domingo, 10 de abril de 2011

Elecciones

Acostumbraba ir temprano a votar. Lo hacía para librarme del peso de una deuda. Al menos, eso es lo que siento en las elecciones. Esta vez, desperté tarde. Era casi mediodía.

En las calles, la sombra me evadía. La gente hacía lo contrario. Era difícil esquivarlos. Me reconfortaba no haber sido el único en esa incomodidad. Acaso otras son más trágicas. Bástenos imaginar una casa en un cerro...

Llegué al colegio donde debía votar: el José María Eguren y como sucede cuando llego a un lugar donde estuve antes, recuerdo a las mujeres que encontré allí. Sé que hubiese sido mejor recordar los versos del poeta y no las imágenes de mi memoria. Sara y yo fuimos amigos de pequeños. Fue mi primera amiga o acaso, así deseo recordarla. Nos conocimos en mi colegio: el San Luis maristas, que queda en el mismo distrito que el otro: Barranco. Los dos vivíamos en Barranco, ella, en la parte bonita y verde; yo, en la parte peligrosa y gris. Creo que ella no lo sabe. Ubiqué mi mesa de votación. La ONPE numeró la mesa con la cifra 403. Subí las escaleras. El aula estaba al final del pasadizo. Como me es usual, luego de cruzar un lugar sin mirar a los lados, vuelvo la vista.

Fue entonces cuando la vi. Me demoraron un fila de votantes. No recuerdo esos rostros. Solo el de ella. La saludé; me miró; pero no hubo respuesta. No me acerqué. Se comporta de esa manera desde que tiene dinero para estar increíblemente bonita. No la culpo. No soy digno de recordar. No es la única que lo ha hecho.

Hice mi elección. Demoré poco a diferencia del resto. Me fui marcado de tinta. Oí mis pasos entre tantos. Camino a casa, pensé en los candidatos que no ganarán. No sentí pena por ellos. Creo que así se siente la mayoría que me conoce.


Oscar E. Donayre Gonzales

Lima, 10 de abril de 2011

sábado, 9 de abril de 2011

Lo perdido

El resplandor de los primeros jardines se fue,
los pies del hombre tocaron la tierra, un camino
se hizo de polvo y olvido, y los testigos
insondables maldijeron lo que podemos ver.

Crucificada la naturaleza tuvimos,
las espinas no solo son coronas, también
son los lazos, las incertidumbres, el poder...
los cinco sentidos son un engaño, un descuido.

Empobrece respirar los límites de la piel.
Se hace tarde y observamos las escrituras
en nuestras manos: "Anciano pobre, lleno de hiel".

Nos doblegan esas imparciales ataduras
a desprendernos del sueño en que tratamos de ser;
creamos, como el Otro, una grosera figura.


Lima, 03 de agosto de 2011


Oscar E. Donayre Gonzales