sábado, 19 de diciembre de 2009

Segundo ensaio sobre um clochard

Segundo ensaio sobre um clochard
A J. G.


Cara,
esta cabeça
é triste.

Olha seu caminhar
convalido,
suas costelas
de lata,
sua loucura
de amores
enfermiços,
nervoso quando falta
seu café,

sempre com seu Marx,
seu Sinatra,
suas palavras cruzadas.

Que esperanças
num clochard?
Que de genial
haverá de vir
dos seus braços oxidados
a sustentar-lhe uma taça de vinho?
Como ama,
se é que ama,
moribundo,
um mendigo?

Ouça-se a arritmia,
o descompasso
do coração infausto.
Observe-se
o desdém
-contíguo ao espanto-
pela vida.

Valor, clochard,
valor,
é uma só corrida.
Vá até a princesa.

José A. Vargas B.

Rio, dezembro de 2009.

jueves, 17 de diciembre de 2009

Emmerdale

Así como la vida, este poema es una deuda...
El carnaval es un giro travieso, inquieto como en Perú lo es la primavera.


De otro lugar y tiempo
su exhalación ha estimulado los límites de un prosélito,
o ha hecho todo lo contrario.
Lo prohibido está siendo calculado,
lo impensable se estremece en su contraste,
de esta manera, la conducta adopta ciclos milenarios.

Las extensiones de los árboles bailan con el viento,
las hojas veteranas disfrutan su odisea bajo la sombra de su compañero,
y puedo oírte,
sentir el reflejo de un espejo cálido e interminable.
Y soy paciente como los árboles,
un ciego solemne y pretensiosamente distante
como los cristales rotos del firmamento,
en una banca casi parte de la calle.

Con solo pulsar el sentido
tu resonancia repite mi predisposición,
la eternidad circular del resurgimiento me llama a ser parte.

La música de tu boca completa mi instante
y le brinda a mi pasado un adorno sin emulación,
armónico, impecable.

Desde otro lugar y tiempo me convertiste en un fruto capsular,
víctima de inspiración y talento,
tu voz, más allá del sonido, se compone de cuerdas, magia y aliento.


Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, 17 de Diciembre de 2009

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Recobro

El lado más vulnerable de mi corazón cree en las historias sin final o por lo menos, en las historias cuyos protagonistas no permiten uno. Las primeras líneas de toda relación son dóciles, fluidas y accesibles; el principio es un espejismo, una grata fata morgana. Sin embargo, este principio es el recobro de un final, un final que antes de serlo, fue una vez primera.

Escribir responsablemente implica resultar asombroso sin que el tiempo disgregue el relato expuesto. Escribir no es un juego, requiere de precisión argumental, inspiración e intelectualidad; es sumamente difícil satisfacer a un buen lector, a un crítico hambriento. Pero, es aun más difícil escribir inteligentemente del amor. Aquellas letras son mortales. Muchas hojas han terminado al lado de mi cama, muchas palabras se pierden en un silencio fatuo y debe ser así a veces.
Quizás la tarea se ve facilitada cuando la compañía es plácida; sin embargo aquellas construcciones que se elaboran cuando la fantasía se puede saborear suelen anular la visión y así, el trabajo de una mente emerge como fruto de un corazón. Cuando los textos nacen entre risas, solo le queda un destino, que es la muerte.

Para facilitar el entorno decidí alejarme de lo inútil (e inútil debe ser tomado filosóficamente). Pude ver entonces, mi pasado amor con ternura, como se ven las nubes que se van, como se ven las aves, como se ve la lluvia. Halléme en un pabellón de vínculos, las historias habían vuelto pero no del todo. Y yo había regresado pero despierto.

Me llamó después de unos meses y recobramos sensaciones que en mi caso, parecían fosilizadas. Conversamos de su hija, los sacrificios que exige un nuevo miembro de la familia, las adictivas manías que desarrolla en su inconsciencia, el cambio de su cuerpo y quién ya no la acompañaba. Quise ayudarla, tal y como lo hacía antes. Las necesidades nos volvían a juntar. Ella en parte por su hija y yo, por la necesidad de vivir un momento más de amor. En cuanto a mi amor y mi manera de amar, las opiniones de las personas son tan aborrecibles como el ruido de los automóviles o la rabieta de una antipática criatura. Debo confesar que durante un instante pensé que mi propuesta la ofendería y nunca fui tan feliz en equivocarme. Ella también lo deseaba, ella también me quería.

Nos encontramos en las horas más funestas del día y recorrimos las mismas calles donde vimos nacer la palabra "juntos". La noche llegó desconsiderada pero precisa, el frío me permitía hacer de la invitación un gesto delicado. Nuevamente la veía sonreír y sonrojarse, sus mejillas conseguían apartarme de la realidad, como hace 3 años atrás, éramos ella y yo. Pedí una habitación oscura pues mi cuerpo ya no es el de un joven, ella estuvo de acuerdo, me dijo que en la oscuridad las sensaciones se ponen más bellas. Sobre la cama escuchamos música de su Ipod, muchas de las canciones son la banda sonora de "nuestro" pasado. Ella se inclinó a besarme...
Sé que las comparaciones no deben ser publicadas pero se debe publicar todo lo que es cierto, y de todas las mujeres que he besado, ella es la mejor haciéndolo; de todos los labios que he sentido, los de ella son los más suaves. La lentitud, la ternura, la sincronización en nuestros movimientos son prueba fehaciente de que no solo estaban ahí nuestros cuerpos sino que nos acompañaba una memoria mientras el aliento de los corazones se confundía por nuestras bocas.

Mientras uno de los dos siga vivo, no habrá un adiós. Puedo volver con ella y ella conmigo siempre; pero no completamente, no completamente...

Cuando nos despedimos equivoqué el beso y toqué su mejilla con mis labios, ella se detuvo y me los cubrió con los suyos. Sé exactamente qué hay entre nosotros pero sé también que no puede volver.



Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, 02 de Diciembre de 2009

viernes, 23 de octubre de 2009

Más allá del bien y del mal


Hace algunas semanas, como casi todos los sábados, fui a la biblioteca del Centro Cultural do Banco do Brasil. Quería leer "La ciudad y los perros", el famoso libro de Mario Vargas Llosa. Me pesaba un poco no haber leído un libro tan célebre del escritor peruano más famoso actualmente. "A cidade e os cachorros", en su versión en portugués. Tomé el libro y me fui a una mesa al fondo del pasadizo de la biblioteca, mi lugar preferido para leer.

En la novela, hay una característica que me llamó mucho la atención. El narrador, uno de los alumnos del Colegio Militar Leoncio Prado, Alberto Fernández, es llamado por sus compañeros como "El Poeta". La chapa se debe a que escribe algunas historias eróticas, poesías y cartas de amor. Estas producciones las compran los otros alumnos, junto a los cigarrillos, los rones y las revistas porno, la mercadería del contrabando escolar.

Cuando pienso en los colegas que tengo en la universidad, o incluso en la mayoría de los compañeros de colegio, compruebo que el mundo cambió. ¿Qué lugar podría tener un poeta entre los jóvenes? ¿Qué muchachos, en su sano juicio, pagarían hoy por las enardecidas cartas de amor que un poetastro amateur escribió para sus novias? Un personaje con un apodo así resultaría absurdo en una historia hodierna. Demasiado cursi, ingenuo, bestia. No vendería nunca como las calatas y los calatos.

No entiendo en qué momento cambió tanto el mundo. No sé cuándo, cómo, por qué. ¿Acabaron los sueños con el mundo unipolar del tándem USA-EU después de la caída de la URSS? ¿Se acabaron las esperanzas de los jóvenes, en el Perú postmoderno, después de la década perdida y la dictadura fujimontesinista? ¿El american way of life se cargó, junto con las materias primas, el amor?

Al salir de la biblioteca, evité tomar el café expreso que siempre tomo. No vale la pena. Tengo una gastritis, veintidós años y vivo en un mundo más o menos frío. En la farmacia, me compré unas ranitidinas y, llegando a mi casa, vi un programa de calatas.

José Vargas B.
Rio, octubre de 2009.

lunes, 28 de septiembre de 2009

Canción de amor por todos los corazones adolescentes


Todos los caminos,
Negra,
se agotaron.
Los amores se fueron,
los sudores, los fulgores,
los días de puntear
los boleros
en la viola.

De pronto,
la vida
nos dio en la nuca
como un recodo judicial.

Adiós Bakunin,
Kropotkin, Malatesta,
adiós a los maristas,
a los buenos populistas
con su canto enardecido,
adiós.

Hasta nunca,
encanto de la alborada,
juventud de los claros de luna,
los cigarros iluminando el barrio,
los lupanares en medio del humo
a enseñarnos que el infinito existe,
hasta nunca.

No obstante el cáncer
o el napalm,
es bueno saber que sobrevivimos
al camino de las piedras,
nuestra bandera negra
tremolando en tierra yerma.

Cómo uno se emociona
al ver alguna cosa
entre todas las cosas
en un cuarto
(si todas las cosas
están en Sudamérica).

Negra, ven,
duerme conmigo.
Los peores días
ya pasaron.
Es una alegría
estar vivos.

José Vargas B.
Rio, setiembre de 2009.

martes, 8 de septiembre de 2009

Fastos

Actualmente me encuentro recordando. Fue durante febrero que la conocí. Gracias a la recomendación de un amigo visité aquel local. En aquellos años vivía en San Isidro, podía darme lujos de todo tipo. Especialmente de los no materiales.

Verónica cuidaba mucho a su hija de lo que hacía.

En las vacaciones de verano, falleció su madre y tuvo que llevar a su hija al trabajo unos días. La dejaba en la habitación de al lado, procurando que los clientes no hicieran mucho ruido con la manipulación de su cuerpo ni con la cabecera de la cama. Verónica a veces, colocaba sus dedos entre la cabecera y la pared.

Ella confiaba solo en las mujeres; su amistad con las chicas nació de la empatía de una estricta desnudez colectiva. El prostíbulo era una hermandad ejemplar, en donde cada espalda era velada después de las faenas y en donde los ojos ya no tenían lágrimas, solo responsabilidad de vigilancia. Todas eran mujeres fuertes y encantadoras, unas verdaderas damas. Tenían diferentes profesiones desde arquitectas hasta abogadas. Ellas alquilaban sus cuerpos por gusto.

Los dormitorios eran simples, zafios. Contaban con un par de diminutas ventanas al frente de la puerta, y bajo éstas, se situaba la cama con una debilidad perpetua, inmortal. En aquel lugar solo las mujeres hacían la diferencia. Sin embargo, el cuarto donde la niña pasaba las horas sin estudio estaba repleto de peluches y juguetes; principalmente, juguetes de madera, móviles, mecánicos, de rudimentario accionar, aquellos juguetes inofensivos que cada vez se dejan de fabricar más.

La niña tenía 7 años y lo que escuchaba era siempre profundo, directo. Sus manos delicadas, livianas se perdían siempre en la perfección de lo ajeno, su tacto era excepcional. Su madre solía dejar la puerta cerrada con llave para que ella no saliese y se encontrase con sonidos experimentados o debutantes (que usualmente eran gemidos seguidos por un silencio gratificante). Su madre trataba de evitar el contexto. La habitación donde la niña se encontraba era la última, yuxtapuesta a la salida y al vigilante.

El pasadizo era alfombrado y originalmente, de color escarlata. Esta alfombra ha sido lugar de la examinación del placer, del morbo, de la búsqueda interna del deseo y su irreversible reconocimiento material, que frecuentemente era sobre los pechos o piernas de alguna meretriz; de las miradas contenidas e inquietas; y finalmente, de la elección de la mujer que cumpla con la mayoría de estos parámetros particulares o jadeantes apetitos callados. Por tantos pasos su color era ahora de un carmesí holgazán, laxo.

Los ojos de la pequeña era preciosos, como si dos almendras compitieran en un certámen de belleza líquido, imperceptibles líneas ambarinas se detienen bajo las pupilas rodeadas de un sector cetrino hipnotizante. Pero lamentablemente estos ojos no veían más que neblina, y a veces, en los días de verano, como éste, colores que oscilan entre aceitunas gastadas y zarzamoras guindas.

Solo el mundo sabía cuán hermosa era la niña.

La lista de útiles entusiasmaba a Verónica - y a quién no ¿verdad? - su pequeña sonreía por el simple hecho de ser cargada. Esta es la única tarea fuera del colegio que parece ser agradable en general, pensó Verónica. Ese contacto entre hija y madre lo era todo. Ellas deseaban estar unidas siempre, querían encontrarse de manera creciente, progresiva; pero habrá un alto innevitable y solo la madre conocerá.

A Verónica le gustaba elegir coloridos útiles para su hija, tenía la esperanza incesante que toda madre tiene, inagotable, siempre latente, al margen de todo pronóstico y estadística que su hija podría no salirse de las líneas y colorear las paredes alguna vez. Verónica compró 3 lápices Staedtler e imaginó a su hija como ella en el pasado, girando el lápiz sobre la carpeta para ver la combinación entre amarillo y negro; además gracias al orden espectacular de la pequeña no habría problema con que el lápiz no tuviese un borrador incorporado y en su lugar hubiese solo una superficie convexa, lisa y roja. Ella tendría todo a la manos. Ambas decían "fuchi" al oler los cuadernos y los libros nuevos; ambas chocaban sus narices sin saber nada más que su mundo compartido fuera del prostíbulo.

La noche que me atendió fue inolvidable. Su madre aún estaba viva. Conversando con ella durante mis 30 minutos restantes noté que era la prostituta ideal. La prostituta de un escritor. Le dije que de no ser por nuestros fracasos esa noche no hubiésemos estado juntos. Ella me miró sonriente y dijo: "No estamos juntos, estamos echados. Prepárate Oscar, que tendrás una victoria". E inmediatamente cogí sus muslos.

Iba hacia ella dos veces por semana. Los sábados solo nos besábamos entre charlas. El último sábado de abril los besos cesaron, me dijo que su madre había fallecido en un accidente automovilístico. Estaba muy triste. Esa noche casi nos dormimos abrazados. A diferencia de las demás chicas ella tenía un horario y yo, esos dos días tenía una responsabilidad. Dejé a Verónica y a Micaela en su casa. Mientras subía las escaleras no pude explicarme cómo aquella mujer podía estar sola. Pensé que confundía las cosas, verla triste me ilusionaba, verla vulnerable era lo que realmente siempre quise. Comprendí entonces que aquella percepción literaria, su intensidad y efecto era en vano pues ella estaba allí porque así lo quería. Era ilógico preguntarse por qué estaba sola. Ella tiene a Micaela. Sé que no debería juzgar pero aquel gusto me parecía una desgraciada expresión de libertad.

Aquella madrugada Verónica dejó de verme. Sé que Micaela escuchó nuestros forcejeos; pero ella era inocente. Sus ojos no eran ni testigos. Mis manos nunca secaron. Sería peligroso detallar dónde me encuentro ahora, no diré puente o barranco, solo diré que me encuentro recordando.
Recordando...


Lima, 08 de Septiembre de 2009
Oscar E. Donayre Gonzales

lunes, 31 de agosto de 2009

Recordación del tío Juan

“Todos los hombres han de morir, pero la muerte puede tener distintos
significados.”
Mao Tsé-Tung. Tomo III. Obras escogidas.


Hace un par de años, estando en Cajamarca, fui a visitar al tío Juan con mi papá. El tío, de algo menos de 60 años, padecía de una rara enfermedad. Entre otras cosas, la piel esclerosaba, y esto le impedía tocar la guitarra. Había comprado recientemente una espléndida guitarra de Matara, un instrumento colosal que no podía tocar. Pero aquella tarde quien hacía la música era un eximio guitarrista vecino del tío. Boleros y carnaval cajamarquino acompañaban la conversación. Tomábamos una jarra de jora preparada por la tía.

El tío había llevado una vida agitada. Muy romántica y aventurera también. Colorado, zarco cajamarquino, dejó la facultad de derecho en Trujillo para ir a estudiar antropología. Aquello no fue por acaso; fue una opción casi ideológica. Pertenecía a la izquierda de aquellos años de las guerrillas del MIR, el FIR, el ELN. En una carrera de sociales, se adentraría más fácilmente en la realidad peruana que en la fría burocracia de la vida en los fueros. La vida de militante lo llevaba también a arriesgarse en los versos y las conquistas amorosas. Era un donjuán nato, inveterado. Hoy, no tendría espacio en medio de una juventud que cambió casi que diametralmente los paradigmas de sus generaciones antecesoras. Pero en esos días del primer gobierno de Belaúnde, a la par que la América Latina iba cayendo en las garras del Plan Cóndor, ser poeta, militante, romántico, tocar la viola aún llamaba la atención.

Antes de despedirnos, el tío me llamó y me dio un consejo. Me dijo que siempre me mantuviera enterado de las cosas que pasaban en el Perú y el mundo. Una buena táctica, me recomendó, era leer el diario durante el día y algún libro en las tardes o las noches. No desligar una cosa de la otra. Mantener esa harmonía era importante. Me dio un par de libros que conservo. Nos despedimos con un fuerte abrazo. Guardo la sonrisa sincera y el brillo aún ardiente en los ojos del zarco.

El tío sabía que no le quedaba mucho tiempo de vida. Solo, divorciado, con los hijos en el extranjero, vivía gracias a la extrema bondad de su mamá. En un humilde cuarto en un caserón cerca al estadio de la UTC, pasaba aquellos días postreros luchando en vano contra la enfermedad. No podía tomar chicha ni tocar la guitarra. Así, fueron sus últimos días. Vivió un par años con la extraña dolencia.

Cuando supe de su muerte, unos meses atrás, recordé esa última visita al tío. La recordé por él y por mí. Por mis fracasos en los tortuosos caminos del amor y la ideología. No es rentable ser comunista o ser poeta en estos días. Él murió poeta y militante, firme, si bien que algo más moderado, en el terreno del socialismo y de los revolucionarios, como yo intento también. Aunque esto, en un mundo más o menos perdido, no nos dé la gloria siquiera de las conquistas con las chicas, y corramos el riesgo de la soledad. Es lo que menos importa. Quizá, no haya explicación para una vida así dentro de las convenciones burguesas, convenciones cada vez más universales y menos cuestionadas, pero tampoco hay vuelta atrás para estas almas perdidas, estas ovejas descarriadas. Saber que no nos quedamos en la indiferencia cobarde ni la duda infértil nos da alguna satisfacción.

Y se enfrenta la vida, como la muerte, siempre en guardia y combatiendo, disparando aun cuando estemos vencidos, cayendo con la tranquilidad del soldado con el deber cumplido.

José Vargas Bazán.
Rio, agosto de 2009.

sábado, 22 de agosto de 2009

La banca en concreto (y otros grupos de la calle)

Decidí salir porque quiero que se vuelva un hábito. Las personas inusuales en mi casa eran mi tío y mi abuela. Para mi tío no tengo razón alguna para fundamentar su presencia actual y ausencia evocable, no lo conozco mucho. En cambio, con mi abuela, la ausencia se debía a que mi padre estaba de vacaciones y ahora, vuelto en su rutina, mi abuela podía visitarnos como los diez meses restantes. Salí con la idea de ir al centro de Lima, específicamente, a Polvos Azules. Tenía en mente comprar Kramer vs. Kramer y luego dar una vuelta por la parte más perdida del local. Como dudaba (ya que la holgazanería se hacía de mí y me proponía no pasar de un distrito) pensé que caminando tomaría una decisión. Fui al cajero automático de la gasolinería y saqué 50 soles. Tenía ya en el bolsillo 4 para el pasaje. Mientras caminaba por una calle paralela a la avenida Miraflores, noté en 2 pequeños grupos de personas que al pasar por su lado, callaban. Uno de ellos era de hombres. Tomaban cerveza. La explicación que doy a este mutismo absurdo es que existe cierto temor o verguenza de que una persona desconocida oiga sus comentarios o ides. Quizás sea el temor inconsciente de ser juzgado precipitadamente. Lo extraño es que cuando el grupo está en movimiento esto no sucede. Seguí caminando hasta sentarme en una banca cerca al puente de los suspiros. Allí, me quedé buen rato observando a las personas que pasaban, eran casi las 10 de la noche. Barranco es un distrito pequeño, por lo que encontrarse con alguien conocido es posible, sin embargo, ese día quería decepcionarme. Una pareja transitó el lugar 3 veces, por lo que tuve tiempo de detallar en mi mente lo que cada uno llevaba puesto, especialmente ella. En la ocasión cuarta, ella apareció con una chompa blanca encima, lo cual me extrañó. Ella llevaba un bolso diminuto y el tipo, no llevaba más que billetera, era imposible llevar la chompa como precaución o lujo. El lapso entre cada pasada de la pareja era de minuto y medio, suponiendo que alguno de ellos vivía cerca, quizá la diferencia de tiempo era la respuesta. Pasaron unos bulliciosos alemanes, los 4 eran altos para mí, supongo que tanto ruido se debe a que han notado que los peruanos los miramos mucho.
De repente, pasó Magaly con un grupo de amigos. Cortázar y yo les decimos Maga a las Magaly. Creo que en ese tema tengo más amplitud, pues corto los nombres de muchas mujeres por la mitad o la tercera parte. Curiosamente me invitó a pasear con su grupo. Me hizo sonreír. Me contó que habían estado en Costa Brava tomando y que estaban algo picados. Fuimos a la iglesia del padre sin cabeza y ellas propusieron tomarnos fotos. Particularmente la idea de las fotos no me agrada pero acepté. Cuando una de las chicas posó en la puerta de la iglesia tomando una posición de oración observando al cielo, le dije que sería mejor no adoptar aquella postura gastada, especialmente en fotografías de amigos y colocando las palmas de mis manos contra la puerta, arqueé mi espalda e impulsé artísticamente mi nada despreciable trasero. Inmediatamente después de la foto agregué: "Ésta puede titularse, una prostituta en la iglesia, para darle un sentido dramático". El grupo tomó el comentario como debía tomarse; pero no en torno a mi postura, sino a la chica que posó delante de mí. Supongo que la bebida hace que los trapos sucios reluzcan. Luego, con mi propuesta en mente (y ello me gustó), otra chica posó también. Cogió una flor de color magenta que estaba sobre un borde horizontal de la pared de la iglesia. Se la colocó sobre la oreja con movimientos torpes pero encantadores. Puso su mano en la cintura y alzando la otra al cielo dijo: "Ya". En seguida, un grupo de hombres de aproximadamente 27 años y calculo, 13 en edad mental, comenzaron a imitar vocalmente a los japoneses. Obviamente, querían molestar a la chica que acababa de tomarse la foto y al amigo de la Maga. Ella se apellidaba Fujimori y él tenía un apellido de dos letras. Cruzamos entonces, las escaleras para tomarnos fotos con la estatua del chalán y los tipos no cesaron. Dije que el simple hecho de molestar a alguien desconocido es sinónimo de estupidez; pero hacer la misma broma durante 5 minutos es brutalidad pura. Ahora pienso que es probablemente una gran carencia la que motiva a buscar pelea.
Caminamos por la calle San Martín y el grupo se despidió de mí y de la Maga (no sé por qué me nombro primero al hablar de despedidas) y subieron al carro del chinito. Camino a su casa, la Maga me preguntó qué hacía sentado en la banca y le respondí que esperaba tomar la decisión de ir o no a Polvos Azules. La Maga me dijo que a esa hora no encontraría el local abierto y dejándola en su casa pensé que ella había completado mi decisión.

Nota del autor: Estos hechos sucedieron al día siguiente del relato Salaud de Pauvres. Hubieron bromas que creí apropiadas no contarlas por su contenido erótico, sodomita y perjudicial para un inexistente futuro literario.


Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, 22 de Agosto de 2009

jueves, 13 de agosto de 2009

Salaud de Pauvres

No importa dónde escriba sino adónde escriba, pensé al salir del trabajo. Salí con premura pues el hambre ya me dolía.
En llegando a casa, pregunté qué había para almorzar y mi madre me dijo que había panamito, preguntó si quería, dispuesta a servirme un plato antes de salir a recoger a mi hermana del colegio. No, contesté rápidamente, iré a comer afuera. No me malinterpreten, a mí me gusta el panamito; pero este día en particular quería algo más que menestras. Probablemente buscaba un placer conocido en la boca. Fui a mi habitación para quitarme el uniforme del banco y vestirme cómodo. Mientras me sacaba los zapatos pensé que cualquier uniforme es apenante, digno de vergüenza; pero la idea se me fue apenas quedé desnudo. Me vestí casual e intenté alistar mis bártulos. Mi lapicero 033 Medium Faber Castell lo coloqué en el bosillo derecho del pantalón; el encendedor retráctil de mi padre lo puse en el bolsillo izquierdo del abrigo, en el derecho, 5 Lucky´s; cuando busqué alguna libreta me di con la sorpresa que no tenía alguna disimulada, oscura e intelectual, así que cogí la que me regalaron en el banco, algo larga y tosca, de hojas rosáceas, "Comunidad BCP" decía en la parte inferior derecha de cada hoja, qué desagradable, la puse con dificultad en el bolsillo izquierdo de mi pantalón; no conté la billetera pero así debe ser.

Anduve fumando mientras caminaba y recordé lo que pensé al salir del trabajo, así que la burda libreta del banco no lo parecía tanto ahora. El hecho de escribir, agregué en mi mente, radica en una complicidad con uno mismo, que resulta ser, una carga y un alivio. Súbitamente me sentí pesado, creo que fue por el cigarro. Luego mutilé otras ideas hasta dar con una interesante. Soy conmigo uno; otro con los demás, el mejor con ella y queda por último, el yo con ninguno. Para explicar los dos primeros puntos diré que cuando me encuentro con gente alrededor me vuelvo bruto, un estólido que se distrae de su realidad; sin embargo parte de mí queda y a veces, cuando ya no ríen, me dicen que soy extraño, a mí me gusta decir muy singular. Por extensión, se puede inferir que el Yo con los demás comprende, los estragos del Yo conmigo, llámense ideas, conceptos propios contra las otras verdades (partidos políticos, clubes de fútbol, carreras de arte, comidas, etc.). El yo con ella no lo olvidaré jamás y uds. tampoco; pero esa historia serán líneas que entregaré en su momento. Por último, el Yo con ninguno es el yo que no hace sola cosa más que existir, es una roca; es el Yo conmigo pero absoluto, netamente racional. Para ser bueno hay que ser malo, pienso a veces en mi cuarto estado...

Me pregunté si el ave que se adentraba sola al mar sabía lo que hacía o si, llanamente actuaba por instinto. Me pregunté si el instinto mata. El ave y yo estamos solos, ambos moriremos; pero el ave lo hacía de una manera extraordinaria. La igualdad del ave y el mar radica en su naturaleza y la desventaja, en su poder. Yo, en cambio, podría pasármela escribiendo en un mar sin ojos, como esta noche. Y deteniéndome sobre la cerca de concreto, me pregunté adónde me estaba adentrando. Me senté.

De vez en cuando pasan las personas detrás de mí, ninguna me recurre, quizá me desperdician o soy, por moda, un desperdicio, no lo sé. Sigo escribiendo sobre las personas que pasan y las que no. Las personas que se quedan conmigo tampoco me recurren anoto. Observo el horizonte, esta vez no hay ninguna ave. Distingo aún el límite del mar, será obra del día ciertamente; pero no se siente nada. El día se resbala con el tiempo.
Es probable que la carencia de seres similares a mí me haya seducido a caminar por el barranco. A la mente, se me viene la idea de los círculos humanos, los grupos de amistad como aquellos que se forman en el colegio; pero yo estaba olvidado. De repente oí un chillido entre los arbustos del malecón, por la continuidad y agitación de éstos, estaba seguro de que se trataba de una rata, olvidaba que me encontraba en Barranco y no en Ginebra. Recordé entonces, la ocasión en que mi estimado amigo Francisco y yo, adquirimos las entradas para la película Whisper with the Wind con una semana de anticipación. Pero, el perjuicio de ser precavidos fue que inesperadamente hubo problemas con la película, los sub-títulos que utilizaron los productores fueron, por decir lo menos, transparentes; así que en la sala solo quedaron los que sabían francés o los que querían que nosotros sepamos que sabían. Hay ratas que nos obligan a suspender lo pactado, lo necesario y lo disfrutable. Subí por unas escaleras para alejarme del peligro. Cualquier rata es un peligro, afirmé. Al subir tenía 4 opciones para sentarme a observar el mar, las 4 tenían la misma distancia para con ella; empero una obra en construcción me obligó a tomar una elección que no fue de mi agrado y me senté en la del borde derecho. Recordé las elecciones presidenciales y las salas de cine.
Divisé a una muchacha guapa paseando a su perro chino, ambos tenían energía suficiente para sonreír hasta la noche. Andaban dando pequeños brincos cerca de los arbustos de los cuales huí; lamentablemente, los del perro llegaban más alto (teniendo en cuenta la altura propia de cada ser) y solo imaginé el peso de sus senos en mis manos. La mar, como un fondo lacónico engalanaba su albura. Me separé de ellas y me adentré donde el bullicio de los automóviles es permitido, crucé la pista y una paloma que volaba directamente hacia mí, hizo una maniobra de rutina y casi me tumba el cigarrillo. Tuve que voltearme para ver dónde se detenía, cuál era su paradero y lo hizo frente a un viejo con una bolsa de pan. En un parpadeo la perdí entre las otras. Caminé haciendo hora.

Estuve sentado sobre una piedra de superficie rudimentariamente plana, en la esquina colindante al cinematógrafo. Vi dos mezcladoras de cemento pasar por la avenida San Martín. Las sentí descaradas y pensé que habrían menos zonas verdes en algún lugar de Lima. Recuerdo que le comenté a Francisco que si en caso yo viviese cerca, estaría todos los días viendo películas; ahora, me cuesta creerlo pues presenciar cada función está 6 soles; pero ya que imaginamos que vivo por acá eso implica que la entrada no era motivo de preocupación alguna. Este día no he almorzado y los 3 cigarrillos que fumé durante mis caminatas (utilicé el plural porque tuve repetidas estaciones) disuelven esta necesidad primordial, es como si durmiera. A veces una necesidad aplaca a otra. Fumé el cuarto y pasó la tercera mezcladora. Una pareja y un perro cruzaron la pista, luego tomaron caminos distintos. La pareja se sentó brevemente en unas escaleras situadas a la entrada de la agenciaperu.tv y el perro salió de mi vista completamente, no le seguí. Creo que ellos querían jugar a los besos y el perro, así como yo en mi momento, iba a buscar alimento.

Eran las 6:15 pm y compré mi entrada junto con un chocolate Sublime. Ingresé a la sala y me senté donde habitualmente lo hago, al pie de un cuadro de la película Le Rayon Vert de Eric Rohmer, pie derecho a nuestros ojos, junto al segundo jarrón blanco. Comencé a devorar el chocolate cuando al segundo mordisco me percaté que aquel chocolate tenía una increíble cantidad de maní dentro; dadas mis condiciones, me sentí afortunado. Durante el breve bolo alimenticio noté que en cada huella de mi dentadura dejaba rastros de saliva, no era mi costumbre pero me agrado la imagen, me enternecí.
Fui al baño y miccioné, jalé la palanca con cólera porque no era el lugar para ver que alguien olvidó hacerlo. Puse empeño al lavarme las manos. Al regresar a la sala noté un nuevo cuadro, este era de fondo negro y había allí dibujado el rostro de una mujer rubia y pálida como de los años veinte calculo. Su boca era diminuta; su cuello, tentador pero lo más delicioso eran sus ojos que me recordaron a aquellos gatos que se arrepienten... posiblemente sean los gatos de mi imaginación.

Y Godard empezó a dar sus imágenes exfoliantes.



Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, 14 de Agosto de 2009

lunes, 10 de agosto de 2009

Salvo el poder



Hace algunos días, fui a la Polícia Federal, como todos los años, a renovar mi visa de estudiante. En el mismo local, al costado de la sección de extranjeros, está la oficina que expide los pasaportes a los ciudadanos brasileros. En la mesa de informaciones de esta última oficina, que está en la entrada del local, pasó la historia que cuento. Una historia que merecería un tratamiento literario que no le daré, ya por falta de talento o interés, ya porque los méritos de la historia per se dispensan una estilización que resultaría redundante.

Llegaron una señora, su hijo y la enamorada del hijo. No se oía lo que hablaban con la policía que daba las informaciones sobre los trámites del pasaporte. Después de más o menos cinco minutos, el hijo, de unos veinte años, le dio las espaldas a la policía. Ésta comenzó a vociferar. La madre comenzaba a desesperarse. El hijo continuaba caminando como si no le interesaran las amenazas de detención que lanzaba la funcionaria.

En Brasil, existe una polémica ley que pune el desacato a un funcionario público con penas de hasta seis años de reclusión. Esto es, por un desaire a un funcionario público, por ejemplo, puedes ir preso como un criminal común. En este caso, el proceso tendría el factor adicional de que el funcionario era un policía federal. La madre imploraba, en llanto, al hijo para que se callara y le pidiese disculpas a la mujer. Pero él, impasible, probablemente con razón pero sin un ápice de prudencia, continuaba caminando de espaldas a la autoridad.

En un minuto, vino el superior seguido de otros policías. Dieron algunos gritos y forcejeos. Después, se lo llevaron por un corredor hacia una oficina. La madre continuaba en llanto desgarrador. “¡Es mi único hijo!”, gritaba ante la indeferencia de los uniformados.

No sé lo que pasó en aquella oficina. Pasados unos treinta minutos, salieron la madre, el hijo y la enamorada. No sé lo que ocurrió para que no lo detuvieran. Tal vez, los policías se conmovieron por las lágrimas de la señora, aunque esto es improbable. Quizá, después de una zurra ejemplar, consideraron que el joven no osaría volver a cometer el desacato.

Lo que fuera, en esas circunstancias, de tal modo absurdas las instituciones que legitiman un régimen decadente, la humillación era, sin duda, el mal menor.
José A. Vargas Bazán.
Rio, agosto de 2009.

martes, 16 de junio de 2009

Esperando a las palomas

Niños inagotables, renovables; ancianos con su andar milimétrico, cauteloso y rutinario; jóvenes analíticos, cansados; adolescentes que no saben adónde ir ni dónde pararse; parejas temporales, parejas no renovables pasaban, pasaban delante.

Sus ojos eran como catedrales en tiempos de caos.

Pocas eran las personas que se detenían a leer lo que estaba a sus pies, y en esas pocas, todas las veces, las personas hacían gestos incógnitos o expresaban pena; la mayoría iba para encontrarse a una hora determinada en la pérgola y posteriormente desplazarse al cinematógrafo, para retratarse o comprar algunos artículos pulsera junto a la biblioteca, gastar la suela o simplemente cruzaban por allí para ponerse cariñosos bajo el puente y ruborizarse, entre otras cosas.

Alguna vez, en verano, escuchó a unas chicas hablar de una escalera y su voz se repitió miles de veces dentro de sí mismo deseando ver una. "Si alguna vez me muevo, que sea subiendo en un escalera, una escalera de caracol" y otras miles de voces se concentraron en su cabeza como un idea devolviéndose al vientre de mármol, como el eco de una cueva desalmada, una cueva hambrienta.

Las hojas paseaban por el parque, alguna fuerza extraña las cogía para bailar. Los pasos eran modificados constantemente, los danzantes eran barridos por unas personas otoñales de mascarillas verdes. Él no entendía por qué bailaban las hojas. Quizás era una danza de separación, un ritual pre mortem; él no entendía eso. Los árboles movían sus ramas diestramente, lo suficiente para que las bailarinas bajen dando giros y para que las palomas entiendan que no solo eran árboles, sino nodrizas.

Le gustaba la luz del sol. Con ella, una extensión de él bailaba un lento vals. Un vals con intervalo al mediodía. Sentía esos pasos como se sienten las mentiras de amor, como se siente un atardecer, una despedida.

Él nunca leyó lo que llevaba bajo los pies; pero tenía allí ya mucho tiempo. Las personas cambiaron sus ropas, los hombres ya no tienen sombreros que sacarse; algunas mujeres usan camisas y otras no sienten frío; los niños tienen otros dulces en manos, juguetes sofisticados; los ancianos que pasan son cada vez más jóvenes y yo, yo en una prisión que no es mía.


Lima, 16 de Junio de 2009
Oscar E. Donayre Gonzales

sábado, 13 de junio de 2009

Sondas

La última vez le faltó medio punto para ingresar; él quería ser doctor.

De pequeño tenía adicción por los curitas, le gustaba ponerse aquellas bandas cuando se manchaba las manos con la tinta de un lapicero o cuando descubría algún lunar en sus extremidades. Al crecer, sustituyó las banditas por un ideal altruista. Supo de esta vocación cuando visitó a su hermana en el hospital. Ella fue operada de apendicitis el 23 de Diciembre con éxito, sin embargo, lo que vio en la entrada del hospital fue lo determinante. Gabriel llegaba con el regalo de su hermana en manos cuando en la entrada a emergencias llegó una ambulancia de donde bajaron a una niña en una camilla. La niña tenía una pierna rota y sangre sobre su cuerpo. Él se quedó inmóvil, la niña convulsionaba y se le escapaban pequeñas líneas de sangre por la boca, su mirada perdía nombre y se enfocaba con parpadeos lentos sobre el regalo de láminas brillantes. La niña recobró su mano e intentó aproximarla al regalo y Gabriel reaccionó. Pudo rozar el papel de regalo gracias a él y en ese instante, la niña dejó de convulsionar y su delicado brazo dio el último movimiento por la gravedad. Gabriel supo entonces que esa escena no debía repetirse ante sus ojos.

Por eso, ese medio punto le dolió. En su corazón se estructuró su primer fracaso, su primer caso de muerte, él se falló y falló a los pacientes que hubiese atendido de no ser por ese medio punto. Gabriel estudió mucho para no repetir ese error, esa sensación de culpa o responsabilidad que invade principalmente a los soñadores. Dedicó muchas noches al estudio, muchas noches a su mente, muchos días a la ayuda, muchas horas al prójimo, muchas mañanas a la potencia de su latido. Sus acciones eran benévolas y aún extraoficiales.

Y pasaron incalculables libros por sus manos.

Las notas fueron publicadas y su nombre encabezaba la lista. Sintió que comenzaba a cumplir con su deber, que encajaba la primera pieza del rompecabezas, que introducía la aguja de una jeringa interminable en su piel.

Y llegó la materia del cuerpo humano.

Al principio Gabriel no podía evitar recordar al primer cadáver en su vida. La imagen de la niña lo perseguía en la quietud de los objetos de estudio, en el silencio de los cuerpos abiertos. Gabriel sabía que tenía un problema, que su motivo se había vuelto un impedimento, que la niña era un peso muerto que colgaba de su bata. Gabriel tuvo que operarse...

Y pasaron 4 años de cadáveres.

Solía estar horas con los fiambres, a veces días perfeccionando sus diversas técnicas, afinándose; diseccionar, cómo le gustaba a Gabriel diseccionar; pero ahora no tenía evocaciones de ningún tipo, no sentía nada, era un cadáver en movimiento, un cadáver con sabiduría, un doctor de mente y cuerpo.

Responder correctamente se le hizo una costumbre. “Sin enfermedades nuevas, estudiar medicina es relativamente fácil” solía decir. Gabriel tenía la completa certeza de que la mayoría de estudiantes optaron por medicina debido al palpitante deseo pueril de ser doctores, de ser hombres de respeto, hombres a los que se recurre por necesidad y salvación. Agregaba que ese deseo cambiaba durante los estudios y las prácticas, el deseo de ayuda se convertía en vanidad, en el placer de tener los diagnósticos y las noticias primero, en el orgullo de colocar las letras “Dr.” delante de su nombre. Gabriel era el mejor y lo sabía. Las notas de sus cursos eran un instrumento periódico de su vanagloria.

La universidad quedaba a 990 pasos de su casa, aproximadamente, 10 minutos. Durante la mañana la avenida estaba sin tránsito alguno, fue en el paso 500 que Gabriel observó un avión de papel caer a sus pies. Se detuvo. Pero eso no era papel, era un billete de 20 soles. Y cayeron 6 aviones más. Quien está haciendo despegar los aviones obviamente no los necesita pero ¿por qué está tirando de 20 y no billetes de mayor denominación? Se preguntó Gabriel. Cierta y afortunadamente es alguien insólito. Debo saber por qué lanza los de 20 ó por qué no lanza los de 100, debo saber el porqué. Gabriel observó las ventanas de los posibles aeropuertos: un edifico abandonado, un moderno instituto, unos departamentos… ¡Listo!¡Era allí! Gabriel recogió los billetes rápidamente para evitar que los primeros en llegar a ese instituto se percaten de ello. No había necesidad de billetes pero sí de respuesta, su costumbre de saber lo desquiciaba. En ese mismo instante un joven salía del edificio, Gabriel ya estaba en la acera y sin decir nada, aprovechó. Seguramente la salida del joven era para comprar el pan. Gabriel pensaba que todo joven vestido con un polo y un buzo por la mañana hacía eso en la calle. Subió por las escaleras hasta el sexto piso y tocó la puerta. Una simpática enfermera abrió la puerta y colocó su cuerpo contra la pared como invitándole a pasar. Gabriel entró sin titubeos, caminó hacia la habitación más lejana de la entrada e hizo a un lado el biombo. La silla de ruedas era completamente negra, contaba con un mecanismo impulsor y un panel de control al lado derecho; el anciano tenía sondas en ambas manos y una sonda nasogástrica que le permitía alimentarse; apenas podía lanzar los aviones de papel moneda, colocaba estos en el marco de la ventana y con su dedo índice lograba realizar su despegue.

En esa habitación la respuesta era solo una: "A las soluciones, al igual que a los seres humanos también les llega su tiempo". Gabriel no se sintió más el primero. Se detuvo. Y verdaderamente sintió esa pausa, aquella inmovilidad que le hacía concentrarse, que lo despertaba de sí mismo. Esa suspensión le hacía reaccionar pensando en los demás.

Gabriel cerró los ojos, suspiró por la nariz y se fue a clases.


Lima, 13 de Junio de 2009
Oscar E. Donayre Gonzales

Elogio de João Cabral en el agreste (y la vida en general)


Estaba Homero
con su poesía épica,
Shakespeare y
Garcilaso desde el drama
y el romanticismo.
También, don T. S. Eliot,
monárquico,
o sir Ezra Pound,
instalado en la demencia.

Hubo los grandes poetas
barriendo el espectro
del ritmo y la temática.
Vinícius llevaba
el lirismo en la solapa.
Solano Trinidad,
pernambucano retinto,
cantó a los negros;
Vallejo,
cholo liberteño,
cantó a los cholos.
Drummond no le cantaba
a nadie en particular,
salvo, tal vez,
a las Minas Gerais.
De Huidobro y Rubén Darío,
aprendimos la clara poesía modernista,
así también Bukowski
nos dio el desasosiego
(y no olvidemos el lirismo de Vinícius,
siempre en la solapa el lirismo).

Sin embargo,
en la siniestra
del parnaso,
estuvo
João Cabral,
el poeta sin emoción.
En Sevilla, en Recife,
João Cabral.
En Conacri, Barcelona
y Dacar también.
Solitario João Cabral,
amargaba
la culpa de Caín sin miedo:
desde João Cabral,
se puede ser,
sin probada culpa
en Sudamérica,
un poeta sin amor.
José A. Vargas Bazán
Rio de Janeiro.

domingo, 7 de junio de 2009

Interna


Lucía tomaba la pequeña muñeca entre sus brazos, la acariciaba suavemente, le acomodaba su vestido, la peinaba, cada día con un nuevo estilo; la preparaba para el desayuno.


La mesa era lo suficientemente grande para las dos, a veces la muñeca se sentaba sobre sus piernas para jugar a los aviones y cuando lo hacían el sol se asomaba por la ventana. El cielo se concentraba en sus pupilas; esa intensidad, esa magia que revoluciona con cada sensación, que emergía con algo más que amor era constante, solo cedía espacio para las sonrisas.


Lucía le enseñaba a sumar aunque los cuadernos ya estaban llenos. Eso no impedía que la muñeca aprendiera.

Ellas jugaban mucho, el recreo era un momento precioso, las tazas de té, las cosquillas, las muñecas de la muñeca y Lucía; jugaban, la edad era cuestión de imaginación, el tiempo era solo una premisa.

Llegaba el almuerzo y con este, el mediodía. La comida era balanceada, la muñeca debía estar bien alimentada; pero Lucía de vez en cuando le ayudaba a terminar. Cuando se portaba bien, había postre, si Lucía quería ver una sonrisa entusiasmada, debía obedecer, seguir los horarios, ser ordenada.

Al llegar la noche Lucía le contaba cuentos a la muñeca para que durmiese contenta, en ocasiones los inventaba porque no conocía muchos. Para cuando la muñeca dormía, Lucía salía de la cama, cuidadosamente, procurando no hacer ningún ruido, vigilando constantemente los ojitos de la pequeña muñeca. Cuando estaba la puerta abierta, apagaba la luz y cerrando los ojos recordaba la foto de su pequeña hija bajo la almohada. Luego se la llevaban a su habitación en su silla de ruedas...


Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, domingo 07 de Junio de 2009

viernes, 5 de junio de 2009

Sin espacio para el miedo (la calle más angosta)

He ido contando mis pasos como un niño lo hace con sus juguetes de navidad. Esta calle es primogénita, diferente, elemental, no hay divisiones o ventanas, puertas, macetas o cuadras; la calle es extensa, no se conforma, no es ociosa, no es formal. Esta calle tiene un pulso inmóvil y parece que yo lo sigo, no hay niebla como para pronosticar algo de temperatura, algo de cualquier lugar, no hay intersecciones, sólidas ni lógicas, no hay dogmas por dónde empezar.
Mis nociones cambian, seguro se anticipan y eso es adecuado, es contextualizado, es un principio, un horario. No sé qué sucede, distinguir cosas aquí es imposible, aquí no hay protesta o escándalo, no hay peligro y por ende, alguna zona segura...
Siento que el tiempo no pasa, pero siento que algo susurra.

( Nada )

Líneas y líneas en la voluntad pero no en las manos...
Debo ser el peligro para tener sentido, juicio, más...



Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, viernes 05 de Junio de 2009

lunes, 1 de junio de 2009

Implicado

Él se sentó en el bar. Su mirada era triste y desamparada, siempre apuntaba al vaso. El licor le había consumido un tercio de su vida; otro tercio era ansiedad y el último era desconocido, posiblemente recuerdos, posiblemente la causa fuente.

Su abuelo le dejó de herencia mucho dinero, al parecer lo suficiente para saciar la sed de un alcohólico. A su abuelo le gustaba jugar y a él también, tenían una gran colección de soldaditos y animales de granja, boleros y lanza burbujas, eran otros tiempos.

Su primer vaso fue por su amor, el segundo también, el tercero a lo mejor y el cuarto no recuerda qué... sin embargo, sabe que el último vaso no se lo podrá terminar, sabe que la mujer de su vida será más que eso...

Él no diferenciaba los colores mientras tuvieran alcohol, tiene una sola restricción, nada de cerveza. El problema con la cerveza era que no le hacía ni cosquillas; él buscaba acompañar su dolor, llenar su vacío con líquido y fuego, con recuerdos y temblor, con democracia y sabor.
Él tomaba tranquilamente, no se molestaba en voltear o iniciar una conversación. La última vez que conversó en aquel lugar fue la primera vez que entró, le dijo al cantinero: "Vendré todas las noches; no dejes que esté vacío, todo menos cerveza", dejó 200 dólares americanos sobre la barra y agregó: "cuando éste monto cubra lo que he bebido, cambias mi posavasos y te daré otros 200".
Solía sentarse lejos de los baños, no quería que algún fortachón se confundiera o que alguna tipa en mal estado se apoyase sobre él, desconcentrándole de su profundo pozo existencial y que además, sucediera lo primero. No quería contacto humano, quería un contacto fácil de manejar, un contacto fluido como el del vaso a la boca, como el de la garganta a las vísceras; quería gravedad. En su quietud observaba el borde del vaso, el borde más cercano a él, quieto hasta que su mano dibujara el bosquejo de la costumbre, quieto hasta que su vaso vuelva a nacer.

Dormía en un cuarto chorrillano, nada despreciable si no tienes proyectos familiares o al menos, intentos de ser padre, intentos y más intentos, intentos intensivos. El área más descuidada del cuarto era la cocina, nunca faltaba pan de molde; pero era lo único que había. Todas las bebidas estaban junto a su cama, en su casa no habían vasos, allí todo era de pico a labio, sin distancia, sin intermediarios. Para él, las mañanas eran canciones de cuna, un aviso para que descanse porque en la noche seguirá tomando, vivirá por gotas, vivirá por sorbos, vivirá por tragos.

Él no ve un atardecer desde los 24.

Despierta y se va tambaleando por el sueño al bar, se sienta y el cantinero le da su vaso con ginebra; él empieza, bebe.

Sonríe, una imagen llega a su cabeza, ella vestida de blanco, él de etiqueta, brindando; todos felices, sobre todo los dos. Recuerda haber llegado con ella al hotel para disfrutar una merecida luna de miel, cargándola en brazos abrió la puerta, todo era bueno; ella juez y él abogado.
Siguió bebiendo.
Recuerda el cuarto día, él preparaba una sorpresa en la playa cuando llamó a su celular la policía, su mujer fue asesinada. La vio sobre la cama en una posición de eterna disculpa. Su cuello delicado bañado en rojo salvaje, su baby doll rasgado, sus piernas golpeadas y los restos de la ventana por los suelos le sugirieron un pasado, un secreto. Se asomó sin cuidado y con su pecho comprimido, no le importaba cortarse, quería ver al asesino. Desde ese piso el asesino se veía como una araña sobre la acera, una araña de sangre y entrañas, una araña con muchos hilos; el cuchillo parpadeaba en el asfalto, su filo lo llamaba, el día moría; pero no quiso saber más, no quiso saber nada.
Siguió bebiendo.

Y bebió para poder vivir lo que debía soltar.


Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, 01 de Junio de 2009

lunes, 25 de mayo de 2009

Senos y mesas

Debí sospechar de sus labios cuando dejaron un rastro carmesí en la funda de la almohada y el vacío arrugado en ese lado de la cama, cuyas sábanas había lavado especialmente a mano para su visita. La mácula emulaba un signo de menor, de media boca, de medio amor. Pero para qué las lágrimas, no había perdido nada, ella o yo.

Tuve hambre entonces, un antojo de comer dos huevos duros en un plato pequeño, del tamaño de una mano extendida, con una uña de sal lo más lejos posible de todo borde, sin embargo mis pantuflas no estaban, eso me preocupaba, su marrón montés con líneas de anaranjado pálido cuadriculadas y de crema maltratado habían desaparecido, sin ellas transitar por mi departamento era inaceptable como andar por la calle sin música en los oídos. ¡Qué clase de perturbada se lleva las pantuflas! ¡Las mujeres que me encamo!
Tuve que buscar un reemplazo de menor rango. Llegué con medias a la cocina. Prendí la hornilla inferior derecha y coloqué una pequeña olla sobre ella.
Al ver que la superficie del agua tocaba los huevos, los solté delicadamente como si fuesen besos para ella, deseaba, mientras se hundían que no llegaran a tocar la base de la olla. Mientras cambiaban empíricamente su interior fui a mi alcoba, cogí un cigarrillo que provocaba con su quietud abismal sobre la mesa de noche y colocándolo en mis labios, lo encendí. Volví a la cocina y esperé unos minutos. Saqué rápida y cuidadosamente los huevos, colocándolos en el plato, la sal en medio, los huevos presionando a la sal;
después apagué la cocina. Abrí la refrigeradora, cogí la jarra con jugo de naranja y me serví un vaso, el agua siempre debe ir en vidrio, es más estilizado, el agua baila mientras muere; quizás no me alcance un vaso, me dije, y dejé la jarra sobre la mesa redonda de la cocina, no sé por qué razón pero siempre me dio la idea de ser una mesa para empleados, quizá era por su forma circular, sus patas negras y delgadas que le daban una aspecto frágil, casi subordinado.
Para pelar efectivamente los huevos usé un método que me había enseñado mi padre cuando tenía doce años, nunca fui muy bueno en la cocina, éste método era sencillo, girar el huevo contra una superficie consistente, ejerciendo la fuerza necesaria, luego desde el centro hacia los polos del huevo, pelar. El desayuno estaba listo posando sobre el azafate de madera, era mediodía exactamente, el derby estaba por empezar, mi cigarrillo fallecía en el cenicero y el jugo de naranja se acercaba a mi boca.

De repente, la puerta del baño se abrió y salieron primero mis pantuflas, parecían expresar temor, ese temor que se expresa cuando se es desobediente; y segundo ella. Le quedaban endemoniadamente bien, incluso se veía más atractiva, sus pies, sus piernas, perdonable completamente; no obstante eran mías, las cogió sin permiso, este acto post-coital es clásico, creo que nace con el alba, las cosas ya son comunes dice ella con su comportamiento corporal.

Hola, le dije, pensé que te habías ido.

No, me dijo ella, tu departamento es cálido, me gustaría estar contigo, agregó.

Te hice el desayuno, quería sorprenderte, dije convirtiéndome en esa mesa redonda...

Oscar E. Donayre Gonzales

Lima, lunes 25 de Mayo de 2009

domingo, 24 de mayo de 2009

"El sol"

Él caminaba de regreso a su casa por la misma vereda, vereda que tenía su nombre escrito con su puño y letra desde el año 1994, de pequeño estaba atento a los aconteceres callejeros desde su ventana, para aprovechar descuidos, para obligarlos a emerger. Le gustaba esa vereda, siempre permanecía despejada para él a su regreso, a las 23:30 hrs. Sin embargo, durante el día, precisamente en su salida, siempre había un loco en la esquina, éste le decía: "Un sol, un sol"; en calidad de respuesta incómoda o de miserable reacción, él miraba la palma de su mano, sucia, evidencia de su despreocupación, de su gloria; sus ojos, fijos pero siempre con vacante lo seguían. A él no le agradaba el loco y pensó por qué razón debía darle el sol; el sol significaba su pasaje o algún refresco; él trabajaba, era su sol; además el loco parecía tener hogar, cada día tenía puesta diferente muda de harapos, caminaba solamente en la esquina, era su perímetro por lo que se podía inferir que vivía cerca, que salía porque alguien se lo permitía ¡qué desconsideración con la tranquilidad del resto! ¡Con la mía!
Había que ponerle fin a eso, a esa incomodidad, a ese sujeto puramente prescindible, a ese sujeto que cada día estaba en mi camino, en mi esquina; había que encerrarlo, había que alejarlo de la vida de las personas con establecimiento, con desarrollo. Pero la pregunta es cómo. Qué podía hacer para alejarlo... Hablar con los apoderados, razonar y lograr que lo cautiven; quizás con una buena tunda el loco se vaya a otra esquina, ojalá que no sea la de enfrente; quizás si le hago algunas preguntas pueda encontrar una manera de alejarlo sin contacto con terceros, de igual forma si algo sale mal, no creo que sepa quejarse...Está decidido entonces, mañana verá.

Salió decidido, con media hora de anticipación y fue directamente a la esquina. Antes que el loco le dijera la tontera que siempre le decía, él le preguntó: "Si te doy el sol ¿qué harías?" y el loco le respondió "Tú no, tú no". ¡Qué es el sol para ti?, replicó exaltándose. "Es vital, vital" dijo el loco dejando de mirarle.



Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, domingo 24 de Mayo de 2009

martes, 19 de mayo de 2009

A un paso de la eternidad



Esto es en los años de la dictadura de Fujimori.

No era más posible sentir al menos tristeza o revuelta por la Constitución levantada. No a los setenta y dos años, que eran los años del escritor. Era un anciano, uno como cualquier otro. Se acordaba de los días agitados en Santiago, cuando Chile cayó en las manos de los fascistas, en 1973. Fueron treinta mil, entre muertos y desaparecidos. Antes, había caído Brasil, después siguió Argentina. El Plan Cóndor parecía un infierno sin fin en Sudamérica, este sub-continente en el que siempre lo peor estaba por llegar. Sudamérica era un pedazo de tierra que no funcionó. Estaba condenado al olvido por los dioses que urden el destino. Pero esto también pasó. No le quedaban al escritor más fuerzas para combatir por algún ideal como en esos años de militancia. El amor, amor por las mujeres, por los ideales, le había dejado una pila de escritos inservibles que ninguna editorial quiso publicar, una úlcera y ninguna lección. Un poema elogiando a José Martí o a los barbudos de Sierra Maestra podía rendirle encamarse con una mujer entusiasta, fea y feminista en los años setenta, pero no ahora. El tiempo había andado a una velocidad que el escritor no acompañó. El amor se había llevado los mejores años de su vida.

En otra mesa del Salas, estaba la joven. Era una joven como cualquier otra. No se puede ser demasiado diferente cuando se es joven. Uno comete tantos errores que, en la caldera de la vida, se quema y se funde con todos. Llegó a Cajamarca para trabajar como secretaria en una ONG. Eran los años del boom de la mina de oro. Dejó su Lima natal para recomenzar su vida laboral en la sequedad de la sierra norte. Había sido despedida de una editorial y no tenía mucho que perder a los veinticinco años.

No era la primera vez que coincidían en el Salas. Para él, el café a las siete de la noche era parte de su rutina que cumplía religiosamente. Se sentaba en la misma mesa, lo atendía el mismo mozo, pedía lo mismo siempre. Tenía esta costumbre desde hacía muchos años, sin importarle las restricciones que le dio el médico después de que le reventara la úlcera. Tomaba una pastilla para la gastritis con su café. Esto era aparentemente contradictorio, pero no para un viejo indisciplinado, sin agallas y no demasiado lejos de la muerte. Ella pasaba por allí los viernes. Era el punto en el que la recogía su novio.

El escritor, un viejo sumido en sus recuerdos cada día más lejanos, no se percataba de nada alrededor. Casi no levantaba la mirada. Pocas cosas tan duras para un hombre viejo como la memoria. La vida había sido un curso rápido y sin gloria. Aprendió poco y moriría con la certeza de que nadie aprendería jamás nada de él. Todo lo opuesto de la joven, llena de expectativas y amores, y, en la contramano del viejo, optimista del futuro.

Este par de opuestos se notaba hasta en el aspecto. Bastaba la mirada. Los ojos vivaces de la joven, buscando amistades, aventuras, amores que el destino le deparaba; en la mesa contigua del Salas, junto a los cuadros con los sellos de la Sunat, el ceño fruncido, la mirada apagada del escritor. Tan cerca físicamente, y tan lejanos a la vez. Ella era poesía pura, lírica, rítmica, idealista; él, prosaico, estático, lógico, materialista.

El mozo le dijo a la muchacha que no había más el sándwich de pavo, la especialidad del Salas. Justamente el día en el que había invitado a su amiga a probar tan célebre emparedado, se había acabado. “¿Pero el señor aquí al lado no acaba de pedir?” En efecto, el escritor, como de rutina, había pedido su café con su sándwich de pavo. “Es que a él le guardamos el pedido; viene todos los días y pide lo mismo. No hay más pavo, salvo que la señorita le pida a él que cambie su pedido.” La joven, con esa confianza insensata de los jóvenes, consideró la opción de apelar al altruismo y la buena voluntad del huraño anciano. Se ató la vasta cabellera y se dirigió al viejo.

Había una semana que el escritor se acordaba insistentemente de cierto episodio que vivió en su primer viaje a Trujillo. No lo recordaba muy bien, tenía apenas las formas, pocos datos, pero tenía la idea central en mente. Aquello podía dar un poema, pensaba con sus botones. ¿Pero un poema para quién o para qué? Después de toda su vida, muchas cosas habían dado poemas, que fueron cartas sin destinatario. Alguna vez, llegó a pensar que era mal valorizado, pero no lo pensaba más. Seguramente, era poco talentoso. En otras épocas, hubiera tenido más espacio. No, probablemente esto también era mentira. Debió estudiar más, viajar más, comer más mujeres. Aquel poema que maquinaba no valía la pena realizarse, era plantar en tierra infértil ponerlo sobre el papel. Tomaba su café. Lo tomaba hasta cuando la joven lo interrumpió.

Una mujer que podía ser su nieta o hasta su bisnieta. Éste fue el primer pensamiento luego del intempestivo salto en sus pensamientos. Calculó que él debía de triplicarle la edad. Su vida se pautaba, ya que no tenía grandes responsabilidades, por el rigor con que llevaba sus días. Su rutina era inquebrantable. Su visita al barbeador, su periódico matutino, hasta sus visitas mensuales al lupanar. El sándwich de pavo hacía parte de esa rigidez que no podía vulnerar. Era un general solitario en una batalla perdida. Caía, pero caería disparando y sin retroceder un centímetro en su territorio.

Por otra parte, pensaba que no valía la pena contarle esto a aquella chiquilla. Quizá ella sólo quería unas monedas para comer un sándwich como el que él tenía sobre su mesa. Se metió la mano al bolsillo y le dio algún sencillo. Tomó otro sorbo de café. La joven se reía y buscaba la mirada del viejo.

Ella no lo entendería. No sabía nada de los tiempos de Velasco y la selección de Pelé y Tostão. Qué podía ella saber de la época en que no había desagüe en esa ciudad. Su generación no le había gustado mucho, pero las generaciones posteriores fueron peores. No sabían lo que era la calma. El barullo de la nueva generación era insoportable. La joven se sentó para explicarle mejor lo que quería.

Algo en esa mirada joven le hizo recordar la vez en que llevó a su primera enamorada al Salas. Fue con su primer sueldo que, un viernes como aquél, sacó a su chica a pasear y a comer en ese mismo restaurante. Escribió un poema para esa enamorada, pero nunca se lo dio. Tampoco le debe de haber importado mucho haber sido la musa del escritor, ya que ella poco después hizo su vida, se casó, tuvo hijos, una casa en Fonavi, una vida normal y tranquila, llena de amores y amistades. De repente, la vida le traía en bandeja la misma musa, como las ondas que vuelven después de un ciclo. Podría darle al fin el poema, después de tantos años. Pero no, él no tenía más tiempo. No podía esperar a saber si a la musa le gustaba el poema. Era mejor tomarla en los brazos, decirle que la amaba, que había esperado todo este tiempo por ella. En el cine, cuando Clark Gable hacía esto, funcionaba.

La joven lo miraba sonriente. Ese anciano no le inspiraba desconfianza.

La tomó entre sus brazos. Se dieron un beso suave y demorado, con un ritmo propio. Pensaba consigo mismo que aquella era una buena manera de despedirse de este mundo.


José Vargas Bazán
(Escrito en Rio de Janeiro)

jueves, 7 de mayo de 2009

Líneas humanas


Toda la sangre sobre los vientres
y todo el amor sobre nada,
pues mal dicho es pronunciar sobre todo.

Lo utópico nos haría bien.

No estamos adaptados para el amor,
como el fuego no lo está para el agua;
porque dormir no es soñar,
ni soñar es vivir.
Si los ojos se abrieran realmente, la sonrisa no existiría,
los abrazos se darían únicamente a personas que se van,
cada uno lleva dentro un cosmos mudable y latente,
distracciones innatas, párpados traviesos;
cuando se manifiesta el deseo se perfora la realidad,
cuando quiero un beso me olvido de matar, es más sencillo lucir sexo que veracidad.

Todo el saber bajo el sentir, debería ser; pero
la inteligencia, daga codiciosa,
irregulariza las emociones más que el propio ser humano en su cotidiana ingenuidad,
es la situación mustia y la carne expuesta que imperan sobre lo prohibido.
Las paredes se trabajan,
se citan en los rincones,
el vacío llama y el humano se pregunta si es equivocada.

La tierra es sensible porque solloza
y fuerte porque nos aguanta;
soportarnos es un gesto magnánimo,
una muestra de su ignorancia,
un grito de su falta de instinto.

Si les pica, los perros se rascan...

Toda la sangre se vierte
y es un desperdicio.
El mundo nace y las personas fabrican el ataúd más grande del universo,
el planeta entero es un fruto con insectos;
escribiendo esto,
quisiera poder rezar...
rezar como una última opción,
rezar por descarte,
rezar por los seres humanos,
por su directa culpa y su distante salvación.
Toda la sangre nos hace sentir como dioses:
si Él crea, nosotros podemos destruir;
si Él se sacrifica, nosotros aparentemente,
si Él cura, nuestra existencia enferma,
si Él nos enseñó a rezar,
nosotros solo podemos escupir.


Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, jueves 07 de Mayo de 2009

sábado, 2 de mayo de 2009

Secuencia fronteriza

Al soñar irreflexivamente.

Sus ojos agitaban mi austeridad,
ella reacomodaba su bolso y caminaba por la calle curva,
ésta trayectoria era simple,
las veredas parecían desajustadas,
lo impredecible era una sospecha,
su luminiscencia, su órbita inevitable parecían adecuadas.

Sus pasos precursores,
mis pies sabuesos;
el palpitar irrefrenable al cruzar la calle,
el asfalto directo.
Permito cualquier sorpresa, inclusive la muerte,
solo preciso de un vínculo diáfano,
de su espalda silente.

La neblina la deja intacta,
es para mí como un abrazo;
pero no hay tiempo para forjar recuerdos ni calcular plegarias;
avanza rápido, la presencia de la distancia es una amenaza de la nostalgia,
batallaré por el privilegio de vigilancia,
le daré a mis pasos un poco de su bálsamo involuntario.

El camino descansa soportando con su garganta mineral,
estática y amiga,
imposible de reemplazar.
El sonido de su delicadeza,
la caza del calzado,
el donativo, la oportunidad;
tiemblan las soluciones,
las respuestas y su abrigo,
quizá sea pura casualidad.

Casi no hay vacíos,
solo un metro adormecido,
solo un límite al que le gusta parpadear.
Tengo que sobrevivir mostrándome,
tengo que imperar sobre la multinanimidad.

Es mi voz ahora,
fue mi intento siempre...
¿Me responderá?



Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, 02 de Mayo de 2009

miércoles, 29 de abril de 2009

Sin pretensiones


En esta noche, con estas palabras volcaré, probablemente, la insatisfacción titánica de mi abril,
la nueva decepción del círculo gubernamental y el antiquísimo deseo de no escribir poesía (o de debutar en la prosa).

Es de conocimiento público que la ola perturbada de gripe porcina o llamada también, influenza estadounidense ha perjudicado a muchas personas en los países de México y Estados Unidos, principalmente. Lo curioso es que, habiendo sido el rebrote del virus, apareció potencialmente en la ciudad de San Luis de Potosí que se asemeja a nuestra Lima cuadrada, donde, claro está, no hay mataderos ni granjas.

El primer niño afectado fue Edgar Enrique Hernandez, no lo conozco pues, no existe foto en la web que me lo presente, lo más impactante es que el 60% de los habitantes de su pueblo ha muerto; sin embargo, este crío ha sobrevivido mágica, inocente y calculadamente, ya que, no hay prueba de lo contrario. Dos hechos resaltantes me generan una duda, uno es que los niños
tienen defensas regulares; dos, es que los efectos de la gripe se detectan 5 días después de darse el contagio y la duda es ¿Cómo pudo sobrevivir si concurridos 5 días recién se notó que estaba con la gripe porcina? Es más, los muertos que no lo estaban, incluso son más intrigantes que el propio infante pues, teniendo mejores defensas y contagiándose después, fallecieron.
Además del niño, generalizando un poco, no he visto entrevista ninguna a algún afectado directo; cuando las hay, exclusivamente es a los familiares que, entre palabras de agradecimiento y rostros de satisfacción, dicen que su ser querido está mejorando gracias a las medicinas que les brinda el Estado. Cierto es, que si me enfermo, no sabré qué hacer, puesto que no es de conocimiento público el nombre del medicamento retroviral que me sanará. Como me dirían hace muchos años mis compañeros de clase, "esto me huele mal". ¿Es acaso benéfico cundir a los ciudadanos con tan temible actualización de patologías y no darles en misma medida, el nombre del medicamento con enérgica difusión? Mala jugada.
Escribiendo mal, se me ocurrió evocar la noticia fervorosa de hace poco tiempo, la crisis mundial. Cuando pienso en crisis, pienso en Estados Unidos y, ahora sí, pensando mal, es posible que Estados Unidos haya entablado una jugada soberbia con las industrias farmacéuticas, que por cierto, deben tener mascarillas hasta para limpiarse el culo, ya que no ha habido acción de demanda masiva desde hace muchos años.

No me explico lo de las fotos... ¡Ni un solo muerto por el chancho! ¿Qué rayos puedo pensar si veo en los puestos de periódicos a un homosexual desnudo y en cuatro tirado en el suelo de su departamento y no a las víctimas de tal gripilla?... Al parecer los medios han perdido su descaro. Hora de que surja el mío.

Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, 29 de abril de 2009

miércoles, 22 de abril de 2009

Cambalache

Cambalache

Enrique Santos Discépolo

Que el mundo fue y sera una porqueria ya lo se en el quinientos diez y en el dosmil también que siempre ha habido chorros maquiavelos y estafados contentos y amargados varones y doblés pero que el siglo xx es un despliege de maldad insolente ya no hay quien lo niegue vivimos revolcados en un merengue y en el mismo lodo todos manoseados.Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor ignorante sabio chorro generoso estafador Todo es igual nada es mejor lo mismo un burro que un gran profesor no hay aplaza'os ni escalafón los inmorales nos han iguala'o si uno vive en la impostura y otro afana en su ambición da lo mismo que sea cura colchonero, rey de basto caradura o polizón.Que falta de respeto que atropello a la razon cualquiera es un señor cualquiera es un ladrón mezclado con Stavinsky va Don Bosco y NapoleónDon Chcho y Lamignón Carnera y San Martínigual que la vidriera irrespetuosade los cambalaches se ha mezclado la viday herida por un sable sin remache ves llorar la biblia junto a un calefón.Siglo xx cambalache problematico y febríl el que no llora no mama y el que no afana es un gil Dale nomás dale que va que alla en el horno se va'mo a encontrar no pienses mas sentate a un la'o que a nadie importa si naciste honrra'o si es lo mismo el que labura noche un dia como un buey que el que vive de las minas que el que mata, que el que cura o esta fuera de la ley

lunes, 13 de abril de 2009

Viceversa




Solo dame las ocasiones
y te mostraré profundas despedidas.
Dañado pero completo,
abrazado a un sueño partido,
te doy mis manos
esperando ver sangre,
un posible sacrificio.

Solo dame las ocasiones
y no verás cómo me transformo en un perverso amante.
Completo pero bifurcado,
durmiendo sobre las sábanas de la dignidad,
te doy mi cuerpo
esperando contemplar el tuyo,
un posible beneficio, un fruto resumido.

Solo dame las ocasiones
y te devolveré tu laberinto.
Bifurcado,
pero nada,
sumergido bajo puertas enfurecidas,
te doy una espada,
para que tu homicidio sea el mío y viceversa.


Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, 13 de abril de 2009

sábado, 4 de abril de 2009

"Los lugares prohibidos son míos"

A mi nervio, que anda delgado y nervioso.


Los lugares prohibidos son infinitos e infernales.
Impido ejecución cualquiera por no ser como quisiera.
Tengo una garganta sincera pero una lengua vil.

Los límites están en mi alma y en mi cuerpo,
una plétora de enfermedades me generan insatisfacción y amargura.
Suelo acobardarme, pues si he de llegar,
es un hecho, que el resultado será tan humano como errar.

Los lugares prohibidos habitan en mí y yo, en ellos sobrevivo.
La premura de mi desesperación radica en la precaria posibilidad
que tengo de disfrutar mi existencia,
todo mientras la seguridad se alfombra en mi agonía.

He tenido que calentar la alcoba,
he tenido que sentirme culpable,
he tenido que verme como enemigo, dos veces más.
Ante el motivo, ante los consejos, probablemente sea un eterno fugitivo;
dejo, en los veranos, miles de tardes,
y en las mujeres, un sensación repudiable.

Soy un gafe de polvo interminable y tóxica retentiva.

Los lugares son potencialmente adversos si los llego a morar,
nocivos por mi sola presencia,
quisiera exiliar mis noches propias y mis madrugadas paganas,
todo día que tuve que despertar;
quisiera retinarme con un manto evaporador; despertar, sabiendo que no soy yo.

Quisiera ser solo luminiscencia, pues de otra manera solo puedo estorbar.

Los lugares prohibidos son todos para mí.
Debería ejecutarme de cualquier manera; pero soy un cobarde desconsiderado.
Éste es un despreciable te quiero,
pues no quisiera...
No tengo nada siglo, solo lugares prohibidos.


Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, 04 de abril de 2008

martes, 17 de marzo de 2009

¿Y después del Colina, qué? La otra herencia de la generación post-fujimontesinista

"Eso vende"
Gabriela Wiener


Ha dado algo que hablar la reciente publicación de Sexografías (Ed. Planeta, 2008), libro de crónicas de Gabriela Wiener, peruana residente en España. El inefable Beto Ortiz le dedicó un reportaje en su programa; Edmundo Paz Soldán llamó las crónicas "inteligentes, lúcidas y divertidas"; y, lo más sorprendente, Alonso Cueto escribió, demostrando que el papel aguanta todo, en su columna en Perú21, la zalamería de que las sexografías fueron escritas con "gracia y pasión".

Bruno Tolentino, poeta brasilero fallecido en 2006, decía que hay que saber diferenciar bien entre el showbiz o el espectáculo, y la cultura o la alta cultura. "Sólo no es posible que esos señores usurpen la posición del intelectual", decía Tolentino. Si ubicamos a Gabriela Wiener en el primer grupo, el del espectáculo farandulero, es normal, entonces, que tenga espacio en programas como el de Beto Ortiz, eminentemente dedicados a espectáculos, a la farándula, a desmenuzar las idas y vueltas de Chollywood. En ese circo, garantiza su vacante la folclórica Gabriela Wiener, cuyo mayor mérito es haber dado la cara, a diferencia de los "cronistas" y "literatos" de la Kaira, El Mame o El Chuculún, publicaciones muy anteriores a las sexografías y con idéntica "gracia y pasión". Pero si, en la orilla opuesta, Gabriela Wiener perteneciera al grupo de los que promueven o hacen cultura, podríamos decir que los jóvenes y adolescentes de los cuatro cantos del Perú consumen cultura a montones, con avidez. Tan avanzado grado de cultura hubiésemos alcanzado que bastaría ir al quisco más cercano para leer, si no el Ulises de Joyce, al menos las sexografías y sus congéneres.

Habrá quien ponga a Gabriela Wiener entre las réplicas del imperio del nihilismo postmoderno (junto, por ejemplo, a esa camarilla de Etiqueta Negra). Tal vez, la salvaría de la absoluta mediocridad el liberalismo sincero, esto es, el liberalismo político. Sin embargo, nada tiene que ver con el liberalismo, vg, de don Benedetto Croce, Adam Smith, Julio Cortázar, Noam Chomsky o hasta el impredecible Mario Vargas Llosa. Visto en perspectiva, más bien, el liberalismo de la sexógrafa resulta una especie de conservadurismo esquizofrénico, un desagradable espectáculo de vulgaridad e irremediable falta de cualquier talento para la literatura (valga comentar que la gacetillera también escribe poesías que jamás le hubiesen merecido un encomiástico artículo de Alonso Cueto). Con tanto aspaviento, intenta justificar sus particularísimas perversiones frente a una moral de la que todavía se siente presa.

No será por acaso que G. Wiener pertenece a una generación posterior a una dictadura. La patraña fujimontesinista humilló cobardemente a un país, a sus intelectuales, levantó la autonomía universitaria y proscribió la libertad de pensar. Esta herencia ciertamente es más sutil que los asesinatos del Grupo Colina. Después de zurrarse en la constitución, vino el sometimiento, la genuflexión moral de un país. Quedó el miedo, la paranoia enmascarada
en un anticomunismo bizantino y demasiado afectado. Sólo así se hace comprensible una generación pusilánime, mediocre, enferma como solamente pueden ser las generaciones pautadas por el miedo. Las sexografías, nacidas del cansancio y del sadismo, sólo tienen lugar en un medio cultural caricatural, que intenta recomponerse y buscar alguna identidad que todavía no tiene.

Seamos sinceros: esta literatura de subnormales para subnormales habrá que debitarla, mucho más que a los fautores del postmodernismo tan en boga, a las cuentas de Fujimori, Montesinos o Bari Hermoza Ríos.

José Vargas Bazán.
Rio de Janeiro, marzo de 2009.

lunes, 9 de marzo de 2009

El dichoso títere

Te dejaré, una vez más,
sola;
o tú a mí.
Pero antes, colocaré sobre tu cuerpo de color avena,
un beso para la próxima siembra.

Porque a veces la soledad acompaña completamente,
porque a veces el alma no permite cuerpos exóticos.

Después de apuros constantes y manipulados,
de trabajos intensos y propósitos forzados,
seguro llegaremos a disfrutar la luz del alba en nuestros pies,
las sábanas nos cubrirán el resto,
las cortinas sumarán al escenario, algo más de fuego oscuro,
habrá más placer donde no se puede ver, te lo aseguro.

Porque hay sábanas estrechas y devociones amplias,
porque hay personas que comparten muchas noches
y otras que prefieren acaparar las mañanas.

Definiré la variedad de tu belleza sin palabras,
quizás con una mirada te dé las razones exactas;
pero depende de tus manos la dirección de mi cabeza,
el guión de mi perdición.

Pero, no lo sé, no sueltes palabras...

Y sin embargo, cuando nos anudemos demasiado,
irremediablemente calcinaré las cuerdas vanas...

Gobiérname bien, haz que tus hilos sean incalculables.

Te dejaré miles de pretextos en una cajita oscilante,
es tan simple abrirla,
es límpida, respirable.
Pero, a veces soy incapaz,
muchas otras, estúpido e inoportuno;
pero te amo en una dimensión constante
de la cual no tengo dominio ninguno.

Eres un refugio del que no se duda,
eres, sin interrogantes, un espacio sagrado,
eres una mujer a la mitad con las cuerdas sobre uno.

Lima, 12 de marzo de 2009

Oscar E. Donayre Gonzales

lunes, 23 de febrero de 2009

Desperdiciando palabras


Podría liar mis penas a la pata de la mesa,
y cocinarle a la muerte una cena deliciosa;
para salir contigo y recordar la vida sin pereza.

Podría aceptar deshojar un millón de margaritas
o resignarme a persignarme en cada iglesia.
Podría untarme bloqueador amical
o simplemente arropar la soledad con indumentaria milenaria de costura inglesa.
Podría nadar en una colina,
emancipar los límites de la tristeza
y dibujar tu sonrisa;
pero es difícil ¿sabes?

Podría dialogar con brasas voraces para ubicarlas en la chimenea,
podría soplarle la letra a los violines para aproximarte al balcón,
podría descocer mi corazón y arreglar mi almohada adoptiva bajo tu cabeza,
podría enverdecer las hojas de otoño y acercarme a ti sin despertarte,
podría alfombrar mis besos y adolescenciar tu pecho humedecido para cautivarte...

Podría destilarte innumerables veces para encontrar el infinito
bajo tu polo de algodón... ¿sabes?
pero nada se puede sin tu amor.

Podría adormecer las calles para alcanzarte
y construirte poemas para que puedas soñar.
Podría asimilarte como apéndice en mi alma
o saborear una consciencia foránea;
pero tan solo deseo que puedas estar...
y es tan difícil...

¿Podrías perdonarme?
Te amo sin que puedas enterarte.


Lima, 24 de febrero de 2009
Oscar E. Donayre Gonzales

viernes, 20 de febrero de 2009

Errores


Lentamente se perdieron los extremos en el puente de las caricias.

Fueron de igual profundidad las heridas y las palabras
que emergieron cuando ya no existían cicatrices en la veracidad.

¿Serán acaso ganas de reposar la quietud?
Quizás sean esperanzas comprensivas o incoherentes
las que endulzan nuestra rutina
con un malévolo constante...
con un maquiavélico siempre... porque somos a veces como una multitud.

Y me cansaba en las escaleras... tanto... que me dolían las rodillas.
Me consumía como un cigarro en la vereda, junto a la alcantarilla.

En el aliento que se desprendía de tu soledad, enterraba un suspiro y resucitaba un recuerdo.
Fue como un juego que tomé en serio,
como una respuesta de emergencia ante las mentiras transparentes o el aburrimiento.

Es una pérdida de origen.
Es tener el alma como convicta.
Es ser víctima en tierra de santos.
Es saciar la sed de la carne con agua vendita.
Es un desenlace de eterno arrepentimiento o de fugaz pecado.

¿Tú sabes qué es amar?
¿Alguna vez te lo has preguntado?

Sé que no te puedo responder
y tú no puedes corresponderme;
pero ¿acaso has olvidado nuestros lentos ahora?
¿has renunciado a lo que habías recuperado?

Destino... eres solo un lejano lamento,
una terca lágrima.

Y ella me alquila sus piernas solo para recordarla...



Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, 20 de febrero de 2009

jueves, 5 de febrero de 2009

La noche en mi alcoba

No existe otra.



Veo la luna distante y solitaria,
huérfana y paciente.
Su luz,
deshauciada y triste
llega temblando a mi ventana,
y empaño la mirada por ellas... nuevamente.
Me niego a saber de la luz,
las sombras me acompañan,
son holísticamente compatibles y bienvenidas en las entrañas.

Si mis palabras fueran mentira
diría que no son mías... así como no fue mío su luz naciente.

Antes del café,
pienso en ti,
después de los hotcakes,
no soporto recordar;
pero pienso en ti
como una luna que vive dos noches en 24 hrs.
De alguna manera sé que me entenderás;
pero la manera me desespera,
las posibilidades son exasperantes.

Las lunas son transparentes,
y las ventanas son luminosas.


Desde tu alcoba me puedes desvestir... te lo advierto y te lo pido.


Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, 13 de febrero de 2009

lunes, 2 de febrero de 2009

Todo y nada


Me has dejado como las cicatrices de las madres de antaño al parir por cesárea;
inquieto,
como un niño de primaria al ver a su primer miss,
al entender su primera carta.

Con cada exceso,
con cada muestra de carne o cambio superficial,
me invento pretextos para desmielar
la lentitud de tus labios.
Alucino con tu bostezo,
con la humedad de tu cuerpo,
con tu perfume en la distancia.
Y llamo a tus zapatitos negros, perdición
aunque los siga con tanta confianza
y a tus cabellos, edén
aunque no me permitan ver lo inalcanzables que son tus ojos.

Y si las hojas fueran culpables, el viento que cortas en tu trote sería crucificción...

Pero me has dejado como la chimenea después de navidad,
como el hombre después de adulto,
como la criatura después del eructo,
como el mundo después de la guerra mundial.
Me has dejado como las ojeras de una modelo,
como un loco sin camisa de fuerza; pero sí, con pantalón.
Me has dejado como la recluta de un burdel,
como la puta más limpia del callejón.

Con cada permiso
mi mapa mental se condensa en un pasadizo circular, infinito,
un pasadizo de recuadros vanguardistas y hechizos;
y pasas femeninamente rápida
y se ramifican tus imagenes,
se propagan en las horas solitarias,
tal y como lo hacen el dolor y la enfermedad,
tal como lo haces tu descendencia profana.

Me has dejado como la vaca de la plaza,
absurdo,
como el sémen de un huérfano;
abanicando al aire con paciencia,
me has exiliado de cualquier posible aniversario,
me has dejado festejando cumpleaños de difuntos,
me has dejado como un pañuelo en la estación,
como un hombre con un solo recuerdo.

Me has dejado hecho un Dios; pero nada me explico de huesos truncos.


Lima, 10 de febrero de 2009
Oscar E. Donayre Gonzales