En las calles, la sombra me evadía. La gente hacía lo contrario. Era difícil esquivarlos. Me reconfortaba no haber sido el único en esa incomodidad. Acaso otras son más trágicas. Bástenos imaginar una casa en un cerro...
Llegué al colegio donde debía votar: el José María Eguren y como sucede cuando llego a un lugar donde estuve antes, recuerdo a las mujeres que encontré allí. Sé que hubiese sido mejor recordar los versos del poeta y no las imágenes de mi memoria. Sara y yo fuimos amigos de pequeños. Fue mi primera amiga o acaso, así deseo recordarla. Nos conocimos en mi colegio: el San Luis maristas, que queda en el mismo distrito que el otro: Barranco. Los dos vivíamos en Barranco, ella, en la parte bonita y verde; yo, en la parte peligrosa y gris. Creo que ella no lo sabe. Ubiqué mi mesa de votación. La ONPE numeró la mesa con la cifra 403. Subí las escaleras. El aula estaba al final del pasadizo. Como me es usual, luego de cruzar un lugar sin mirar a los lados, vuelvo la vista.
Fue entonces cuando la vi. Me demoraron un fila de votantes. No recuerdo esos rostros. Solo el de ella. La saludé; me miró; pero no hubo respuesta. No me acerqué. Se comporta de esa manera desde que tiene dinero para estar increíblemente bonita. No la culpo. No soy digno de recordar. No es la única que lo ha hecho.
Hice mi elección. Demoré poco a diferencia del resto. Me fui marcado de tinta. Oí mis pasos entre tantos. Camino a casa, pensé en los candidatos que no ganarán. No sentí pena por ellos. Creo que así se siente la mayoría que me conoce.
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