla pero puedo amar lo que comprendo de ella.

Oscar E. Donayre Gonzales

domingo, 19 de octubre de 2008

Una distracción ínterin (statu quo)

A veces suelo imaginarte sola
cuando sé que no lo estás.

Amparo la ilusión de que pronto me darás un par de afirmaciones mientras al verte, enfermo de catalepsia leve.



No me refiero solo a encorazonar imágenes o
glasear con trazos encurvados las hojas blancas, sino a encender la violeta lamparilla de mi alcoba pensando que se multiplican tus lecturas detrás del cristal, que anda noctívago tu calor por mi ruta, que tu esfuerzo es tranquilo e inmerso en una rescatable soledad.

A veces te comprendo.

Y se me concentra la energía en el silencio porque vaya nochecitas son las que te sueño, cuando son de frío puro y nadie lo sabe, cuando soy uno al cubo, cuando hay demolición en el tiempo.

Recorremos a las fotos amarillas, a releer cartas de simulacro o libros de presumir, hacemos aparecer la R en el vehículo otra vez. Pero no esta noche, hay prohibición de retroceso; esta noche vencerás el miedo a la oportunidad, dejarás la macocoa con tu mascota, pues ella sabrá que hacer.

A veces el silencio se escucha.

Porque el silencio es el grito más desesperado de la raza humana, el cumpleaños del lenguaje.

Yo puedo verte mientras que tú solo me escuchas, no es necesario estar frente a frente o tomarnos de la mano, es preciso sentirnos amados cuando se internan las enfermedades o cuando se siente haber escrito una historia en el viento de verano.

Yo te digo que mires la luna y tú me respondes que cierre los ojos... es como debe ser,
como somos.

Los besos se deben naturalizar,
y nosotros debemos besarnos.




Oscar E. Donayre Gonzales

Lima, 19 de octubre de 2008

jueves, 9 de octubre de 2008

"Parte de ti"

¡Oye tú,

deja de decirle a Dios lo que debe hacer!



Escucha la sangre de la tierra,

ella no asusta a nadie,

perdona mientras corre;

pero no la hieras con la tuya,

tampoco la manches con la nuestra

que en la última puesta de sol

un segundo de reflexión que ocurra,

la testigo de tu carne caída te recibirá

haciéndote una casita en su barriga, sin mucha altura.



La locura es el crepúsculo interior,

un refugio empolvado y equitativo de nacimiento.

Hace tanto que no la veo. La imaginación me llevó a otros labios.

Hace tanto que no me invento motivos diversos.

Todavía logro verme en el espejo

sigo sosteniendo su frágil bufanda.



Hay ocasiones en las que me pregunto si

el que recuerda es el que lleva la filosofía,

las interrogantes y los límites en una personal ordalía.

Pensar es como jugar con una daga en la mano

y avanzar,

y correr,

y saltar pensando que cada vez

se puede llegar más alto.



Me hieren, luego existo, quiero decir que dicen...

Empero, después de haber amado,

sigo haciéndolo a una distancia que imposibilita la calma.



Existen ojos para cada persona,

ojos ajenos,

ojos que valoran,

que detienen su búsqueda en la ciudad,

que logran desaparecer su dolor,

que gimotean con voz de papel y reflejan claveros.

Traté mal a mi paz

y no saludé a las estrellas como lo hacía en mi niñez,

todo es tan fugaz.



Quisiera besarte.



¡Capuchinas a tus pies!



No quiero mi piel con libertad.

No quiero mi voz en un escenario.

Extraño tus caricias,

extraño tus distracciones en mis labios,

extraño tresañal,

lo estático que se hace aceniza.



Los ecos se expanden,

vuelan y nadan;

y yo solo puedo arrastrar mis propias acusaciones.

Tengo varios libros viejos que he vuelto a leer,

desconcentrado quisiera estar para fundamentar mi ausencia de respuesta;

ninguno me sirve, ninguno me ayuda;

los sembré en el alma mía

pensando que encontraría una manera de recuperar mi pasado,

pero cada letra, cada párrafo

es inútil en mis días.

Decidí buscar en las librerías,

unos buenos.

Grandes libros,

grandes hombres;

pero hoy,

hoy no logro encontrarlos.

Tal vez mañana publiquen cosas de más sentido.



Y volví a darme vueltas por las esquinas

y frené a lanzar un par de aviones verdes a las cajas.

Me llevé 3 obras muy bien empastadas

y en las noches respectivas con ellas aprendí a soportar

las mañanas solitarias.


Hoy me siento como la evolución de Gonzales Prada,

como Vallejo,

con los indios al galope,

con apetito de justicia;

hoy necesito lo que merezco, lo que fue poderosamente mío.

Hoy mis ojos funcionan por el lado oscuro,

son lucernas autónomas.



Puedo tenerlo todo cuando cierro mis ojos.


Hoy ella viste camisolas,
se ve más radiante como cuando tenía su pancita.
La acompañan su hija y su amor
(acepto con lamento).
A diferencia de la tierra, ella ganó una sonrisa,
se purifica mientras aprende el oficio que proyecta la vida;
la tierra me acogerá en su vientre
pues ya no puedo acurrucarme en sus brazos de mujer.


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6 meses después (supongo que lo siguiente...)

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La veo jugar

e imagino que así lo hacía su mamá.

Quisiera darle un beso en la frente como si fuera mía.

Cargarla y ayudarla a deslizarse por el tobogán...


Necesito.













Oscar E. Donayre Gonzales

viernes, 3 de octubre de 2008

En memoria de un viejo lobo


Desde hace algunos años, tengo la costumbre de leer, aunque sea parcialmente, al menos un periódico por día. Lo hago sistemáticamente desde que el Jornal do Brasil comenzó a ser vendido por R$ 1.00, precio asaz más accesible que el de otros periódicos. Eso fue hace más o menos dos años y algunos meses. Además, ya en Lima, yo solía comprar La República (cuyo precio es el equivalente S/. 1.00) o Perú21 (que, por aquellos años, costaba apenas 50 céntimos).

Comencé a hacer de esto algo natural. Más, ha llegado al punto de que, si un día no tengo el jornal en las manos, siento que algo falta aquel día. Aparte de ser baratos, esas publicaciones siempre me agradaron porque son más cortas, fáciles de leer y no tienen gran coherencia ni parecen pretenderla. He comprendido que lo que diferencia a los periódicos baratos de los más caros no es una postura a la derecha o a la izquierda, ni siquiera una calidad particularmente inferior al resto. Es, más bien, la falta de padrón, la ausencia de cohesión y coherencia lo que los caracteriza. Sin recursos para tener en sus filas a los columnistas que quisieran, los editores se ven obligados a juntar en el mismo espacio todo tipo de columnistas, de las más diversas calidades, opiniones, estilos. En el mismo diario, en la misma edición, pueden verse airadas protestas contra la invasión de Irak lado a lado de igualmente apasionadas apologéticas en favor de la guerra preventiva.

Entre las columnas que con más avidez he leído en los últimos tiempos, está la de Fausto Wolff, cuyos artículos, alojados en el Caderno B del Jornal do Brasil, yo leía casi diariamente. Antes de entrar al salón de clases, compraba el periódico y, apenas tuviera tiempo para leerlo, comenzaba por la columna de Fausto Wolff, antes inclusive de los cómics y el crucigrama.

Hace un par de semanas, al abrir el Jornal do Brasil antes de mi clase, me di con la ingrata sorpresa de la ausencia de aquella columna que con tanto afán yo leía. Fui para la capa del periódico y, en una esquina, estaba la noticia que comunicaba el fallecimiento de Fausto Wolff.

Vale decir que casi nunca concordé con las cosas que él decía en su columna. Sólo eventualmente, cuando hablaba sobre literatura, compartía alguna idea. Pero sus ideas políticas (que no eran pocas) casi siempre las rechacé y discordé de ellas de medio a medio. Él era militante del Partido Comunista Brasileiro (PCB), facción trotskista que, de más decirlo, era todo lo opuesto a un maoísta. Su postura frente a la actual situación de Bolivia, de Venezuela, de Lula, ..., siempre me sentí alejado cuando no opuesto a ellas.

Al preguntarme qué me hacía procurar con tanto interés las palabras de alguien que pensaba tan diferente de mí, veo que es por algo que está por encima de la ideología, de la opinión y de la exégesis. Como él mismo dijo en un artículo, lo que diferencia a un escritor del resto no es tanto la técnica literaria como la sinceridad. En Fausto Wolff, yo podía acusar ingenuidad política, revisionismo, cualquier defecto en fin.

No podría, sin embargo, decir que era insincero. En sus artículos, parecía tener la sinceridad del borracho en el auge de la fiesta. Dejaba trasparecer que era de una época distinta del periodismo, época un poco más conservadora y un mucho más humana. Era un periodista más apto para otras eras, de las que, a mí, sólo me llegan las imágenes a través de la historia. Un articulista para esos años que él se encargaba de contarnos con orgullo que vivió, esos años en los que Rio de Janeiro ganó el nombre de Cidade Maravilhosa, cuando la selección brasilera encantaba por primera vez al mundo y Pixinguinha componía las canciones eternas de la música brasilera.

José Vargas Bazán
Rio, octubre de 2008

domingo, 21 de septiembre de 2008

Interpelación silenciosa

Hemos conversado muchas veces en la alcoba


comentando nuestros cuerpos con excelentes resultados.


En las épocas en las que teníamos prohibido fumar compartíamos besos ensimismados.


Solíamos sonreír sin esfuerzo y nos dormíamos tranquilos,


tus cabellos sobre mi pecho y mis manos sobre tu espalda,


eran imágenes,


momentos


que la libertad no podía alcanzar,


que las cruces retrataron...





Pocas son las veces que el alma se desplega con otra


y despierta para repetir en las pupilas de una mañana la voz de bienvenida,


en el vapor de la ventana,


la sensación máxima que se da nuevamente en medidas,


como hojas de parra.





Aunque solamente me haya acostumbrado


suelo tener dudas;


ellas se contorsionan como los labios extranjeros arrugándose en tus mamas,



sudores de paso noscivo en tu punto de carne,



¿es la imaginación acaso digna de ser ignorada?


La pregunta que ronda mis sesos


no debería existir,


no debió haber nacido, no controlo más lo que ladro; no domino más lo que miro;


la interrogación oprimió aquellos colmillos con los que atacaba a los que no tienen alma,


los partió mientras penetraban mis ojos


y las astillas envenenadas cortaron mis nervios oculares,


ya no podía ver ni girar la mirada, no existía horizonte verde o panorama,


el pensamiento quedó perpetuamente nublado...




Solía calmarme cuando dormíamos juntos,


a veces sobre tus senos, otras al sur de ellos;


solíamos soñar cuando arremetía el frío de la ciudad,


nuestros cuerpos intercambiaban información para no despertar,


nuestros corazones eran como niños.


Mi compromiso irreversible,


mi felicidad en absoluto;


todo se me escapó de las manos por una espina con esmalte,


por una mujer demasiado amable.


Hoy deseo verla marchitar,


ella contaminó lo que restaba de mi jardín,


lo que me quedaba de aire.




Yo te perdí por ella.


Esta noche que en otra alcoba eres amada,


el frío en la mía se hace más propietaria que cualquier posible



construcción de esperanza,


estoy como luchando en un estado soviético,


sobre una cama de arena blanca, sin testigos ni evocaciones,


callado y sin medallas,


herido de balas humanas,


(con símbolos y cartas, con una mano al fuego)


ando en un túnel.





Las municiones y vendajes fueron entregados con demora,


mis oídos desesperados se acomodaron en el auricular


tu leve angustia altruista me dio flores.


Di a los tuyos lo mejor de mi batalla,


los momentos sin sangre,


las canciones de victoria,


los disparos al cielo que nunca tuve;


pero como una granada en la espalda llegó tu llamada,


a 3 meses de embarazo,



me quedé mudo. No podía seguir luchando,



mi pecho fue apedreado por un fuerza desconocida, por un falso gracias,


un vacío pareciese haber consumido lo que conozco como cuerpo,



lo que no veo de él;


parte del aire se adorna con líquido despedazado,


parte que roza una curva apolillada, una mejilla sensible a los rayos del sol,


parte de mi mente ordena alegrarse con lo sucedido,


fingir por el bien de una familia ajena, lejana y dolorosa.


El camino apunta como flecha, es un horizonte agudo, difícil de caminar,



cada metro es uno más para el abismo;


las expresiones propias son irrelevantes,


y le contesté:


"felicitaciones, ahora tienes que cuidarte".


A pesar de los días y las palabras que no le confesé,



el efecto se ha diseminado en la ausencia de la luz,


crece con intereses,


más en la almohada sin hundir,



más en la luna que compartimos;



la vida que parece quedar por vivir, solo parece.





¡Qué absolutista puede resultar ser el dolor!


¡Qué largo puede llegar a ser su mandato!


las rodillas soportan el peso de cualquier ofensa,



el orgullo es un trago de seco y volteado,



el constante afán de resolver el pasado,



el movimiento mecánico de los celos, la mente fugaz y calcinante,



el hospital donde mi ausencia pasará de visita,



las lágrimas en 2 lugares distintos, la mujer semejante, los 2 hombres emocionados...



los hospitales no son los mismos, se derrumban cuando hay emergencias


y operaciones de cuidado.




Siempre queda un sin embargo,


un sentimiento por resolver, un amor inconcluso,


un pudo ser;


ya no juego ajedrez, ya no lanzo más dados... todo eso,


me lo hiciste saber,


con tu trato, con tu amor... ahora me puedo convencer


de que lo mismo sentía yo.


Puedo dibujarme una sonrisa con sangre,


puedo escribir incluso temblando,


y hoy,


después de mil cambios, no sé si podré recuperarte.


Darás a luz y nunca he visto mi vida tan oscura.




Oscar E. Donayre Gonzales

Lima, 30 de Setiembre de 2008

martes, 16 de septiembre de 2008

Pobre pero no cojudo

Leí una vez en una revista brasilera sobre literatura que, durante la década de 1980, al hacerse cada vez más fácil la publicación de poemarios, se abrió la puerta para que poetas mediocres dieran la hora y ocuparan los principales espacios.

Pasa con los blogs algo análogo. Letras sin forma ni fondo, palabras sin contenido, frases huecas y textos burros son las balas de este funesto imperio del nihilismo postmoderno. Cuanto más fútil, cuanto más cojudo, mejor.

Digo esto sabiendo que estoy incurriendo necesariamente en la función metalingüística o en el quehacer autodescriptivo. Este mismo texto no ha de salvarse de la mediocridad, pero tampoco es ésa mi intención.

Felizmente.

José A. Vargas Bazán.
Rio, setiembre de 2008.

viernes, 22 de agosto de 2008

Balada por un anciano

Balada por un anciano

No será la vida mala,
el cuerpo rudo,
el llanto ajeno.

No serán las mujeres
que perdimos,
la voz sin eco,
las deudas de por vida,
el silencio ensordecedor
de los ancianos.

No será,
en este fin de vida,
la incosecuencia,
la traición,
los desaires,
la insensatez
o la prostatitis.

No nos moriremos
por falta de fe;
nos iremos,
lento,
como todo lo que es definitivo,
por exceso de fe.

-Hoy no puedo a salir. Tengo que cambiarle sus pañales, se ha orinado. Además, no puede caminar, está con tos y llora toda la madrugada.

-¿Tienes un bebito en tu casa?

-No, es mi padre. Tiene ochenta años.

José Vargas B.
Rio, agosto de 2008.

miércoles, 13 de agosto de 2008

"Supongo que diez"

La veo cruzar la esquina,

empuñando sus llaves

mientras duermo.



En mi alcoba,

mi nariz se encanina por el rojo retazo

de un pedazo de falda que le arranqué,

mi cajón es como una chimenea asando un hueso.

Al despertarme aspiraba el aroma

del amor inexistente de aquella prenda

con precavidos pasos, sin medias.

Prendía un cigarro después de la leche con cereal

e inconscientemente le agregaba fresas

y me mordía los labios.



Al acostarme,

la veo una vez más

y me saco el pantalón.



Descubro que inventando preces

las lágrimas pueden caer hacia arriba hasta desaparecer

en unas lágrimas que no tienen peso.

"9"

Esa,

era capaz de besar tus heridas

para verlas sangrar,

sus labios como una inversa trampa para osos acechaban sobre la almohada

mientras que su falda quedaba atrás;

si en una noche fría invitaba un trago de vino

era en la mitad

de la mitad del mar,

si alguna vez lloraba cual magdalena

te ofrecía una cruz

para que decidieras en qué religión querías estar...



Sin embargo, tenía cosas buenas.

Ese par de cosas...

pequeñas, semi-europeas creo.



Ella,

te ofrecía la más dolorosa tarifa (4 estrellas):

lágrimas

o

pañuelos y demencia.

Su voz perfora el tiempo,

su recuerdo no tiene arrugas,

su marcha es aún verde, pareciera que madura;

tiene veinte y uno

y dos

y tres

y cuatro

y cinco

y seis...



(diplomas y Nerudas)



Esa.


Yo le llamaría puta

con el respeto de ellas,

a su corazón.



Lima, 13 de agosto de 2008

Oscar E. Donayre Gonzales

sábado, 26 de julio de 2008

"De piel, sentir"

A las jamás tocadas
o a ninguna.
Sobre su figura tallada decliné mi atención.
Sobre su cama parecía ser callada por un dios del sueño
o por un sueño de sexo
de aliento impoluto y de placentera rebeldía;
mientras dormía,
parecía que la belleza le pesaba...y sonrió.
Y con un movimiento seductor
me dijo su lunar que escapaba de la sábana
que si me atrevía,
la podía encontrar en donde camina y se sienta,
en donde su cadera no miente.
A ella le falta solo la muerte para ser completa.
Sus huesos son de seguro blanquísimos...
Porcelana que grita bajo la luna,
sus piernas tardan en venir
pues son como pétalos
y mis ojos,
mis ojos son solo dos.
Veo reaccionar sus senos bajo la sábana oscurecida,
tiene una pesadilla,
ella suda
y en esta realidad húmeda,
trepo un poco más,
un poco más por su balcón.
Círculos de vainilla,
combinación reluciente de sombra y vapor;
vista que vive sobre el tiempo,
paisaje de alta temperatura,
panorama que exige devoción,
la pared cumple su papel de protección,
hace mucho frío sobre los girasoles
y sus empolvadas vestiduras,
me duelen las manos
y me duele más, su inconsciente voz.
Sus labios se abren lentamente apuntando a la ventana
y llega a mi corazón como daga
el nombre de aquel dios...
Su boca es nociva a los bosquejos de mi fantasía,
hasta el amanecer...
Ebrio de Jules,
su carrusel,
mis lágrimas,
sus ruedas,
todo en la mente...
su imagen,
el desear tenerla.
Fresco laberinto paralelo al cuerpo...
Ella siendo la salida.
Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, 26 de julio de 2008

domingo, 20 de julio de 2008

"Historia de primaria"

Yo hice una historia al verla.
Al recordarla volví a fumar.
Y fui constante e irresponsable,
literalmente como un otoño quebrándose en la tarde de los trenes.

Sin embargo, no escribí nada aquellos días,
nada en la última página del cuaderno,
nada en las notas de amarillo enérgico,
ningún número en la libreta negra,
ningún mensaje mandado por correo;
mis manos se empolvaron,
se agrietaron mis maletas,
el lapiz fue un espejo solitario,
el dolor estos días no hizo la limpieza...

Di un paseo en la madrugada con zapatos sin respuesta.

Y la historia fue una aventura en la penumbra del silencio,
un juego desinhibido del rincón egoísta de la mente.
Sus libros sufrieron de amnesia,
mientras que mis labios fueron cocidos por los hilos del sufrimiento,
cada milímetro de la herida no tiene culpa,
cada gota roja se la entrego...

Fue suficiente,
su espalda,
su cuello,
ella me inundaba con aire los movimientos;
ella sin moverse,
yo sin saberlo.
Llevo conmigo lo suficiente,
la noche y sus ojos;
al alejarme,
le doy los míos desde la esquina intermitente
¡cómo describe sin mover la boca, la dulzura y
el envenenamiento!

No vi pasar a la mañana...

Pero la vi de nuevo
y los nombres de los niños vinieron a mi mente,
sabía tan solo un apellido,
un colegio y un vientre.
Pero volví a fumar,
y esta vez con vino
y fui constante e irresponsable que no recuerdo haberla conocido...



Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, 21 de julio de 2008