jueves, 13 de agosto de 2009

Salaud de Pauvres

No importa dónde escriba sino adónde escriba, pensé al salir del trabajo. Salí con premura pues el hambre ya me dolía.
En llegando a casa, pregunté qué había para almorzar y mi madre me dijo que había panamito, preguntó si quería, dispuesta a servirme un plato antes de salir a recoger a mi hermana del colegio. No, contesté rápidamente, iré a comer afuera. No me malinterpreten, a mí me gusta el panamito; pero este día en particular quería algo más que menestras. Probablemente buscaba un placer conocido en la boca. Fui a mi habitación para quitarme el uniforme del banco y vestirme cómodo. Mientras me sacaba los zapatos pensé que cualquier uniforme es apenante, digno de vergüenza; pero la idea se me fue apenas quedé desnudo. Me vestí casual e intenté alistar mis bártulos. Mi lapicero 033 Medium Faber Castell lo coloqué en el bosillo derecho del pantalón; el encendedor retráctil de mi padre lo puse en el bolsillo izquierdo del abrigo, en el derecho, 5 Lucky´s; cuando busqué alguna libreta me di con la sorpresa que no tenía alguna disimulada, oscura e intelectual, así que cogí la que me regalaron en el banco, algo larga y tosca, de hojas rosáceas, "Comunidad BCP" decía en la parte inferior derecha de cada hoja, qué desagradable, la puse con dificultad en el bolsillo izquierdo de mi pantalón; no conté la billetera pero así debe ser.

Anduve fumando mientras caminaba y recordé lo que pensé al salir del trabajo, así que la burda libreta del banco no lo parecía tanto ahora. El hecho de escribir, agregué en mi mente, radica en una complicidad con uno mismo, que resulta ser, una carga y un alivio. Súbitamente me sentí pesado, creo que fue por el cigarro. Luego mutilé otras ideas hasta dar con una interesante. Soy conmigo uno; otro con los demás, el mejor con ella y queda por último, el yo con ninguno. Para explicar los dos primeros puntos diré que cuando me encuentro con gente alrededor me vuelvo bruto, un estólido que se distrae de su realidad; sin embargo parte de mí queda y a veces, cuando ya no ríen, me dicen que soy extraño, a mí me gusta decir muy singular. Por extensión, se puede inferir que el Yo con los demás comprende, los estragos del Yo conmigo, llámense ideas, conceptos propios contra las otras verdades (partidos políticos, clubes de fútbol, carreras de arte, comidas, etc.). El yo con ella no lo olvidaré jamás y uds. tampoco; pero esa historia serán líneas que entregaré en su momento. Por último, el Yo con ninguno es el yo que no hace sola cosa más que existir, es una roca; es el Yo conmigo pero absoluto, netamente racional. Para ser bueno hay que ser malo, pienso a veces en mi cuarto estado...

Me pregunté si el ave que se adentraba sola al mar sabía lo que hacía o si, llanamente actuaba por instinto. Me pregunté si el instinto mata. El ave y yo estamos solos, ambos moriremos; pero el ave lo hacía de una manera extraordinaria. La igualdad del ave y el mar radica en su naturaleza y la desventaja, en su poder. Yo, en cambio, podría pasármela escribiendo en un mar sin ojos, como esta noche. Y deteniéndome sobre la cerca de concreto, me pregunté adónde me estaba adentrando. Me senté.

De vez en cuando pasan las personas detrás de mí, ninguna me recurre, quizá me desperdician o soy, por moda, un desperdicio, no lo sé. Sigo escribiendo sobre las personas que pasan y las que no. Las personas que se quedan conmigo tampoco me recurren anoto. Observo el horizonte, esta vez no hay ninguna ave. Distingo aún el límite del mar, será obra del día ciertamente; pero no se siente nada. El día se resbala con el tiempo.
Es probable que la carencia de seres similares a mí me haya seducido a caminar por el barranco. A la mente, se me viene la idea de los círculos humanos, los grupos de amistad como aquellos que se forman en el colegio; pero yo estaba olvidado. De repente oí un chillido entre los arbustos del malecón, por la continuidad y agitación de éstos, estaba seguro de que se trataba de una rata, olvidaba que me encontraba en Barranco y no en Ginebra. Recordé entonces, la ocasión en que mi estimado amigo Francisco y yo, adquirimos las entradas para la película Whisper with the Wind con una semana de anticipación. Pero, el perjuicio de ser precavidos fue que inesperadamente hubo problemas con la película, los sub-títulos que utilizaron los productores fueron, por decir lo menos, transparentes; así que en la sala solo quedaron los que sabían francés o los que querían que nosotros sepamos que sabían. Hay ratas que nos obligan a suspender lo pactado, lo necesario y lo disfrutable. Subí por unas escaleras para alejarme del peligro. Cualquier rata es un peligro, afirmé. Al subir tenía 4 opciones para sentarme a observar el mar, las 4 tenían la misma distancia para con ella; empero una obra en construcción me obligó a tomar una elección que no fue de mi agrado y me senté en la del borde derecho. Recordé las elecciones presidenciales y las salas de cine.
Divisé a una muchacha guapa paseando a su perro chino, ambos tenían energía suficiente para sonreír hasta la noche. Andaban dando pequeños brincos cerca de los arbustos de los cuales huí; lamentablemente, los del perro llegaban más alto (teniendo en cuenta la altura propia de cada ser) y solo imaginé el peso de sus senos en mis manos. La mar, como un fondo lacónico engalanaba su albura. Me separé de ellas y me adentré donde el bullicio de los automóviles es permitido, crucé la pista y una paloma que volaba directamente hacia mí, hizo una maniobra de rutina y casi me tumba el cigarrillo. Tuve que voltearme para ver dónde se detenía, cuál era su paradero y lo hizo frente a un viejo con una bolsa de pan. En un parpadeo la perdí entre las otras. Caminé haciendo hora.

Estuve sentado sobre una piedra de superficie rudimentariamente plana, en la esquina colindante al cinematógrafo. Vi dos mezcladoras de cemento pasar por la avenida San Martín. Las sentí descaradas y pensé que habrían menos zonas verdes en algún lugar de Lima. Recuerdo que le comenté a Francisco que si en caso yo viviese cerca, estaría todos los días viendo películas; ahora, me cuesta creerlo pues presenciar cada función está 6 soles; pero ya que imaginamos que vivo por acá eso implica que la entrada no era motivo de preocupación alguna. Este día no he almorzado y los 3 cigarrillos que fumé durante mis caminatas (utilicé el plural porque tuve repetidas estaciones) disuelven esta necesidad primordial, es como si durmiera. A veces una necesidad aplaca a otra. Fumé el cuarto y pasó la tercera mezcladora. Una pareja y un perro cruzaron la pista, luego tomaron caminos distintos. La pareja se sentó brevemente en unas escaleras situadas a la entrada de la agenciaperu.tv y el perro salió de mi vista completamente, no le seguí. Creo que ellos querían jugar a los besos y el perro, así como yo en mi momento, iba a buscar alimento.

Eran las 6:15 pm y compré mi entrada junto con un chocolate Sublime. Ingresé a la sala y me senté donde habitualmente lo hago, al pie de un cuadro de la película Le Rayon Vert de Eric Rohmer, pie derecho a nuestros ojos, junto al segundo jarrón blanco. Comencé a devorar el chocolate cuando al segundo mordisco me percaté que aquel chocolate tenía una increíble cantidad de maní dentro; dadas mis condiciones, me sentí afortunado. Durante el breve bolo alimenticio noté que en cada huella de mi dentadura dejaba rastros de saliva, no era mi costumbre pero me agrado la imagen, me enternecí.
Fui al baño y miccioné, jalé la palanca con cólera porque no era el lugar para ver que alguien olvidó hacerlo. Puse empeño al lavarme las manos. Al regresar a la sala noté un nuevo cuadro, este era de fondo negro y había allí dibujado el rostro de una mujer rubia y pálida como de los años veinte calculo. Su boca era diminuta; su cuello, tentador pero lo más delicioso eran sus ojos que me recordaron a aquellos gatos que se arrepienten... posiblemente sean los gatos de mi imaginación.

Y Godard empezó a dar sus imágenes exfoliantes.



Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, 14 de Agosto de 2009

2 comentarios:

Bicho de Ciudad dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Bicho de Ciudad dijo...

Hay quienes al ir de un lugar a otro, utilizan sus pies para tramos cortos e inventos con neumáticos para los de largo camino. Y, mientras eso transcurre, la mente de estos está mayormente prefigurando el destino, la llegada. Hay gente que no quiere el silencio; que no quiere pensar en medio de sus vacíos: que no quiere maquinar en esos momentos desperdiciados por su transporte.

En el otro lado están los que fomentan su llegada en las veredas y no al final de ellas. Asumo que anduviste en el silencio, en caminares y esperando que todo caiga por añadidura. Y claro, al inicio callar a las cosas es difícil pero luego todo transita a antojo de uno mismo, como las líneas de esa rutina que acabas de monologar.

Yo sé, en estos tiempos (tiempos de meses, quizá años escuetos), lo que significa la indisciplina de la manufactura de palabras. En tu caso, esa indisciplina de sentarte sobre algo vacío empiezas a moldearla en oportunismo.

saludos siempre.