martes, 1 de abril de 2008

Basta mi fuga.

Ahí en mi descorgojo enlagrimado
dejo al Dios del barro,
ahí
en el sitio,
en el espacio ocupado
sufro,
prendiendo el peso de mis ojos
con fuego insuficiente;
ésta,
creación de semejanza,
no es más que un lapso
de la enfermedad divina.

Me llevaré los diciembres
en un saco hueco,
daré ilusiones a las piedras roídas,
recogiéndolas
aun cuando me sigan lloviendo.

Te acerco las conversaciones al límite del vacío,
a su crucificción y desangramiento,
te acerco la boca;
pero me das una segunda caída
y dudo
del alcance de mis manos.
Apausada crece mi amargura,
delirando con los labios
me vuelvo a ofender
y en la intensidad de mi cualidad inmóvil
que fuiste mi prójimo desconoceré.

Soy
el que parece un hombre,
miserable y caído;
respiro un golpe,
requiebro una fiebre confusa
y quejo mis silencios con sus palabras ;
en su ausencia la fijo.


Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, 02 de abril de 2008

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