martes, 29 de abril de 2008

Pagano

Tú estás quieta, sobremanera;
pero dentro mío te diseminas, prosperas (-).

Yo que empecé a creer (+)
y me da por asemejarme a un fósforo cautivo
o a una gota de sudor eternamente dinámica.

-(Mujer de óleo) Ven conmigo al agua.

Es la mañana con licor,
tomada en guardia.

-Tengo frío.

-(Tienes filo mujer y así acaba...) ...

Luego, su cuerpo al sol.

Luego, el sol.

Luego.

Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, 29 de abril de 2008

lunes, 28 de abril de 2008

Lectura de Óscar

Uno de los mayores poetas brasileros aún vivos decía que hay un momento, en el quehacer del poeta, en que éste se convierte en un Rey Midas de la poesía: todo lo que toca lo convierte en poesía. La vida cotidiana pasa de drama a lírica.

Pero éste es seguramente tan sólo un momento, un impulso. Le sigue el momento mucho menos tenso (y mucho más infértil también) del verso maduro, trabajado racionalmente, parco en los adjetivos y denso en el concepto, alejado de la verdad colorida y evidente, lejos del corazón sin estar lejos del amor en general.

Óscar, quien además de poeta es un buen amigo mío, escribe en justa proporción a su edad, a su edad como joven y como poeta. Escribe lo que debe escribirse en la juventud. Nos habla sobre el amor y lo que lo envuelve, lo inalcanzable, lo decepcionante, lo alegre. Nos pasa la impresión de que escribe con la naturalidad con que el agua corre por el río, sin mayor razón que el hecho mismo de correr. Es como si el hablar sobre el amor fuese algo natural y la poesía fuera fácil. Pero la poesía no es fácil (si no, todos serían poetas) y Óscar escribe bien. Solamente que escribe bien sin la medíocre pretensión de hacer distante la poesía de la vida. Proponiéndoselo o no, al acortar o anular esa distancia, es más realista que todos los que, so pretexto del realismo, terminan haciendo una literatura de mala calidad, que se delicia en la miseria y disfruta de lo negativo.

He leído una reunión de poemas bajo el nombre de "Odiando el silencio de tu boca". Antes de leerla, ya sentí gusto por saber que un amigo mío escribe poesía. Y después de leerla, creo que a todos estos primeros intentos en la poesía, les sucederá la poesía más madura, más humana, la poesía que lo abarca todo sin tener que mencionarlo todo. Él ya nos ha demostrado que tiene los pertrechos, que tiene las palabras prontas, la pluma y el tintero necesarios. Ahora, sólo falta la prosa.

José A. Vargas Bazán
Rio, abril de 2008

martes, 22 de abril de 2008

Peso inactivo

Ella posó en mi estudio de las noches
con su protoboca sumergida en el aire,
a entremeses,
dando y quitando mantenía interiormente estático
lo que fuese calmante.

Pero sus glándulas dinámicas
esparcían esporas hormonales, como granadas carnales;
mientras el estudio se revolvía como en quinto año de secundaria
nadie era lo que era,
y ella solo se publicaba.

No he visto flor alguna, NATURALMENTE
que sea... natural.

Mi pecho y tu imagen combaten
y, aunque tú
sin moverte a la derrota me lances,
las raíces que absorban tus páginas blancas,
esas raíces serán de mi "techado" celaje.

Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, 29 de abril de 2008

viernes, 18 de abril de 2008

Huella invasiva

En esta noche estás habitando el viento.

Naces en silencio,
recorriendo las paredes como el grillo encerrado en el armario,
como el latido virgen de tu vientre.
Naces como de repente cuando la luna se pone viuda,
tus ojos tunelean mi alma descubierta,
las redes de tus pupilas llegan tarde a mi apetito,
fijas se enredan en mi cacería impotente;
ojos caniculares son los míos,
jirón de tu vestido es... mi siempre.

Hoy me encuentro lejano - y a veces -
hirviendo en pasado,
deposito mi texto infinito en tu mirada,
esperando letras de guitarra azul,
absorbiendo música ronroneante de tu garganta;
todo era banquete del alba danzante,
postre de la imaginación inquieta,
sed de una pecera comprendida en el aire.

El bosque bosteza en primavera
pero libera en otoño su última nota;
en verano, escucha;
y hay más días de abril,
y más noches de marzo;
y en invierno comparte su muerte.
Los dos,
como pintores sincronizados,
tenemos el dolor inmaculado y lo saboreamos con pasión.

Esta noche el bosque silba casi mudo
y sus ramas frágiles
te exhiben al ras del límite de mi alcance...

La tierra es apenas oscura
y las hojas se han revestido de blanco,
ha pasado ya tiempo desde el argumento libre del verano,
la cruz se impregna en la naturaleza
y el verde suena discreto
como un venir más lejos.

Ya no puedo ver como naces
porque mi vista se adelgaza practicando latidos;
el frío métrico enumera las margaritas, las ventanas, las verdades
y así, se descuenta la posibilidad de ensangrentar el suelo vivo.

Ya no estoy aquí
porque algún modo de existo ha desaparecido;
el viento recoge mi corazón debilitado y transparente,
coloreado de respiros nuevos,
contigo se va mi alma que memoriza tu vida justo antes de morir.


Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, 18 de abril de 2008

martes, 15 de abril de 2008

En el mejor sentido

Redireccionando las orillas de tus ropas,
he tomado numerosas esquinas para acercarlas a mi cuerpo.
Me fragmenté en razón y movimientos,
mecánicamente después de la lucha.

Y por el dedicado tiempo nos hemos dado mucho menos;
blusas y chalecos,
que a veces no caían.
Anoche entristecióse la oscuridad en retirada
y no supe de ti...
Obtuve una palabra que enterróse en la rutina
y un eco interminable de la palma de tu mano
que aplaudía mis horizontes vigilados,
como si enormemente concentrara en aquella tonelada
la enfermedad de mi organismo emocionado...

Tus pliegues calculados constelan estrellas desiguales
en el firmamento de la azotea;
los sesos despegan,
la imaginación negativa insiste en atarse,
tus caderas de superficie almohadillada
obligan a mis ojos a ejercitarse... bella gimnasta indomable
tú vales más que la tinta celaje,
que las palabras escritas en el pecho;
tú me haces aire.

Redireccionando lo ajeno, en toda su mágica propiedad,
supe repetir tu nombre en silencio;
cargué con nuestras voces ejecutando mi oído,
duplicando motivos,
tratando de jugar antárticamente, pausando ritmos entre tus gemas sonantes.
Hoy arden tus firmas en mis músculos,
tu lápiz agudo trazó con maestría el curso
de mi líquido ópalo,
has hecho un cauce vestido de tarde,
has hecho antojos ansiosos,
has causado tu reclamo...incesante!

Me resumes en una pesadilla cuando en mi alma no hay nadie.
Y pasarás por Barranco,
bendita de luz
y la calle pedirá tu nombre
y yo,
te quedaré mirando.

Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, 15 de abril de 2008

sábado, 12 de abril de 2008

dobla el corazón

En un rincón la he encontrado,
dormida,
dormida...
y mis lágrimas la recogieron preparando su noche,
acomodando su almohada,
su pelo blanco.


La reconocieron,
una vez más,
soñando,
soñando...
...preparo el mantel con sus manos dibujadas en óleo,
los sueños en mi vida la matizan
y Dios me ayuda con la mesa;
pero nos sentamos a comer solos,
Él repitiendo a diario...

Muerto estoy
de vida
y no de presencia aún.
Llegan mis actos en pedazos al movimiento,
todo lo veo pasar;
lo visto, lo recuerdo y en ella me pongo a pensar...
sea una escoba o sea un pañuelo,
sea una fruta o una hija.
Si llego a reaccionar,
tardándome siempre permaneceré, pues antes de la madre
no estuve
y después de ella, llegué
para no estar.

El sufrir se desarrolla como una mariposa,
el ver la luz, es una larva eterna que acaba de pensar.
...
Mi capullo se pausa en algún lejano rincón que la mente abraza;
se reciben los golpes,
se reciben las palabras,
en unas horas, en una cara, el dolor sana;
pero en el corazón y en el alma
la sangre cae como cascada de adiós!
...

La he encontrado,
despertando,
despertando...
y mis lágrimas le besaron los hombros,
su calor me mantuvo el pecho unido
y acomodé sus cabellos en mis manos,
por último, durante unos ojos inmóviles, los míos.
Ella me reconoció
en el puente de los transparentes.

Preparé como hace muchos años,
mi primer paso.

Le sonreí mientras se abría mi capullo...


Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, 13 de abril de 2008



Consciente (in)

¿Quién quita mis manos de tu cintura?

Cerca reaccionan
como flechas premurosas y lunares,
letales y difuntas, sin tocarse.
Yo mismo las hago viajar
abriéndolas
de mi espalda, a la altura.
No me doy cuenta
sin embargo, mi piel no lo tolera.
Si supieran aquellas flechas que no le darán a nadie,
que su blanco está vació
y que en absoluta oscuridad sus delgados cuerpos
quebrantarán,
ambas manos cruzaría demostrando lo contrario...quizás.

¿Quién te susurra al oído que tus ojos deben escapar?

Yo a veces no comprendo;
pero tú mantienes inmóvil tu biológica arquitectura,
como los años pasados,
como los recuerdos que perforan mi promesa...
Yo no sé si acabará mi superficie por rozarte
o si algún día tu vientre me corresponderá como el silbido de los bosques,
pero te trataré profundamente de cumplir mi certeza.

Soy yo
con otras voces,
descompuesto
y conformado por distintas ánimas;
soy un impertérrito enjaulado,
un bricolaje elaborado a ciegas
o un corazón por un espejo esférico resguardado.
Soy un constante ejecutor de dudas
e inquietudes,
soy un degenerador de acciones
y mañanas;
mi cabeza da más aliento que los sueños
empañando tu figura,
tu recuerdo...
por eso escribo
por lo que a sentir no llegamos...

¿Quién manipula enmascarádamente mis manos?
¿Quién encurva mi pecho, mis costillas y mis brazos?
Allá,
fuera,
hay una forma ideal;
pero no será mía
hasta que esa locura sea compartirda.
Tu mente me comprende,
hay un yo dentro de ti;
pero no me entiendes
y sales por la puerta, vistiéndote otra vez.


Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, 12 de abril de 2008

jueves, 10 de abril de 2008

XXll


Siéntate dolor,
hazlo de otra manera,
quizás en una mecedora octogenaria deberías hacerlo.
Muchas pláticas con la noche me han dejado afónico,
muchos gritos con la pared,
en mi adolescencia, sordo.

Desnudando las manos,
extraños límites se extralimitan.

Saluda el reflejo a las palmas sonrientes.

Despide el aliento más aire que el pensamiento triste...

Oportuna la eternidad aparece
como bailando en mitad de la pista galáctica,
cabe en mi tamaño.

Cuando le pertenezco
me resume,
cuando le fallo,
a ella encuentro fantástica.
¿Será que cuando se esfuma el espacio,
ella se acerca?
¿Será que mis ojos la envuelven sin yo verla?
¡Ahora cabe el universo en mi calle!
Fuera de mí
los cuadrados se desordenan,
se añaden esperanzas portátiles al esquema;
sé que esta vida es injusta
y más la muerte;
pero sé
que estaría con ella en los dos extremos de la cuerda.

Cuando me besen bocas silentes
y cuando me llamen adoloridos descendientes,
la voz alargaré en querra,
lleno de morfina
y de dientes.
Sé que ella no volverá
pero Dios mío
por qué me haces sentirla tan cerca!!!

No me cabe nada,
ni la camisa,
ni el vidrio,
ni el fuiste.
Se elevan mis lágrimas
supongo que secas;
el calor,
el calor de mis venas,
me hace olvidar la cruz,
la cruz de mi pecho;
mi pecho que extraña tu presencia,
tu presencia que está como ausente...

Esa era tu mano que frotaba mi pecho
cuando me enfermaba de fiebre,
aún,
aún siendo pequeño.


Sé fuerte amigo mío.

Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, 11 de abril de 2008

Yo contra yo

"(...) y luego entraba en una habitación donde yacía su madre muerta. Siempre
soñaba lo mismo."
Edmundo di Amicis
Corazón (Cuore)

Yo contra yo
Diez años de la muerte de mi madre

Puedo equivocarme la autoría, pero creo que era Clarice Lispector quien decía que uno escribe para liberarse de la emoción. Al final, escribir es un saldo de cuentas con uno mismo, con el que fuimos, un confronto duro en el que un par de viejos conocidos se bate en duelo impiedoso. Yo nunca había escrito sobre la muerte de mi madre.

Pero uno engaña al resto, nunca a uno mismo.

Ella murió el 29 de diciembre de 1997, con cuarenta años. La enfermedad que acabó con su vida fue el cáncer, que primero le apareció en la mama, para después irse al pulmón y luego a todo el organismo. Con la falencia múltiple de los órganos, murió de noche, en un cuarto del sexto piso del INEN, en Surquillo. Dejó tres hijos, de 18, 10 y 2 años.

A los diez años, creo que es difícil tener plena conciencia de lo que es la muerte. Es más, ni siquiera de la enfermedad yo era demasiado consciente. Cuando supe que mi madre tenía cáncer, yo tenía cinco años, y fueron cinco años más que la vi enferma. En ese tiempo, me había acostumbrado a que se ausentara de la casa por algunos días o semanas para irse al hospital, donde le aplicaban algo de lo que yo no sabía sino el nombre: la quimioterapia. Claro, algunas marcas, como el pelo y hasta las cejas caídas, me hacían ver que la enfermedad no era tan sencilla. Pero ella llevaba la enfermedad de tal manera que a mí no me fuera evidente que el cáncer era mortal. A mi hermano mayor, no podían ocultarle estas cosas, y a mi hermano menor, no necesitaban ocultarle nada, pues mal sabía hablar aún. Tanto fue así que yo sólo supe de la letalidad del cáncer el mismo día en que ella murió, solamente algunas horas antes de que se le cerraran los párpados, oscurecidos por el tratamiento, para siempre.

El impacto de la muerte de alguien tan cercano para un niño fue, en mi caso, tan grande que recuerdo hasta algunos detalles del día de la muerte. Poco antes del almuerzo, mi hermano, que estaba en el hospital, llamó a la casa y habló con mi abuela, que rompió en llanto, para después decirme que me cambiara rápido. Teníamos que ir al hospital, mi mamá se había puesto mal. En un taxi, mi abuela, mi tía y yo nos fuimos a Neoplásicas, a donde llegamos unos 30 minutos después.

Cuando subimos al sexto piso, fuimos hasta la puerta del cuarto. Un biombo me impedía verla. Mi padre estaba dentro, con mi hermano. Mi abuela y mi tía también entraron. Yo seguí todo el tiempo en el pasadizo, hasta que un primo mío me llamó y me llevó hasta una de las máquinas con golosinas. Elegí unos wafles, los Nick, famosos en esos años. Cuando estaba sentado comiendo, vi que mi primo, mirando la ciudad desde la posición privilegiada que es un sexto piso, comenzó a llorar. El mismo día de su muerte, yo no pude verla.
Después, me encuentro en el primer piso del hospital. Debía de ser las cinco de la tarde. En la puerta, oí que un tío mío le dijo a mi papá si podía ayudarlo llamando a las funerarias. Fue en ese momento que supe que mi mamá iba a morir. Recién entonces lloré, pregunté por qué pensaban que iba a morirse, si ella siempre había vuelto después de las quimioterapias. No sé si me dijeron algo o solamente dejaron que el silencio me calmara. Mi papá, sabiendo que yo todavía no había almorzado, me llevó a un restaurante al frente del hospital, donde almorcé una milanesa con papas fritas. Al volver, fuimos a la capilla que está al lado del hospital, a donde llegó mi primo unos minutos después para decirnos que nos apurásemos, que el cuadro había empeorado.

Otra vez, estaba en el sexto piso, pero de esta vez ya nadie podía entrar a ver a mi mamá. Estuvimos algunas horas en la sala de espera. A las 7 de la noche, poco más, poco menos, el doctor fue a vernos y nos dijo que mi madre había muerto. Un infarto había acabado con ella después de cuatro años de cáncer, quimioterapias, pelo caído. Un infarto en una noche en Surquillo. Afuera, todo continuaba igual.

Entonces, entramos todos. Pude tocarle las manos a mi madre, verle y tocarle el rostro ya inanimado. Fue el momento más emocionante de mi vida. La muerte no era más algo abstracto, lejano. Era algo presente, brutal, definitivo. Nunca más se puede ver a la muerte con los mismos ojos. Todos los gustos y disgustos que teníamos por vivir no íbamos más a vivirlos. Todos los llantos, los alientos, las palmadas en la espalda flaca, nada de eso pasaría más. Todos los días de las madres no tuvieron más sentido. Y nunca nadie me llamó más a la mesa con el amor y la insistencia que seguramente les son exclusivos a las madres. La mujer a la que más amé y que más me amó no estuvo nuca más.

Desde entonces, han pasado diez años.

Este verano, cuando viajé de vacaciones a Lima, le llevé un ramo de flores y lavé la placa que tiene grabado su nombre. Su muerte fue el punto de quiebre en mi vida, en mi vida flaca, materialista, seca. Si alguna vez alguien quisiera saber por qué me volví casi el contrario del que era, tendría que haber estado conmigo en la hora de su muerte. Si era extrovertido, me volví introvertido; si flexible y transigente con los liberalismos, comencé a ser insensible, cortante, intransigentemente conservador; si rápido en los gestos, lento hasta en la mirada; si simpático y confiado, me hice torvo, vacío, antipático y desconfiado hasta de mi sombra. Su ausencia ha sido lo más marcante en mi quehacer amargo, en mis días amargos, en mi vida amarga. Todas las privaciones emocionales de un huérfano, todo eso pasó y pasará hasta que yo también me muera. Finalmente, la vida es lo que es y no lo que debería haber sido, como escribió Ferreira Gullar.

Desde que se murió la mujer que más me quiso, han pasado diez años. Desde entonces, sin embargo, han pasado ya diez años. Ahora estoy lejos y la recuerdo.

José Antonio Vargas Bazán.
Lurín y Rio de janeiro, 2008.

miércoles, 9 de abril de 2008

Ojos ajenos

Tu ausencia cose con hilos redentores;
pero se derrama
y un descuido de mi naturaleza aflora y la detiene,
como las rocas a la cascada,
posiblemente buscar entre 6 invictas
deja frustada la opción de fermentar tu espalda
y viva la sed de colocar 3 máscaras.

De mis labios una precipitación se percibe
pero más allá, nada;
solo aire,
solo portales al vacío,
solo desaparecidos movimientos en una cara.

Tu vestido lo sostuvo el viento...

Tu ausencia y la mía me tienen en común
pero tú descoses al hombre niña
y quedan sobre la palabra el recuadro y tú.
Mis besos nadadores se alejan de la vida como el resto de la imagen,
pues donde hubieron manos heráldicas
frío quedará en plenitud.

Siento circundantes 4 pantallas imperiales,
4 paredes berlineses;
pretendo desnudarlas y sin embargo
encuentro solo reflejos laberínticos,
quiero creer en la verdad; pero la sed estalla.

Mis motivos pordiosean,
mis piernas se acompañan con el suelo
incluso así,
quisiera arrastrádome tomar tu pañuelo.

(Son 13 cielos y 12 personas).
Mis ojos ven muriendo...
12 metros nos mantienen
y separan;
17 pasos no dados se muestran
y 2 dados saltan en la mente;
cuando en tu mirada la suerte se vuelve violenta y bárbara.


Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, 10 de abril de 2008

São Paulo: el camino a Damasco


El año 1992, para el Brasil, está marcado por los escándalos de corrupción que terminaron por botar al presidente Fernando Collor. Era un golpe duro para un país que hacía sólo siete años había salido de una de las dictaduras establecidas en la región (y establecida, en el caso brasilero, en toda la extensión del término, pues fueron ni más ni menos que 21 años de tiranía), y que se encontraba frente al drama del impeachment de su primer mandatario elegido por voto directo después del funesto período militar.

Estos vendavales hicieron estragos también en mi familia. Vivíamos entonces en Ribeirão Preto, ciudad del interior de São Paulo. Mientras en el Brasil los precios se disparaban por la inflación, y no había previsión de mejora en la situación política, en el Perú, un ingeniero oriental anunciaba buenas nuevas y hacía parecer que a nuestra tierra natal le esperaban años dorados. Regresamos.

Pero ese 1992 tiene también un lado menos conturbado, o, más bien, tan o más conturbado pero asaz más feliz. Ese año, el São Paulo Futebol Clube, dirigido por Mestre Telê Santana, ganó todos los títulos habidos y por haber. Los principales fueron el Campeonato Brasileiro (1991), la Libertadores (1992) y, luego de un partido histórico, el título mundial sobre el Barcelona de Stoichkov, Koeman, Zubizarreta, Bakero. Viviendo en una ciudad paulista (en la que, además, había nacido Rai, el comandante del equipo victorioso), el amor fue a primera vista. En la cima, São Paulo ganaba hinchas en los cuatro cantos del mundo. Entre ellos, y para siempre, mi hermano y yo.

En 1993, cuando ya estaba viviendo de nuevo en el Perú, el equipo repitió el plato. Salió campeón de la Libertadores, ganándole en la final a la Universidad Católica de Chile. Luego, vino el partido contra el Milan, de Papin, Maldini, Baresi. De este partido, vienen mis primeros recuerdos, ya un poco más claros.

El canal 2 tenía los derechos de transmisión de la Intercontinental. El partido, realizado en Tokio, era pasado en directo. Debido a la diferencia de los husos horarios, la transmisión era en plena madrugada. Mis seis años me impedían mantenerme despierto durante todo el cotejo. Entre cabeceada y cabeceada, caí en un sueño profundo. Mi hermano, sin embargo, asistía sin pestañear.

Pero yo también salí de mi amodorramiento cuando el “¡Gol!” invadió el cuarto. Müller, delantero são-paulino, había consumado la historia. Faltando cuatro minutos para el fin del partido, metió un gol de taquito frente a la absorta e impotente mirada de los italianos. Era el 3 a 2. Esa imagen está indeleblemente grabada en mi memoria. Recuerdo la sonrisa de Telê, quien indicaba con las manos que solamente faltaban cuatro minutos para el fin. São Paulo otra vez estaba en la cumbre del fútbol. Palinha, Müller, Cafu, Leonardo, Ronaldão, Zetti y el que fue elegido el mejor del partido, Toninho Cerezo.

Fue así que nació mi pasión por el São Paulo Futebol Clube. Es ese sentimiento el que me llevó, seguramente, de Rio a São Paulo, seis horas de viaje, mala noche, para ver la final de la Libertadores de 2005. Fue esa emoción impar de querer ver aquello que quedó inconcluso en 1994, cuando el Vélez, con su típico fútbol argentino (este fútbol frío, poco vistoso, que usa y abusa de la provocación, “marrento”, como se dice en Brasil), nos impidió consagrarnos campeones de América por tercera vez. Fueron las ganas de ver la reivindicación del puesto más alto del fútbol sudamericano, más urgente luego de la triste eliminación en 2004 por el modesto Once Caldas. En fin, las mismas motivaciones que nos hacían, a mi hermano y a mí, sentarnos a tratar de sintonizar alguna radio de la AM que transmitiera los partidos del São Paulo, las noches de cuarenta grados Celsius en el suburbio de Del Castillo, en Rio de Janeiro, a solamente 6 horas de São Paulo, pero tan desesperantemente lejos del São Paulo y el Morumbi.

La historia en el Morumbi es conocida. Uno, dos, tres, cuatro a cero. Amoroso, Fabão, Luizão, Tardelli. Cuatro a cero encima del Atlético Paranaense. Casi ochenta mil almas dispersas en la inmensidad del estadio (y unas treinta mil en los alrededores). São Paulo, la ciudad de veintitantos millones, temblaba al son são-paulino: era un delirio la fiesta, el reencuentro con el trono de América. El Morumbi fue el inicio y el fin de las cosas esa noche del invierno paulista.

De San Pablo, de quien “tens o nome”, valgan las palabras que están en su Carta a los Romanos:

“Pero en todas estas cosas somos más que vencedores...”.
José A. Vargas B.
Rio, agosto de 2005.

martes, 8 de abril de 2008

Una lectura de Marx

Una chica me dijo el otro día que le sorprendía la manera en que yo reducía (o ampliaba, digo yo) todas las cosas a las razones económicas, políticas e ideológicas. Me dijo, sin mucha convicción, que eso le parecía "interesante", seguramente para no decirme que le parecía extraño, raro y dogmático. Ella, militante de una facción izquierdista de un partido político brasilero, no conseguía o no quería hacerlo así. Siendo ella tan bonita, no pude contradecirla y le dije que le atribuyera todo a mi necedad, mi insensatez y mi inmadurez.

Las tres corrientes de pensamiento en las que Marx se apoyó para desenvolver el materialismo dialéctico histórico son la economía clásica inglesa (Adam Smith, David Ricardo, ...), el socialismo francés (Fourier, Proudhon, ...) y la filosofía idealista alemana (Kant y Hegel, y después el materialismo ateo de Feuerbach). En todas ellas, el rasgo común y marcante es la puesta del ser humano en el centro del estudio. Las explicaciones y consecuencias no se buscan en el más allá, en lo trascendente y metafísico. El hombre y su destino están en el trabajo, en el movimiento político y en el hecho mismo de pensar en sí mismo y su futuro.

Cuando Marx asume y después niega dialécticamente sus influencias, arriba a conclusiones inéditas sobre las causas y las consecuencias. Esta busca que es motivo histórico de los filósofos tuvo en Marx una respuesta. Las condiciones materiales de vida son las que determinan el espíritu y no al revés, como todas las metafísicas e idealismos anteriores pretendieron. Las motivaciones económicas son anteriores al movimiento político, lo abarcan y anteceden. Esto no es un juicio apriorístico o arbitrario, sino el fruto del profundo estudio que Marx devotó al materialismo.

En general, todo estudio que se haga teniendo al margen estas verdades o negándolas abiertamente, sólo puede envolver falsos pensamientos, ideas engañosas y erróneas. Inclusive, los pensamientos más sencillos deben tener en cuenta el orden verdadero de causas y consecuencias, para no tomar como causa la consecuencia o viceversa.

No es antojadizo ver en las relaciones sociales más simples la razón económica. ¿Ya vieron personas de clases demasiado diferentes (esto es, antagónicas) casarse y amarse? ¿Ya supieron de personas francamente amigas de clases económicas diferentes?

Como los árboles de un bosque, estamos unidos por las raíces, por lo que tenemos de más profundo y material, y no por la copa o lo superficial.

José Antonio Vargas.
Rio de Janeiro, 8 de abril de 2008.

lunes, 7 de abril de 2008

Común excedente

A quien adiado primero,
le fue arrebatado con rafez
el anochecer de su dolor.
Hizo falta retroceder junto con la esquina
para retratar un salto de la corriente.
Siendo cuerpo que en vida no se consume
me ves,
como un tarara motivado,
como un infinito accidente .
Te vas y te preguntas...verdaderamente exceptuándome.
Dentro de mi filosofía, ciertas facultades aman el suspenso,
quedo desierto de voz,
ahogado de viento;
la gente me da lecciones que no aprendo
y sus ojos me piensan mutilado
y sus manos se cierran en silencio;
me quedo solo
me quedo sin quebrarme.
En esta esquina se hace tarde el alimento,
cada vuelta me tiene,
cada puesto tiene un reflejo de carne,
un espejo.
Cuando se descifran los tajos de la calle,
me tardo en volver
y retrocedo;
la vida tropieza y cayendo me grita:
"¡da otro intento!"
Es por estas horas de igualdad en resumen
en las que se olvida mi sentido colectivo, más.
E hizo falta gritar nombres,
pues, quemando las letras retorcían mi lengua;
flameando las oraciones hacían océano
(el pienso se llenaba de agua)
¡Ninguna muestra de Dios podrá brindarme raíz,
ni para beber, una palabra escuchada!
Escapé;
costándome las cuerdas,
de los hilos de los humanos; pero de Él
nada podré
y tirado frente al hombre
Dios me habrá asesinado.
Mi vida será pregunta
y no habrá último paso,
ni siquiera habrá camino para las respuestas
que me han enjaulado.
Me trago la verdad serpenteante.
Es mía.
No será compartida por ser yo humano.
En esta esquina hago fotografía eterna,
mi marco se siluetea con dignas curvas de sesos;
pido el mundo entero;
pero la gente
¡ay la gente mil piedras tirarían!
Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, 08 de abril de 2008

En candilejas

Hay una película de sir Charles Chaplin (su penúltima película, si mal no sé) llamada Limelights ("En candilejas", creo, es su título en la traducción en español). La música central de la película, creación del propio Chaplin, se hizo popular en Latinoamérica, sobre todo, en la voz de José Augusto, cantante brasilero. Julio Iglesias también hizo una versión, menos popular.

Es una canción muy buena y que dice un poco de cómo uno se siente en esta vida. Siempre salimos de un amor y vamos en busca de otro, pero no salimos iguales. Nadie pasa inmune por los amores y desamores. Salimos de las decepciones viejos, no por más maduros, sino por más acabados.

Candilejas - José Augusto
Música por sir Charles Chaplin

Tú llegaste a mí
cuando me voy.
Eres luz de abril, yo tarde gris.

Eres juventud,
amor, calor, fulgor de sol;
trajiste a mí tu juventud
cuando me voy.

Entre candilejas te adoré,
entre candilejas yo te amé.
La felicidad que diste a mi vivir se fue;
no volverá, nunca jamás, lo sé muy bien.

José Vargas Bazán.
Rio, abril de 2008.

sábado, 5 de abril de 2008

23 minutos

Despertó vestido con un conjunto de camisa y pantalón de algodón que usaba los miércoles, jueves y viernes, para dormir. Se apoyó en el velador que estaba a su derecha, buscó sus franciscanas y se fue al baño. Cogió su mandíbula anciana, palpando una barba de tres días. Bajó sus manos y callado, empezó a verse frente al espejo, arrullado con el gotear del caño.

Puso la misma cara triste de siempre, y queriendo darse lastima la consiguió. Sus ojos empezaron a botar lágrimas que carecían de verticalidad por desviarse en las arrugas de su rostro.
Se mojó la cara y, alentado por una fatiga, apoyó sus manos en el lavatorio.

“Creo que esa vez fue la última”.

Había dicho hasta luego como últimas palabras para auqellas conversación y recibió un nos vemos como respuesta. Eran tiempos de desidia y risas irresponsables: de edades mantenidas. Así pasaron días, meses y empezó a pensar si aquella había sido la última vez. ¿Por qué ya no aparecía? Coleccionó horas en postales y sus pies a veces se convertían en témpanos pretendiendo el socorro. Hizo muchas cosas para disimular la espera.

Y sus camisas se volvieron geométricas, y aparecieron pañuelos gastados en sus pantalones gastados con enmendaduras ya gastadas. Su espalda se cansó y cosechó cerros osificados. Los días hicieron que se dé cuenta que esos ya no eran sus lugares, que su edad ya no era adolescente; que la enfermera lavaba sus pañales y que la sopa cada vez le parecía más agradable. Así que se fue a esperar a otro sitio, porque eso era lo único decente que podía arrimarse a su inacción.

“Creo que esa vez fue la última”.

Ignorando sus asimilaciones de realidad, salió del edificio, se sentó en la banca de en frente y, tranquilizado por la sombra del naranjo, ejecutó una vez más el rito que llevaba décadas de existencia. Los cerebros suelen caminar y por eso se gastan cuando uno envejece, dijo alguna vez en sus años de adulto.Se levantó y resignado como los días anteriores al mediodía, inició el regreso al ostramiento en aquel edificio. Sus pies lo guiaban, indicándole que habría que cruzar nuevamente esa pista. Y a su cabeza vino nuevamente lo que había pensado en el baño.

“Creo que esa vez fue la última”

Y de repente, en medio de esa pista, sintió que algo tocaba su hombro. Era ella, pidiéndole que volteara, que había llegado. Y vio dos platos llenos de vació y manteles monocromos. Vio la misma armadura qué él había tocado para salvarle la vida. Cuando sintió que su hombro había sido tocado, vio todo. Iba a haber mucho de qué hablar. Estaba contento, porque aquella no había sido la última vez; porque a pesar de su edad después de todo, él podría seguir esperando.

El camión aceleró dándose a la fuga, dejándolo tirado.

Francisco.

Decirte algo

Salgo a ver la piedra
y me siento a su costado.
Encontramos las once,
tan dentro
que es bueno y triste.

Sus costillas anochecen...debe dolerle mucho el interior.

Solo fui a ver la piedra
y terminé entendiéndole,
descendí de mi cabeza
como lo hice cuando mamá se fue.
Mi mente se amarillenta
y sollozo nada,
como la piedra
no como mamá,
sin perecer.

La piedra viste de mujer
y nadie la entiende
y nadie la escucha,
nadie le otorga un silencio
nadie besa su pena,
nadie acaricia su amapola separándo las moléculas protectoras
para su núcleo querer.
Y es que
ella es tan honda
que casi toca la boca de mi todo.
Se asemeja a un estómago
que funciona
con la muerte dentro.

Entro a casa.

La noche es regurgitada por primera vez.

Salgo a mirar la piedra
y la acompaño.
Le encuentro tan dentro las once
que la piedra se va.

Sus costillas amanecen...debió darse cuenta de su interior.

Solo fui a mirar la piedra
y terminé por reemplazar su amargura,
descendí mi alma
como lo hice cuando mamá se fue.
No sollozo nada;
pero cómo lagrimea mi ser!

Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, 05 de abril de 2008

viernes, 4 de abril de 2008

Tacto agudo

Tu silencio tiene estilo
y
he podido darle unas lecciones hoy.
Sobre el tercer dado roído
el beso de mis rodillas lábiles urente
se ha partido;
tu ausencia obtiene voz
y
devora sustentada
mi desconsolado quejido.

Yo inventé tus palabras cuando tú jamás las diste!
Yo circundé asnado la intermitente sordera de tu aún!

Tú eres sin duda mi pacífico ataúd
y
yo,
soy el que con ambas manos toca tus bordes ancestrales.
Ah! madrugada sollozante
y
de chimeneas enlutadas,
entréguenme el fuego póstumo del amor insolente,
mis leños no saciados consuman también!!!

y...

Tu silencio tiene miedo a perderme,
sabor a extraño, inútil agudez.
Tal vez permanezcan mis manos con un de repente ...

Y
hoy
la altura parece no haber pensado,
tiene aires de naturaleza, desnudez y músculo
Ah!
pero se estrella en la memoria tu pañuelo de hojas negras,
dúctil imagen,
ahoga entre el mundo el virus de sus caderas!

Pues hoy tu ausencia tiene grito,
pues;
renuncia de pimienta,
¿derrotada? ...yo no sé...
Contenida en ocasos, transportada a tinieblas,
triste durmiente
con un beso tejeré unas mantas y con un absurdo reflejo te abrigaré;
atravesaré tu espacio como un ciego cruel
y
tus ojos empolvados limpiaré con un alfiler de plata,
nerviosas reconoceré tus armas
y esta vez la punta a otro pretendiente entregaré.


Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, 05 de abril de 2008

Poesía sobre la tumba de José Watanabe

Poesía sobre la tumba de José Watanabe

El poeta
yace acabado
entre la naturaleza.
Lo acompañan la hormiga,
el grass triunfante,
la larva disolvente.

Su función
fue hablarnos
sobre la vida,
ocupación irremediable
para un poeta.
Nos dijo
sobre la mantis religiosa
cuando hablar sobre
la mantis
era imposible.
Fueron años duros
para los poetas
y las mantis.

Un mármol
nos dice
que aquí está
José Watanabe,
el poeta.
Pero el poeta
está en todos los sitios.
La poesía no tiene
guarida,
no se casa ni tiene hijos,
la poesía es volátil
y el poeta,
vivo o muerto,
la acompaña.

Aquí yace, simplemente,
José Watanabe,
el poeta,
entre el pasto curvo,
la hormiga,
la larva,
otros muertos.

José Vargas Bazán.
Lurín y Rio de Janeiro, 2008.

miércoles, 2 de abril de 2008

Abismos

Para Verónica
móvil de sed, su servidor.
Y con estos giros babilónicos,
los costados del día caerán desvestidos,
probablemente más que ayer.





Me coges con tus vísceras
no habiendo apagado las copas,
me enredas la sangre bravia.
Despacio,
incluso hoy
se esconde mi latido pesado.
El suelo se aleja más de mi enojo elitario,
guarda llena
la luna de lágrimas
mi prosa selecta
para una María que llora hambre
de insistencia.

Sobresaltados embisten mis párpados
los cuadros oscuros de túneles tristes,
donde se une la sombra con el deseo y la oscuridad con la noche,
ahí aparece la salida
camuflada de setiembre
y oprimiendo su nombre.

Pero tú cargas mis gotas subrepticiosas.

Repentinamente me da miedo el aire,
trae consigo humillación;
yo nada consigo respirando de este horno antiguo,
nada consigo lamentándome.

Dándote la vuelta, transformo mi secreto...

Es mi movimiento humillarme,
tal vez en otra galaxia mi locomoción sea un ruiseñor forajido!


Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, 03 de abril de 2008

martes, 1 de abril de 2008

Basta mi fuga.

Ahí en mi descorgojo enlagrimado
dejo al Dios del barro,
ahí
en el sitio,
en el espacio ocupado
sufro,
prendiendo el peso de mis ojos
con fuego insuficiente;
ésta,
creación de semejanza,
no es más que un lapso
de la enfermedad divina.

Me llevaré los diciembres
en un saco hueco,
daré ilusiones a las piedras roídas,
recogiéndolas
aun cuando me sigan lloviendo.

Te acerco las conversaciones al límite del vacío,
a su crucificción y desangramiento,
te acerco la boca;
pero me das una segunda caída
y dudo
del alcance de mis manos.
Apausada crece mi amargura,
delirando con los labios
me vuelvo a ofender
y en la intensidad de mi cualidad inmóvil
que fuiste mi prójimo desconoceré.

Soy
el que parece un hombre,
miserable y caído;
respiro un golpe,
requiebro una fiebre confusa
y quejo mis silencios con sus palabras ;
en su ausencia la fijo.


Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, 02 de abril de 2008