Ahí en mi descorgojo enlagrimado
dejo al Dios del barro,
ahí
en el sitio,
en el espacio ocupado
sufro,
prendiendo el peso de mis ojos
con fuego insuficiente;
ésta,
creación de semejanza,
no es más que un lapso
de la enfermedad divina.
Me llevaré los diciembres
en un saco hueco,
daré ilusiones a las piedras roídas,
recogiéndolas
aun cuando me sigan lloviendo.
Te acerco las conversaciones al límite del vacío,
a su crucificción y desangramiento,
te acerco la boca;
pero me das una segunda caída
y dudo
del alcance de mis manos.
Apausada crece mi amargura,
delirando con los labios
me vuelvo a ofender
y en la intensidad de mi cualidad inmóvil
que fuiste mi prójimo desconoceré.
Soy
el que parece un hombre,
miserable y caído;
respiro un golpe,
requiebro una fiebre confusa
y quejo mis silencios con sus palabras ;
en su ausencia la fijo.
Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, 02 de abril de 2008
martes, 1 de abril de 2008
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