miércoles, 28 de abril de 2010

Eco

Hay dos tiempos de exacta medida y mortal vigencia. El tiempo que vivimos y el que vamos muriendo. Su simetría es semejante a la confrontación inmóvil de dos espejos o a un allegro maestoso de tres arpistas celestiales. Probablemente sea una bienvenida rutinaria o el afecto merecido por una vida conducente. Sería el reflejo auténtico entonces, la respuesta obtenida ante un beso entre los espejos, cuya lealtad y sentencia es indiscutible, inalterable, eterna. El lector debe asumir su correspondiente desaparición y mantener la vulnerabilidad en los años inertes, así, será un obsequio el comportamiento más agudo y acabado. Proporcionada esta exégesis queda esclarecido el aprecio a los aleteos de las aves, al viento desasido, al llamado de las ramas y a Galia que encierra en todo su nombre una idea, un concepto como una palabra sagrada.

"Me duele una mujer en todo el cuerpo" fueron las palabras del maestro inalcanzable Jorge Luis Borges. Particularmente, conocí ese cansancio, me atrevo a escribir; no existe otro lenguaje de verdadero amor que el de un perpetuo derrotado, saber que el alivio se suspende ahora por el control, saber que se es víctima de la evaporación de las espadas cuando la sangre permanece tibia aún, saber que se sustituye la intuición por el análisis y que la reflexión es irremediable, saber que la ansiedad muere con las explicaciones, vivir siendo un intento, morir con el espejismo de un propósito, desear a una mujer y solo eso. Reafirmo la conclusión definitiva. Sin embargo la sucesión humana es frágil mas la condición, nunca y aunque seamos sombras a veces nos llega la luz y recobramos por un instante la composición mágica que nos hizo cenizas, la mantenemos con una mirada tierna, la extendemos con una espera cándida, hacemos, como dioses de un presente mediocre, una cruz.

El 15 de enero de 2010 fue la onomástica de un compañero de promoción, como es usual lo celebró en su casa ubicada en Los Cedros, Chorrillos. Por hábito y habilidad, Alex nos envía previamente un correo electrónico con un croquis (esto es debido a la fragilidad de algunas memorias o a la carente capacidad para ubicarse – recordemos que en algunos casos se trata de asistencia anuales -); pero este año fue la excepción. Un aviso telefónico de Gabriel fue preciso para restablecer el cumpleaños de Alex en la agenda – en mi caso, el calendario -. Como medio de transporte elegí un bus público imponente que mi padre conoce como “La 8” y cuyos beneficios me detalló en unos segundos. La 8 me dejaba a una cuadra de la casa de Alex, hallé esa información conveniente para mi holgazanería pero nefasto para la obsesión de caminar; ese número definitivamente tendrá consecuencias, eso espero. Soy escéptico y me agrada quedar obnubilado de mis adivinanzas. Mi vanidad y las horas bajas de la noche me hicieron seleccionar el asiento reservado ubicado detrás del conductor, allí pronosticaba calles fructíferas. Sorprendiendo a la ley de probabilidades subió una preciosa mujer cuyo tamaño me provocó levantar. Las ventanas dejaron de ser importantes. Ella, comenzó a cantar. Con la primera canción se ganó mi aprecio; eligió una canción de alguna provincia del Perú (con este olvido seré yo quien pierda aprecio) y la segunda fue de tanta fascinación para mí, que no pude evitar preguntarle mientras mantenía su frágil palma descubierta en dirección al cielo, qué canción era. Quería recordarla o quería un recuerdo, era bella. En el lapso de su respuesta y mi memorización saqué de mi bolsillo cuarenta céntimos – y al igual que usted estimado lector, me odio – los cuales coloqué en su pequeño bolso, similar a los que usan en las parroquias pero con decorados y combinación de colores de caracterología andina. Debía ser cauto con el dinero pues no sabía cuánta sed me provocaría después o si tomaría La 8 nuevamente o un taxi.

Esa noche nos tuvo con aberrantes acontecimientos que enumeraré con fracaso por mi gusto: Alex mató a una pequeña lagartija de un pisotón cuya cola se retorcía ya separada de su cuerpo; Francisco quemó 6 de las 8 patas de una araña; se compraron “x” cajas de cerveza (pido se me excuse de precisión aquí); secamos “y” vasos; pensé “z” veces en la voz de ella; se fumaron 78 cigarrillos; se le vertió un tazón de orina a Juan Pablo (pido se me exima de una explicación lógica); se tomaron y frieron 3 huevos sin consentimiento de Alex y se calentó arroz para 3 personas hambrientas (Carlos, Francisco y yo – que fuimos los que nos mantuvimos despiertos y somos los únicos privilegiados en saber las bajas culinarias). Al despertar, alguien en ese cumpleaños, confesó haberse hecho la vasectomía.

Han transcurrido 101 días y mantengo aquella canción en mi ISO MPEG Audio Layer 3 y aquella voz en la parte más estable e inspirada de mi memoria. Siendo el 3 de abril de 2010 me levanté queriendo deshacerme de 100 soles, provenientes de la remuneración de mi padre. Esto es debido a mi molestia por cargar efectivo. Para mí es una precaución placentera y una burla oculta para los victimarios potenciales, el tener mi dinero en una cuenta de débito. Dejé las tarjetas en casa.

Decidí ir a Amazonas y comprarme la mayor cantidad de obras posibles de Giovanni Papini. Recorrí todos los puestos y obtuve 6 títulos, que fueron: Juicio universal tomo I y II, Gog, El libro negro, Historia de Cristo y Descubrimientos espirituales. Además pude comprarme 3 películas en Polvos azules, la notable película “El Arca Rusa” de Aleksandr Sokúrov, el sorprendente film de Stanley Kubrick, “2001: odisea del espacio” y “Rumble fish” de Francis Ford Coppola. Es increíble como espeluznante; la cultura, gracias a la piratería es accesible y barata. Debo agradecer a los miles que obvian la oportunidad de crecer, que prefieren ropa, colonias y relojes a libros y películas; ellos me facilitan ser indestructible. La holgazanería de esos miles es triste, la mía es pura.

Ya sentado en el vehículo público celeste de Translima me percaté de una nueva entrega de la revista Fausto (cuyo carácter imprescindible lo veo casi al medio) por lo que bajé antes de lo previsto para retirar efectivo del cajero automático. Sin embargo, frente al artefacto bicolor, recordé que antes de salir había dejado los plásticos solventes, por lo que mi regreso a casa se hizo obligatorio y reprensible.

Mientras preparaban el almuerzo sostuve mi tarjeta en la mano, situado en medio de la sala pensaba (no titubeaba, simplemente realizaba bosquejos de mis acciones) si debía retirar los 20 soles hoy y comprar la revista o posponerlo para un domingo de holgazanería fundamentada blasfematoriamente. Almorzando tomé la decisión.
Me dirigí al puesto de periódicos con el billete y me arrepentí de no haber llevado mi teléfono celular conmigo. En la pista, debido a un accidente automovilístico (el cuerpo aplanado lo demuestra) a una paloma se le había arrebatado la vida. Con esa fotografía hubiera ganado la eternidad. Compré la revista y en la portada vi a Olenka Zimmermann, luego en mi mano vi 2 soles, el sujeto me dijo que dejaron de ser 15 soles por tratarse de una edición especial.

Camino al desaparecido, borrado, inexistente óvalo Balta (pena siento pues no sé cómo nombrar ahora el lugar y además La Lagunita) me encontré con una compañera del trabajo. Luego de unos comentarios triviales noté que a mis espaldas una gran presencia en un delicado cuerpo pasaba, noté metafísica, inexplicablemente que pasaba, que se iba. Era la mujer del infinito, ella en el día, precipitándose desde el recuerdo de la noche, desde el aporte en la significación del número 8. Me despedí inmediatamente.

Apresuré mi paso mientras ella mantenía uno atractivo y constante (preparé mi mente para hablarle, alisté mi corazón para los golpes además). Su espalda tostada se escapaba de mis líneas y sus cabellos eran devorados por el sol. Cruzamos la calle y la distancia era cercenada; ella se convirtió en una galería paroxística e inextinguible.

- Discúlpeme señorita – me atreví a pronunciar cerca a su hombro. Su primera respuesta fue mirarme. – ¿Es usted quien me reveló la canción “Arenita azul” de Lila Dawns?- agregué.

-No lo sé- contestó dibujando una sonrisa encantadora.

-¿Muchas personas le preguntan por esa canción?- pregunté ingenuamente con la intención de buscar una reminiscencia (confieso que intentaba presionarla con un sarcasmo oculto y desesperado también).

-Sí- manifestó enfocando su mirada en la pista.

-Tengo la canción en mi reproductor mp3 desde ese día; pero no me gusta la teórica versión original, prefiero la suya- dije sinceramente -¿podría cantármela?- pregunté soñando. Ella me miró un incesante momento.

-No estoy bien de la voz- me dijo. Yo, simplemente, la seguí mirando fascinado.
Entre movimientos modestos y elegantes abrió la funda de su charango, nunca vi tanta magia y desinterés para un desconocido. Sus dedos se detuvieron sobre las cuerdas y la secuencia de las notas solitarias me convertía gradualmente en un espectador contrario a sí mismo. Deseé que su voz fuera tangible, me vi completamente entregado a una fantasía, me dejé acariciar por su voz; ella logró superar el recuerdo, aquel impacto inicial y genuino que he custodiado como una derrota secreta. Me parecían atractivas y estimulantes las venas que su piel cuidaba cerca a su esternocleidomastoideo, eran sensuales, como un sendero hacia un jardín de flores de fuego, alentador como un río lúdico y cuidadoso. Ella cantó para mí, con el charango sobre su seno derecho, con las señoras sorprendidas a mi diestra, con tantos buses pasando a su lado, con tantos motivos para no hacerlo, ella cantó para mí. Ella omitió la estrofa de las mariposas pero no hacía falta. Su mérito como cantatriz y su resultado interpretativo son perfectos, insuperables; la calidez que le tenía mi mente iba in crescendo. Sé que ella cantó antes y probablemente su voz estaba cansada; pero no hubo fallas, cantó sin defectos. Recupero mi perdida eufonía mutilada por la actualidad. Mis 2 soles eran de ella ahora.

-¿Cuál es tu nombre?- dije al recuperarme.

-Galia- respondió en una imagen que sentí y clasifiqué como mítica.

-¿Sabes? Quise escribir sobre ti pero no lo pude hacer porque no tenía tu nombre y toda mujer hermosa debe inmortalizarse con un resumen ideal ¿no crees?- me atreví a halagarla con la verdad. Ella sonrió. - ¿De dónde eres? – curioseé.

-De Argentina- me respondió con un previo y enlazante - “¿sho?” – Argentina debe estar en lágrimas mientras yo disfruto de su perla perdida.

-¿Cuántos años tienes? – Pregunté sintiendo apetencia por vincular la ternura de su piel torácica superior con un número, la encontraba capciosa e inclemente, esa piel que se irá curvando, esa piel presionada por el charango, era una milonga. Su piel y mi título de desconocido eran una barrera de contradicciones. Su cuerpo conservaba la suavidad de una piel inexplorada, supe que era única. Detesto preguntar la edad pues considero que genera un concepto atolondrado pero debía informarme de ella para apreciarla más.

-¿Por qué me preguntas tanto?- objetó imperceptiblemente.

-Pues para que el relato sea verosímil debo colocar algunos datos, es una consideración para mis 4 lectores- respondí con un ingenio ejemplar y libertador.

-veintiocho- movió sus labios con los sonidos correspondientes. En mi mente repetía su nombre, mi intención era capturarla con su respuesta, toda en una imagen, toda en mis tiempos.

-¿Paras por aquí? – pregunté por las estadísticas, mas me corregí de inmediato y modifiqué la pregunta – Es decir, ¿pasas por aquí a menudo?- y agregué - No tenemos pasado ni historia Galia (pude saborear tener su nombre en mi boca); pero poseemos el punto de un decurso – manifesté queriendo desaparecer un olvido ulterior.

-Pues me voy a ir… a Cuzco- especificó al ver que mi expresión insinuaba su tierra natal. (Creo que la expresión fue de pena y un leve susto). Me agradó sentirla necesaria o sentirme abandonado. – Quisiera leer ese relato – Galia agregó.

-Veo dos opciones, en una mi billetera resguardaría un manuscrito con el relato y tendría que merodear estos lares, acecharte con la derrota de compañera y la otra, es que me des tu correo para enviártelo – dije creyendo en el éxito de mis palabras primero y segundo, conteniendo la voz en mi cabeza.

-¿Tiene lapicero?- preguntó Galia moviendo sus delicadas manos al son de sus particulares inflexiones de voz.
-No, solo dígamelo- propuse agregando en mi mente que el olvido de su correo sería un insulto al tiempo, a la literatura, a ella y a la vida.

-C,H…- deletreó parcialmente –raya abajo, ASQUITA- terminó.

-¿Asquita?¿por asquito?- pregunté porque imaginé que la separación del guión bajo era de un propósito absoluto, que disfrutaba la manipulación de las interpretaciones; pero desatiné.

-No, en realidad, era todo junto; pero como la maquinita no aceptaba le puse la raya- esclareció.

-Lo tengo, Galia- pronuncié dejando el eco de su nombre pendiente. –Mi nombre es Oscar, mucho gusto- agregué sosteniendo su mano pues un beso en la mejilla sería una historia para otras páginas.



Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, 28 de abril de 2010

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