sábado, 22 de agosto de 2009

La banca en concreto (y otros grupos de la calle)

Decidí salir porque quiero que se vuelva un hábito. Las personas inusuales en mi casa eran mi tío y mi abuela. Para mi tío no tengo razón alguna para fundamentar su presencia actual y ausencia evocable, no lo conozco mucho. En cambio, con mi abuela, la ausencia se debía a que mi padre estaba de vacaciones y ahora, vuelto en su rutina, mi abuela podía visitarnos como los diez meses restantes. Salí con la idea de ir al centro de Lima, específicamente, a Polvos Azules. Tenía en mente comprar Kramer vs. Kramer y luego dar una vuelta por la parte más perdida del local. Como dudaba (ya que la holgazanería se hacía de mí y me proponía no pasar de un distrito) pensé que caminando tomaría una decisión. Fui al cajero automático de la gasolinería y saqué 50 soles. Tenía ya en el bolsillo 4 para el pasaje. Mientras caminaba por una calle paralela a la avenida Miraflores, noté en 2 pequeños grupos de personas que al pasar por su lado, callaban. Uno de ellos era de hombres. Tomaban cerveza. La explicación que doy a este mutismo absurdo es que existe cierto temor o verguenza de que una persona desconocida oiga sus comentarios o ides. Quizás sea el temor inconsciente de ser juzgado precipitadamente. Lo extraño es que cuando el grupo está en movimiento esto no sucede. Seguí caminando hasta sentarme en una banca cerca al puente de los suspiros. Allí, me quedé buen rato observando a las personas que pasaban, eran casi las 10 de la noche. Barranco es un distrito pequeño, por lo que encontrarse con alguien conocido es posible, sin embargo, ese día quería decepcionarme. Una pareja transitó el lugar 3 veces, por lo que tuve tiempo de detallar en mi mente lo que cada uno llevaba puesto, especialmente ella. En la ocasión cuarta, ella apareció con una chompa blanca encima, lo cual me extrañó. Ella llevaba un bolso diminuto y el tipo, no llevaba más que billetera, era imposible llevar la chompa como precaución o lujo. El lapso entre cada pasada de la pareja era de minuto y medio, suponiendo que alguno de ellos vivía cerca, quizá la diferencia de tiempo era la respuesta. Pasaron unos bulliciosos alemanes, los 4 eran altos para mí, supongo que tanto ruido se debe a que han notado que los peruanos los miramos mucho.
De repente, pasó Magaly con un grupo de amigos. Cortázar y yo les decimos Maga a las Magaly. Creo que en ese tema tengo más amplitud, pues corto los nombres de muchas mujeres por la mitad o la tercera parte. Curiosamente me invitó a pasear con su grupo. Me hizo sonreír. Me contó que habían estado en Costa Brava tomando y que estaban algo picados. Fuimos a la iglesia del padre sin cabeza y ellas propusieron tomarnos fotos. Particularmente la idea de las fotos no me agrada pero acepté. Cuando una de las chicas posó en la puerta de la iglesia tomando una posición de oración observando al cielo, le dije que sería mejor no adoptar aquella postura gastada, especialmente en fotografías de amigos y colocando las palmas de mis manos contra la puerta, arqueé mi espalda e impulsé artísticamente mi nada despreciable trasero. Inmediatamente después de la foto agregué: "Ésta puede titularse, una prostituta en la iglesia, para darle un sentido dramático". El grupo tomó el comentario como debía tomarse; pero no en torno a mi postura, sino a la chica que posó delante de mí. Supongo que la bebida hace que los trapos sucios reluzcan. Luego, con mi propuesta en mente (y ello me gustó), otra chica posó también. Cogió una flor de color magenta que estaba sobre un borde horizontal de la pared de la iglesia. Se la colocó sobre la oreja con movimientos torpes pero encantadores. Puso su mano en la cintura y alzando la otra al cielo dijo: "Ya". En seguida, un grupo de hombres de aproximadamente 27 años y calculo, 13 en edad mental, comenzaron a imitar vocalmente a los japoneses. Obviamente, querían molestar a la chica que acababa de tomarse la foto y al amigo de la Maga. Ella se apellidaba Fujimori y él tenía un apellido de dos letras. Cruzamos entonces, las escaleras para tomarnos fotos con la estatua del chalán y los tipos no cesaron. Dije que el simple hecho de molestar a alguien desconocido es sinónimo de estupidez; pero hacer la misma broma durante 5 minutos es brutalidad pura. Ahora pienso que es probablemente una gran carencia la que motiva a buscar pelea.
Caminamos por la calle San Martín y el grupo se despidió de mí y de la Maga (no sé por qué me nombro primero al hablar de despedidas) y subieron al carro del chinito. Camino a su casa, la Maga me preguntó qué hacía sentado en la banca y le respondí que esperaba tomar la decisión de ir o no a Polvos Azules. La Maga me dijo que a esa hora no encontraría el local abierto y dejándola en su casa pensé que ella había completado mi decisión.

Nota del autor: Estos hechos sucedieron al día siguiente del relato Salaud de Pauvres. Hubieron bromas que creí apropiadas no contarlas por su contenido erótico, sodomita y perjudicial para un inexistente futuro literario.


Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, 22 de Agosto de 2009

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