lunes, 10 de agosto de 2009

Salvo el poder



Hace algunos días, fui a la Polícia Federal, como todos los años, a renovar mi visa de estudiante. En el mismo local, al costado de la sección de extranjeros, está la oficina que expide los pasaportes a los ciudadanos brasileros. En la mesa de informaciones de esta última oficina, que está en la entrada del local, pasó la historia que cuento. Una historia que merecería un tratamiento literario que no le daré, ya por falta de talento o interés, ya porque los méritos de la historia per se dispensan una estilización que resultaría redundante.

Llegaron una señora, su hijo y la enamorada del hijo. No se oía lo que hablaban con la policía que daba las informaciones sobre los trámites del pasaporte. Después de más o menos cinco minutos, el hijo, de unos veinte años, le dio las espaldas a la policía. Ésta comenzó a vociferar. La madre comenzaba a desesperarse. El hijo continuaba caminando como si no le interesaran las amenazas de detención que lanzaba la funcionaria.

En Brasil, existe una polémica ley que pune el desacato a un funcionario público con penas de hasta seis años de reclusión. Esto es, por un desaire a un funcionario público, por ejemplo, puedes ir preso como un criminal común. En este caso, el proceso tendría el factor adicional de que el funcionario era un policía federal. La madre imploraba, en llanto, al hijo para que se callara y le pidiese disculpas a la mujer. Pero él, impasible, probablemente con razón pero sin un ápice de prudencia, continuaba caminando de espaldas a la autoridad.

En un minuto, vino el superior seguido de otros policías. Dieron algunos gritos y forcejeos. Después, se lo llevaron por un corredor hacia una oficina. La madre continuaba en llanto desgarrador. “¡Es mi único hijo!”, gritaba ante la indeferencia de los uniformados.

No sé lo que pasó en aquella oficina. Pasados unos treinta minutos, salieron la madre, el hijo y la enamorada. No sé lo que ocurrió para que no lo detuvieran. Tal vez, los policías se conmovieron por las lágrimas de la señora, aunque esto es improbable. Quizá, después de una zurra ejemplar, consideraron que el joven no osaría volver a cometer el desacato.

Lo que fuera, en esas circunstancias, de tal modo absurdas las instituciones que legitiman un régimen decadente, la humillación era, sin duda, el mal menor.
José A. Vargas Bazán.
Rio, agosto de 2009.

1 comentario:

Bruna Mitrano dijo...

Hum, os policiais não fizeram nada?, suspeito, muito suspeito...
Foi bom encontrar teu blog, eu estou mesmo precisando aprender espanhol urgentemente.
Bom, quanto ao encontro no CCBB, provavelmente era eu sim!(Só que não sou magra..rs). Da próxima vez me chama, a gente já senta por ali mesmo e toma uma cerveja.