martes, 28 de diciembre de 2010

La chica del humo

Toda dedicatoria es un ofrecimiento;
estas palabras ya les pertenece.

0

Más que un reecuentro fue una noche. Toda noche es consecuencia de una tarde, que es el último verso del día. Nuestro reencuentro fue estrictamente geográfico pues siempre nos ha unido la poesía. Un reecuentro necesita de una previa separación. Evento que jamás fue ni será nuestro caso. Francisco, José Antonio y yo fuimos al café (el café sin afán de nombre, sin pretensión de reconocimiento) que se ubica frente al colegio Experimental en Barranco. Pero, como suele suceder en la poesía, nuestro intento superó a la satisfacción. El café estaba cerrado. Resolvimos -utilizo el plural porque no recuerdo quién lo propuso- ir al bar "Juanito". No habían asientos libres. La opresión de un peso los ocupaba. Mientras acordábamos otro lugar, una mujer se nos acercó. Estábamos en la puerta, posiblemente estorbando. Su inglés despistó a mis amigos. Conmigo no hubo tal efecto pues me interesaba más el lugar al que iríamos que descifrar la inapropiada pronunciación de una mujer ebria. Califiqué en silencio que no había respeto hacia su lengua natal, menos rigor o disciplina. Francisco le dio un cigarrillo, su petición tenía más de gozo que de necesidad. Nos refirió que era su primera visita al país y que era maravilloso. No existió eco ninguno; pero, claramente reconocí la palabra "visita". José Antonio le preguntó su procedencia. Ella dijo que era de California. Yo me pregunté, si en un país ajeno al mío, al mencionar el departamento, o en mi caso, la capital -sé que esta aclaración podría resultar hiriente- se sabría de qué país vengo. Salieron del bar un hombre y otra mujer. El hombre nos saludó con una sonrisa breve y sincera. La otra mujer, cuyas piernas incitaban distracciones, prefirió el silencio, no creo que lo prefiera porque le agrade sino porque le ayudará con la polémica. Francisco y José Antonio, que son más observadores que yo, infirieron que tres asientos habían sido abandonados. Ellos reingresaron al bar. Los seguí.

1

Las miradas nos vigilaron hasta sentarnos. Durante ese despropósito visual, Francisco afirmó que la única chica de pie en el bar era la más interesante. Aquel comentario fue una sentencia para los que hacían poco con sus ojos (no podemos decir que era un ejemplo porque evidentemente no había nadie allí capaz de seguirlo) y causaría una fijación profética a José Antonio. La segunda y última sección del bar estaba repleta de afiches. Reconocí al insuperable grupo de rock n´roll, The Beatles y me extrañó uno que manifestaba una candidatura presidencial de Gastón Acurio. Los demás eran insignificantes o no les atribuí significación; sin embargo, cuando pretendía reincorporarme a la conversación, el humo de un cigarrillo bailó frente a un afiche feminista. Si la memoria no me engaña, llevaba impreso en letras coloridas, la siguiente protesta: "La mujer no es una cosa en la TV." Rechacé aquel reclamo por incumplidor y exaltado. Quise buscar de qué boca prevenía el humo. Quise que fuera una bella mujer. La noche dejó de ser tan obscura. Ella sostenía el cigarro con su muñeca en descanso. Comprendí por qué bailaba el humo. Ella se lo permitía. Sus párpados eran carnosos, ensombrecidos quizá por sus implacables noches, enrojecidos tal vez por ese humo. Su mirada era tentadora, más que las ceñidas olas de su cabello. Me invadió una magia de hace cuatro décadas, sus atributos han dejado de ser del espacio. Me sorprendió que a pesar del color crema de sus ballerinas, su piel blanca destacara con elegancia. Ciertamente, la camisa roja y el pantalón negro fueron el contraste preciso. Repentinamente, rió y cubrió su rostro con ambas manos. Aquella tierna manera me ocultó su risa; delicadamente permaneció en secreto. Mas, sus manos fueron como un velo y no un antifaz. Otra mujer causó su risa y la duda de José Antonio con respecto al género de la bromista, me hizo reír a mí. Ellas y el afiche resultaron una coincidencia ubicacional y simbólica. Sin embargo, ella también tenía el espíritu del afiche de The Beatles. Al ver su rostro nuevamente, noté que de su bolso sacó un instrumento curioso. Eran un cilindro hecho de plástico y cuerdas. Su funcionamiento era sencillo, no sé si su ejecución requiera habilidad. Un extremo tenía una tapa elástica con una cuerda en el medio, la cual mediante un tirón daba el sonido. Ella jugó con el instrumento o para darme a las especificaciones, ella se llevó el extremo hueco a la oreja y escuchó mientras sonreía, el llamativo pero leve sonido del instrumento. La mujer que la acompañaba se lo pidió. Ella se lo dio manteniendo su sonrisa. Luego, sucedió lo más hermoso de la noche. De su bolso, sacó un estuche circular negro que cabía en la palma de su mano. Lo abrió y lo sostuvo a la altura de su pecho. Hubo silencio. Sus dedos se deslizaron por el polvo y su mirada se detuvo en el espejo. Sus mejillas eran acariciadas, sus dedos perdían el polvo. Adiviné su naturaleza femenina, aquel rasgo terrible y sutil. Detrás de ese espejo y en la otra mesa, estaba yo, memorizándola. Francisco la reconoció también.

2

La que estuvo de pie, ahora estaba sentada a mis espaldas. No estaba sola como cuando la divisó Francisco en la primera sección. La acompañaban mujeres de distintas y permitidas edades. Francisco pidió una jarra con cerveza. El mesero o el sujeto que nos atendió, advirtió que debido a la cantidad de pedidos en espera, (es decir, debido a su lentitud) el nuestro demoraría. El reecuentro hizo de esa exhortación, un infortunio prescindible. Fue después del pedido de Francisco, que José Antonio sintió o mejor dicho, fue vencido por la belleza de esa serena mujer. Por la reacción la supe guapa; pero buscar una confirmación ocular (lástima que el hombre sea un ser ocu-dependiente) y exponerme a ser frustrado por el humo del cigarrillo evidenciaría más un acecho que una curiosidad. Bastaba con la constancia de José Antonio. Además, era otra mujer la que me atrajo. Esa mujer, por ser lesbiana, era más mujer. La cerveza llegó e hicimos un brindis. Nuestros vasos de vidrio se juntaron por única vez en la noche. Francisco recibió una llamada. La jarra tenía aproximadamente para un vaso. La aclaración de Francisco fue la siguiente: "Mi madre me ha pedido que vuelva a casa. Olvidó su llave." Francisco no deseaba irse; pero debía. José Antonio le propuso quedarse un rato más, que era lo mismo que desobedecer. Luego, le insistió. Cuando José Antonio me sirvió la mitad de lo que había en la jarra, comprendí que había aceptado la próxima ausencia de Francisco. Con la partida de Francisco aumentó el interés de José Antonio por la chica. Incluso las conversaciones peligraron por esta mujer. Él la miraba y me manifestaba la belleza que me perdía. Conversamos sobre: el judaísmo, los libros sagrados, los libros clásicos, los medios de difusión, la discriminación, la carente valía de la democracia, de las mujeres y el amor. Excluyo de esas menciones la política y los burdeles porque esos fueron soliloquios de José Antonio. En los bares de Brasil es sencillo iniciar una conversación con una mujer bonita, me dice José, lo difícil es lograr algo con ellas. Me propuso hacer lo que él hizo alguna vez, escribir en una servilleta un poema y dárselo a una mujer. Hubo un chantaje y una condición. Yo no tenía dinero y José Antonio expresó que el solo pagaría si yo entregaba ese poema; la condición fue que se lo diera a la mujer a mis espaldas. Accedí. Cuando regresó del baño me preguntó por el poema y mi servilleta aún estaba en blanco. Le expliqué que no suelo citar los versos de otros autores, como fue su caso, sino que elaboro los míos propios y esos son los que entrego. Creo que en mi método hay más riesgo. José Antonio hablaba en voz alta y la chica se dio cuenta de lo que pretendíamos. Pensé que sería absurdo darle el poema. Uno de los encantos de transmitir un poema a una mujer se halla en la sorpresa y no en la espera. Quizá una supuesta expectativa me intimidó. El poema fue el siguiente: "He hallado en tu idioma de aves y de rosas, un himno de verde eternidad. Un adiós te espera, un adiós que no sabré pronunciar." Puse la servilleta bajo un vaso vacío. La mujer de enfrente se fue. La mujer que estaba a mis espaldas recibía más gente en su mesa.

3

Una pareja convencional ocupó el lugar de la chica del humo. José Antonio y yo comimos unos emparedados y bebimos unas gaseosas. Pedí la cuenta. A la sección tapizada del bar, llegó Fabiola Sialer con dos amigas. Ella cooperó con el profesor asignado y estuvo cuando él no pudo. Se encargó diestramente del curso de guión para documental. Ella me enseñó a ver "El niño ciego" de Johan Van der Keuken y compartió, en otra clase, "Los hilos invisibles" (cuán satisfactorio es ese título ahora, cuán ilusorio) un documental de su autoría. Esas dos clases me bastaron para saberla una mujer cálida y sagaz. En la primera clase, me agradó el tímido apoyo con el que nos insinuaba su delicadeza. Evidentemente, la pared actuaba como símbolo antagónico. También, su preocupación sigilosa por bajarse el polo mientras se empinaba para encender el proyector del aula. Me fascinaron las estrias de su vientre. Me enterneció a cabalidad. En la segunda clase fue la primera vez que usó la pizarra. Cuando escribía sus muslos se movían con cadencia. Fabiola y sus amigas realizaron un brindis. Sus tres vasos se juntaron. No quise alzar la voz para llamarla así que le pedí al mesero que le avisara para darle nuestra mesa. José Antonio estaba de acuerdo con ese gesto pero quería que la llamara para conversar. Yo no podía quedarme más porque debía levantarme temprano. Ella aún estaba enfrente cuando me vio. Le saludé con un solitario movimiento de mano. Ella hizo lo mismo. Imagino que en distintas áreas compartimos la timidez. Fabiola discutió unos segundos con sus amigas, imagino, mi propuesta. Ellas se acercaron. Fabiola me preguntó cómo iba con los guiones. Su pregunta sugería una diplomacia que tuve que continuar. Me detuvieron las sillas. Su amiga me ayudó a salir. Ella me despidió con una sonrisa. Yo me despedí en su mejilla. Al salir la media luna estaba increíblemente amarilla. Era ya más de medianoche. La servilleta quedó en su mesa.

Lima, 28 de diciembre de 2010
Oscar E. Donayre Gonzales

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Borges ciego

Si el corazón,
en cierta medida,
es penoso reo de las trampas
que el propio se tendió,

présbita al amanecer,

encendido visionario

al ocaso,

si es,
por otra parte,
llevada cuenta
de su rutina,
un objeto que, respirando,
va veloz,
en ómnibus y a pie,
por la ciudad,

si es,
como el universo,
algo que se expande
aun sabiendo
que es
eterno,

y un día,
más temprano que tarde,
se contrae

al punto
de concentrar toda energía-masa
conocida

de los miles de millones de planetas
que pasean en torno de las estrellas,

de los miles de millones de estrellas
en una danza de la muerte,

de los miles de millones de galaxias,
muriendo un poco a cada día,
siguiendo marcialmente las leyes del genial inglés,

arrastrando también la masa
de ti y tus padres y hermanos
y la chica que no te quiere,

el amor que no viviste,
los polvos que no lanzaste,

y también tus zapatos y tus sentimientos,
tus películas del Viejo Oeste y tu noble odio guardado,
el cuello de tu camisa y tu guitarra,
y hasta del idiota al que tu princesa ama,

digo yo,
en Sudamérica
(pleno siglo XXI,
con mi café),

¿qué sobrará de los poetas
y los poemas,
y los estantes,
y las musas,
y los burdeles,
y los libros
(incluso aquellos de tapa dura)?

José Vargas B.

domingo, 10 de octubre de 2010

Plata

Tu historia es un reflejo
del valor y de la gloria,
tu espejismo, una estatua de un perdido desierto.

Te veré siempre como una hermosa daga,
que es un espejo,
que es la otra muerte y la misma dama.

Ya no es mi piel, tu tentación reclama.
Eres la noche de los metales,
el infinito que me acompaña.

Mi rostro descansa las pupilas,
y otros rostros me dejan,
es otra noche de luna
que despide el fiel mar rojo.


Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, 10 de octubre de 2010

Dos sueños y otro (menos)

Qué es el sueño sino una pesadilla.
Su naturaleza es desconocida;
es una cruel maravilla
de mil años de tormento.

Se le han susurrado dignos poemas,
se le han entregado válidos versos;
pero son más los hombres, hartos en secretos,
los que se han perdido en su beso incierto.

De la noche no temas, ni siquiera de lo eterno;
huye de la multiplicación de las imágenes,
del laberinto que te hace otro,
de la luz que te muestra un rostro perpetuo.

Solo Dios se privó de los ojos,
de los párpados,
los días y los sueños.
A nosotros, que nacimos de su sueño no soñado,
nos queda soñar y darle uno solo.


Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, 10 de octubre de 2010

sábado, 9 de octubre de 2010

Mentiras

I

Sutil se manifiesta la mentira,
los hombres disfrutan de su ventaja;
el nombre desaparece, rebaja
las vidas pasadas. Se abre una herida.

La justicia, el orden, ya no respiran,
la atrocidad de un instante destaja
(permanece la flecha en la sonaja)
el lazo, el significado, la vida.

El hombre no merece la palabra.
El mudo sabe el lenguaje que labra,
no sueños o máscaras, sino una voz.

Es Dios quien se apiada al no mencionarnos,
de sus libros tendrá que separarnos:
nos manda al Verbo, concede perdón.


II

Existió un árbol que fue una advertencia,
espejo de nuestra naturaleza.
El hambre es fruto de rara certeza,
¿será la semejanza una sentencia?

¿Será la imagen una subsistencia?
la saga de su libro cruel empieza,
es la génesis soberbia destreza
y el apocalipsis su tenencia.

Lo siento Eva, no pude detenerte.
El paraíso tuvo dos serpientes,
tortura que una calle para siempre.

Resulta que tu luz es divergente,
dos o más y tu nombre permanente...
¡Qué hacer con Dios cuando es tan diferente!


Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, 09 de octubre de 2010.

sábado, 25 de septiembre de 2010

Balada por un Homo sapiens

Balada por un Homo sapiens

Ese hombre con su maletín,
el otro al lado
con su crucigrama
y sus deudas,
su semejante,
enfermo y adeudado,
con su gastritis,
sus temblores,
su chompa de lana,

estibadores anhelosos
del sueño del mundo,

carguen,
sobre el esternón
de poca monta,
acaso más verdades
que mis bibliotecas infinitas,

con Dumas y Erasmo
a la vanguardia del florentino,
y a retaguardia
de los pensadores,
que todo lo franquean.

Un hombre éste,
un hombre aquél,
sus sombreros
igualmente humanos,
¡adelante!

Sócrates y Russell,
y también Voltaire,
Homo sapiens,
¡adelante!

El ser humano,
querido viejo ignaro,
este animal que,
pese a su nostalgia imperial,
tiene conciencia de que la carne
vive
y después se muere,

pese, sobre todo,
a sus contradicciones
y a sus mil nombres,
ama en bancarrota,
se emborracha a fin de mes,
hace el amor en el boulevard.
No es tanto nacer Homo sapiens,
sino hacerse hombre,
diría Bernard Shaw.

Que esta notable bestia
tenga día suficiente
y dirija una venia
al catafalco de Pedro Rojas.
Que tenga voluntad
y haga de María Antonienta
una mujer cualquiera
(en el siglo XX)
frente al Sena,

primera plana de las gacetillas
parisinas.

Pero, sobre todo,
que no les falte vida
a sus días tristes,
la frente baja
junto al tiempo,
esta hoguera del mundo.

J. A. Vargas B.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Entre la vereda y el firmamento

Me demoro al caminar, no porque el cuerpo haya perdido capacidad sino porque la capacidad actual considera peligrosa la velocidad. Las edades avanzadas (no perpetremos a los matusalenes con esas inválidas palabras) o el buen avance de una edad -como es el caso de su servidor- permiten al individuo ser más precavido. Considero que las precauciones, además de darse para evitar daños o dificultades, son alivios que se da el hombre, pretendiendo extender su afán por añadir experiencias o fantasear con el control del destino (que no es lo mismo porque uno de estos actos es impío). El hombre anhela dictar sentencias, incluso a las circunstancias: al laberinto que siempre espera, a esa parte del tiempo que siempre está pendiente o mejor dicho, que acecha.

Mis pasos, para muchos, ya no son míos. Recuerdos los convencen. Recuerdos que además de ser remotos, son absurdos pero no carecen de ternura. No tengo exactitud pero deben haber transcurrido al menos 4 años sin que el suelo me haya recibido, ya sea por un descuido o un tropiezo -ambas cualidades (perdonen la palabra) son inaceptables para los que no calificamos de infantes o ancianos-. Las huellas me demuestran que hay otro. Ése me detiene. Yo persevero en construirme. Él a veces, me reconstruye. Compartimos la voz y el anfiteatro. No fuimos y no seremos, solo somos. Andamos y quizá nuestra disciplina es apariencia pero la creemos e ignoramos que sea así; es, entonces, un efecto que se resuelve en fe propia, es una vanidad implacable.


Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, 01 de septiembre de 2010

domingo, 15 de agosto de 2010

Nevertheless

Nevertheless

"Los que amaron dirán:
'Conozco esta canción
y me había olvidado de lo hermosa que era'"
Juan Gonzalo Rose. Primera canción.

No ocupan el mismo espacio
el viento rarefacto
y la guerra perdida
con su bandera arriada
mojada en sangre universal,

o las promesas incumplidas,

o las empresas en joint venture,

o el amor barroco
con su irremediable humanidad,
endeble como todo lo que es humano,
o,
en el corazón finito,
las enfermedades, el desfallecimiento,
el asfalto en la Avenida América.

Esto para no mencionar
el perdón de las deudas,
los juicios sumarios,
el vuelto en los mercados de abastos.

Nada de esto
abarca los mismos dominios de una guerra.

¿Y el buen aspecto
de cuando universitarios?
¿Todavía la vida en pie
a despecho de los años?
¿Qué hay de los sueños
blasfemos o truncados,
la lucha de clases,
los burdeles en los boulevards
de Rio y de Pyongyang?

No hay el mismo espacio
para los escopeteros
de la Legión Extranjera,
sus flámulas de vanguardia,
que para el crepúsculo,
menos que más en la vida,
menos que menos en las tardes,
menos entonces
cuando hace parecer
que la vida
es eterna.

Sé,
al margen de mis dudas,
de un lugar sobre el espacio infinito
donde caben todas las cosas,
mi café,
mi querencia,
Vallejo
y aquella vieja canción.

Nos habíamos olvidado de lo bella que era.

J. A. Vargas B.

jueves, 29 de abril de 2010

La sentencia del vocablo

Para ella que me dijo que era
pura palabra.



La luz te ha tocado,

cuando los brazos caen por la rutina,

cuando las cabezas caen en los brazos;

no acepto el tacto,

no espero que el alba me impida.



Noche tarde,

nos conectamos,

y encuentro voces en mí,

y acomodo nuestro diálogo,

deja de ser tarde,

y me brindas tus ojos a oscuras

y quiero extender mi mano.



Eres la debilidad de la noche,

te concentras en lo eterno:

a partir de unas letras

le das la naturaleza a los recuerdos.



Era una sentencia, el viento.



Serán mis palabras las que cambien o será el silencio;

no sabemos,

no sabemos...
 

Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, 29 de abril de 2010

miércoles, 28 de abril de 2010

Eco

Hay dos tiempos de exacta medida y mortal vigencia. El tiempo que vivimos y el que vamos muriendo. Su simetría es semejante a la confrontación inmóvil de dos espejos o a un allegro maestoso de tres arpistas celestiales. Probablemente sea una bienvenida rutinaria o el afecto merecido por una vida conducente. Sería el reflejo auténtico entonces, la respuesta obtenida ante un beso entre los espejos, cuya lealtad y sentencia es indiscutible, inalterable, eterna. El lector debe asumir su correspondiente desaparición y mantener la vulnerabilidad en los años inertes, así, será un obsequio el comportamiento más agudo y acabado. Proporcionada esta exégesis queda esclarecido el aprecio a los aleteos de las aves, al viento desasido, al llamado de las ramas y a Galia que encierra en todo su nombre una idea, un concepto como una palabra sagrada.

"Me duele una mujer en todo el cuerpo" fueron las palabras del maestro inalcanzable Jorge Luis Borges. Particularmente, conocí ese cansancio, me atrevo a escribir; no existe otro lenguaje de verdadero amor que el de un perpetuo derrotado, saber que el alivio se suspende ahora por el control, saber que se es víctima de la evaporación de las espadas cuando la sangre permanece tibia aún, saber que se sustituye la intuición por el análisis y que la reflexión es irremediable, saber que la ansiedad muere con las explicaciones, vivir siendo un intento, morir con el espejismo de un propósito, desear a una mujer y solo eso. Reafirmo la conclusión definitiva. Sin embargo la sucesión humana es frágil mas la condición, nunca y aunque seamos sombras a veces nos llega la luz y recobramos por un instante la composición mágica que nos hizo cenizas, la mantenemos con una mirada tierna, la extendemos con una espera cándida, hacemos, como dioses de un presente mediocre, una cruz.

El 15 de enero de 2010 fue la onomástica de un compañero de promoción, como es usual lo celebró en su casa ubicada en Los Cedros, Chorrillos. Por hábito y habilidad, Alex nos envía previamente un correo electrónico con un croquis (esto es debido a la fragilidad de algunas memorias o a la carente capacidad para ubicarse – recordemos que en algunos casos se trata de asistencia anuales -); pero este año fue la excepción. Un aviso telefónico de Gabriel fue preciso para restablecer el cumpleaños de Alex en la agenda – en mi caso, el calendario -. Como medio de transporte elegí un bus público imponente que mi padre conoce como “La 8” y cuyos beneficios me detalló en unos segundos. La 8 me dejaba a una cuadra de la casa de Alex, hallé esa información conveniente para mi holgazanería pero nefasto para la obsesión de caminar; ese número definitivamente tendrá consecuencias, eso espero. Soy escéptico y me agrada quedar obnubilado de mis adivinanzas. Mi vanidad y las horas bajas de la noche me hicieron seleccionar el asiento reservado ubicado detrás del conductor, allí pronosticaba calles fructíferas. Sorprendiendo a la ley de probabilidades subió una preciosa mujer cuyo tamaño me provocó levantar. Las ventanas dejaron de ser importantes. Ella, comenzó a cantar. Con la primera canción se ganó mi aprecio; eligió una canción de alguna provincia del Perú (con este olvido seré yo quien pierda aprecio) y la segunda fue de tanta fascinación para mí, que no pude evitar preguntarle mientras mantenía su frágil palma descubierta en dirección al cielo, qué canción era. Quería recordarla o quería un recuerdo, era bella. En el lapso de su respuesta y mi memorización saqué de mi bolsillo cuarenta céntimos – y al igual que usted estimado lector, me odio – los cuales coloqué en su pequeño bolso, similar a los que usan en las parroquias pero con decorados y combinación de colores de caracterología andina. Debía ser cauto con el dinero pues no sabía cuánta sed me provocaría después o si tomaría La 8 nuevamente o un taxi.

Esa noche nos tuvo con aberrantes acontecimientos que enumeraré con fracaso por mi gusto: Alex mató a una pequeña lagartija de un pisotón cuya cola se retorcía ya separada de su cuerpo; Francisco quemó 6 de las 8 patas de una araña; se compraron “x” cajas de cerveza (pido se me excuse de precisión aquí); secamos “y” vasos; pensé “z” veces en la voz de ella; se fumaron 78 cigarrillos; se le vertió un tazón de orina a Juan Pablo (pido se me exima de una explicación lógica); se tomaron y frieron 3 huevos sin consentimiento de Alex y se calentó arroz para 3 personas hambrientas (Carlos, Francisco y yo – que fuimos los que nos mantuvimos despiertos y somos los únicos privilegiados en saber las bajas culinarias). Al despertar, alguien en ese cumpleaños, confesó haberse hecho la vasectomía.

Han transcurrido 101 días y mantengo aquella canción en mi ISO MPEG Audio Layer 3 y aquella voz en la parte más estable e inspirada de mi memoria. Siendo el 3 de abril de 2010 me levanté queriendo deshacerme de 100 soles, provenientes de la remuneración de mi padre. Esto es debido a mi molestia por cargar efectivo. Para mí es una precaución placentera y una burla oculta para los victimarios potenciales, el tener mi dinero en una cuenta de débito. Dejé las tarjetas en casa.

Decidí ir a Amazonas y comprarme la mayor cantidad de obras posibles de Giovanni Papini. Recorrí todos los puestos y obtuve 6 títulos, que fueron: Juicio universal tomo I y II, Gog, El libro negro, Historia de Cristo y Descubrimientos espirituales. Además pude comprarme 3 películas en Polvos azules, la notable película “El Arca Rusa” de Aleksandr Sokúrov, el sorprendente film de Stanley Kubrick, “2001: odisea del espacio” y “Rumble fish” de Francis Ford Coppola. Es increíble como espeluznante; la cultura, gracias a la piratería es accesible y barata. Debo agradecer a los miles que obvian la oportunidad de crecer, que prefieren ropa, colonias y relojes a libros y películas; ellos me facilitan ser indestructible. La holgazanería de esos miles es triste, la mía es pura.

Ya sentado en el vehículo público celeste de Translima me percaté de una nueva entrega de la revista Fausto (cuyo carácter imprescindible lo veo casi al medio) por lo que bajé antes de lo previsto para retirar efectivo del cajero automático. Sin embargo, frente al artefacto bicolor, recordé que antes de salir había dejado los plásticos solventes, por lo que mi regreso a casa se hizo obligatorio y reprensible.

Mientras preparaban el almuerzo sostuve mi tarjeta en la mano, situado en medio de la sala pensaba (no titubeaba, simplemente realizaba bosquejos de mis acciones) si debía retirar los 20 soles hoy y comprar la revista o posponerlo para un domingo de holgazanería fundamentada blasfematoriamente. Almorzando tomé la decisión.
Me dirigí al puesto de periódicos con el billete y me arrepentí de no haber llevado mi teléfono celular conmigo. En la pista, debido a un accidente automovilístico (el cuerpo aplanado lo demuestra) a una paloma se le había arrebatado la vida. Con esa fotografía hubiera ganado la eternidad. Compré la revista y en la portada vi a Olenka Zimmermann, luego en mi mano vi 2 soles, el sujeto me dijo que dejaron de ser 15 soles por tratarse de una edición especial.

Camino al desaparecido, borrado, inexistente óvalo Balta (pena siento pues no sé cómo nombrar ahora el lugar y además La Lagunita) me encontré con una compañera del trabajo. Luego de unos comentarios triviales noté que a mis espaldas una gran presencia en un delicado cuerpo pasaba, noté metafísica, inexplicablemente que pasaba, que se iba. Era la mujer del infinito, ella en el día, precipitándose desde el recuerdo de la noche, desde el aporte en la significación del número 8. Me despedí inmediatamente.

Apresuré mi paso mientras ella mantenía uno atractivo y constante (preparé mi mente para hablarle, alisté mi corazón para los golpes además). Su espalda tostada se escapaba de mis líneas y sus cabellos eran devorados por el sol. Cruzamos la calle y la distancia era cercenada; ella se convirtió en una galería paroxística e inextinguible.

- Discúlpeme señorita – me atreví a pronunciar cerca a su hombro. Su primera respuesta fue mirarme. – ¿Es usted quien me reveló la canción “Arenita azul” de Lila Dawns?- agregué.

-No lo sé- contestó dibujando una sonrisa encantadora.

-¿Muchas personas le preguntan por esa canción?- pregunté ingenuamente con la intención de buscar una reminiscencia (confieso que intentaba presionarla con un sarcasmo oculto y desesperado también).

-Sí- manifestó enfocando su mirada en la pista.

-Tengo la canción en mi reproductor mp3 desde ese día; pero no me gusta la teórica versión original, prefiero la suya- dije sinceramente -¿podría cantármela?- pregunté soñando. Ella me miró un incesante momento.

-No estoy bien de la voz- me dijo. Yo, simplemente, la seguí mirando fascinado.
Entre movimientos modestos y elegantes abrió la funda de su charango, nunca vi tanta magia y desinterés para un desconocido. Sus dedos se detuvieron sobre las cuerdas y la secuencia de las notas solitarias me convertía gradualmente en un espectador contrario a sí mismo. Deseé que su voz fuera tangible, me vi completamente entregado a una fantasía, me dejé acariciar por su voz; ella logró superar el recuerdo, aquel impacto inicial y genuino que he custodiado como una derrota secreta. Me parecían atractivas y estimulantes las venas que su piel cuidaba cerca a su esternocleidomastoideo, eran sensuales, como un sendero hacia un jardín de flores de fuego, alentador como un río lúdico y cuidadoso. Ella cantó para mí, con el charango sobre su seno derecho, con las señoras sorprendidas a mi diestra, con tantos buses pasando a su lado, con tantos motivos para no hacerlo, ella cantó para mí. Ella omitió la estrofa de las mariposas pero no hacía falta. Su mérito como cantatriz y su resultado interpretativo son perfectos, insuperables; la calidez que le tenía mi mente iba in crescendo. Sé que ella cantó antes y probablemente su voz estaba cansada; pero no hubo fallas, cantó sin defectos. Recupero mi perdida eufonía mutilada por la actualidad. Mis 2 soles eran de ella ahora.

-¿Cuál es tu nombre?- dije al recuperarme.

-Galia- respondió en una imagen que sentí y clasifiqué como mítica.

-¿Sabes? Quise escribir sobre ti pero no lo pude hacer porque no tenía tu nombre y toda mujer hermosa debe inmortalizarse con un resumen ideal ¿no crees?- me atreví a halagarla con la verdad. Ella sonrió. - ¿De dónde eres? – curioseé.

-De Argentina- me respondió con un previo y enlazante - “¿sho?” – Argentina debe estar en lágrimas mientras yo disfruto de su perla perdida.

-¿Cuántos años tienes? – Pregunté sintiendo apetencia por vincular la ternura de su piel torácica superior con un número, la encontraba capciosa e inclemente, esa piel que se irá curvando, esa piel presionada por el charango, era una milonga. Su piel y mi título de desconocido eran una barrera de contradicciones. Su cuerpo conservaba la suavidad de una piel inexplorada, supe que era única. Detesto preguntar la edad pues considero que genera un concepto atolondrado pero debía informarme de ella para apreciarla más.

-¿Por qué me preguntas tanto?- objetó imperceptiblemente.

-Pues para que el relato sea verosímil debo colocar algunos datos, es una consideración para mis 4 lectores- respondí con un ingenio ejemplar y libertador.

-veintiocho- movió sus labios con los sonidos correspondientes. En mi mente repetía su nombre, mi intención era capturarla con su respuesta, toda en una imagen, toda en mis tiempos.

-¿Paras por aquí? – pregunté por las estadísticas, mas me corregí de inmediato y modifiqué la pregunta – Es decir, ¿pasas por aquí a menudo?- y agregué - No tenemos pasado ni historia Galia (pude saborear tener su nombre en mi boca); pero poseemos el punto de un decurso – manifesté queriendo desaparecer un olvido ulterior.

-Pues me voy a ir… a Cuzco- especificó al ver que mi expresión insinuaba su tierra natal. (Creo que la expresión fue de pena y un leve susto). Me agradó sentirla necesaria o sentirme abandonado. – Quisiera leer ese relato – Galia agregó.

-Veo dos opciones, en una mi billetera resguardaría un manuscrito con el relato y tendría que merodear estos lares, acecharte con la derrota de compañera y la otra, es que me des tu correo para enviártelo – dije creyendo en el éxito de mis palabras primero y segundo, conteniendo la voz en mi cabeza.

-¿Tiene lapicero?- preguntó Galia moviendo sus delicadas manos al son de sus particulares inflexiones de voz.
-No, solo dígamelo- propuse agregando en mi mente que el olvido de su correo sería un insulto al tiempo, a la literatura, a ella y a la vida.

-C,H…- deletreó parcialmente –raya abajo, ASQUITA- terminó.

-¿Asquita?¿por asquito?- pregunté porque imaginé que la separación del guión bajo era de un propósito absoluto, que disfrutaba la manipulación de las interpretaciones; pero desatiné.

-No, en realidad, era todo junto; pero como la maquinita no aceptaba le puse la raya- esclareció.

-Lo tengo, Galia- pronuncié dejando el eco de su nombre pendiente. –Mi nombre es Oscar, mucho gusto- agregué sosteniendo su mano pues un beso en la mejilla sería una historia para otras páginas.



Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, 28 de abril de 2010

sábado, 13 de febrero de 2010

Mencionar a los buitres


Mencionar a los buitres

no es penar penas

en vano.


Mencionarlos,

tocar sus alas en pleno vuelo,

no es tanto por la figura

que todo lo abarca

como por el vuelo mismo,

el gesto material

que nos da en el alma.


Pienso en su ataque certero,

su caída silenciosa,

su aterrizar

como el golpe de un mortero.


Decir sobre el buitre,

decir de su despegue,

decir de su quehacer,

mencionar su despliegue,

decir,

en las tardes,

de su ocaso,

mencionar cuán humano

es su expediente

marginal,

animal,

abismal.


Decir sobre su buche

colmado de carnes

descompuestas,

cantar

en canto firme

sobre sus patas

espantosas

es,

de algún modo

(sobre todo, en el siglo

que nos dice respecto),

participar

de su miseria.


José A. Vargas B.

Rio, 2009.

martes, 26 de enero de 2010

Intocable

Mujer de única vez,
para ti que aceptaste mi dibujo.
¿Cómo podría calificar tus labios
si sobre la tierra la abismal cantidad de sub-divisiones
me ponen en duda?
¿Cómo podría, sin premura,
afirmar que tus senos son deliciosos
si no han sido entregados a mi boca los cautivadores senos de las galas,
el compuesto mágico de las musas argénteas?

(Ni siquiera un desenlace.)

¿Cómo podría contemplarte
si mujeres, fruto de inexperiencia
han arrebatado la pureza de mis ojos?
¿Cómo podría, si a tu lado no moro,
convertir tus descuidos en vivencias,
tu existencia en un trino armonioso?

(Ni siquiera el tiempo.)

¿Cómo podría sentirte
si el alcance de mis esquemas sirven solo para enfrentarse?
¿Cómo podría dar inicio a una respuesta
si tu imagen me ha hecho vulnerable?
¿Cómo podría descrifrarte
si al verte transitan parábolas, arte?

Te necesito.

(Y ni siquiera el espacio.)


Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, 26 de enero de 2010

miércoles, 20 de enero de 2010

Consecución

A los hombres que se sueñan a sí mismos desasidos y
descansan pesadillas ajenas sobre sus hombros.




Este es mi sueño circunscripto:
un cuarto negro para un cuadro blanco.

Las habitaciones reaccionan con sus creencias e ideales,
la noche de la humanidad pierde su encanto;
el resto se desvanece,
dispersa cada parte potencial para ser una línea grotesca
en la palma cerrada de una mano.

El sueño se cumple pero no conozco ese universo,
las palabras ahora son definiciones, cada sujeto es su respuesta.


El cuadro blanco ha sido observado
y la habitación se ha llenado de colores:
cada hombre ahora cumple con su promesa.


Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, 20 de enero de 2010

martes, 19 de enero de 2010

Inocentes em Belford Roxo









Sob este viaduto,

donde partem
as notas dos madrigais
dos jovens corações,

há gente morrendo
de fome.

Quer dizer,
se me juras teu amor
e paro de vez
com este negócio
de canção,

mau vendedor
que sou

-sucedâneo,
fragmentário,
byroniano-,

ainda,

sob este viaduto,

haverá gente morrendo
de fome.

Morena,
entenda que
eu te canto,
e te canto
como alguém que faz
a vida da vida
em frangalhos,

menos como cantor
que como operário:

sob este viaduto
donde te escrevo
(minha vida quadrada
vê incrédula o século,
preso n'alma
pelas janelas do ônibus 326
Bancários - Castelo),

há gente morrendo

de fome,

de fome,

de fome.



José A. Vargas B.
Rio de Janeiro, janeiro de 2010.