domingo, 7 de junio de 2009

Interna


Lucía tomaba la pequeña muñeca entre sus brazos, la acariciaba suavemente, le acomodaba su vestido, la peinaba, cada día con un nuevo estilo; la preparaba para el desayuno.


La mesa era lo suficientemente grande para las dos, a veces la muñeca se sentaba sobre sus piernas para jugar a los aviones y cuando lo hacían el sol se asomaba por la ventana. El cielo se concentraba en sus pupilas; esa intensidad, esa magia que revoluciona con cada sensación, que emergía con algo más que amor era constante, solo cedía espacio para las sonrisas.


Lucía le enseñaba a sumar aunque los cuadernos ya estaban llenos. Eso no impedía que la muñeca aprendiera.

Ellas jugaban mucho, el recreo era un momento precioso, las tazas de té, las cosquillas, las muñecas de la muñeca y Lucía; jugaban, la edad era cuestión de imaginación, el tiempo era solo una premisa.

Llegaba el almuerzo y con este, el mediodía. La comida era balanceada, la muñeca debía estar bien alimentada; pero Lucía de vez en cuando le ayudaba a terminar. Cuando se portaba bien, había postre, si Lucía quería ver una sonrisa entusiasmada, debía obedecer, seguir los horarios, ser ordenada.

Al llegar la noche Lucía le contaba cuentos a la muñeca para que durmiese contenta, en ocasiones los inventaba porque no conocía muchos. Para cuando la muñeca dormía, Lucía salía de la cama, cuidadosamente, procurando no hacer ningún ruido, vigilando constantemente los ojitos de la pequeña muñeca. Cuando estaba la puerta abierta, apagaba la luz y cerrando los ojos recordaba la foto de su pequeña hija bajo la almohada. Luego se la llevaban a su habitación en su silla de ruedas...


Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, domingo 07 de Junio de 2009

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