viernes, 18 de abril de 2008

Huella invasiva

En esta noche estás habitando el viento.

Naces en silencio,
recorriendo las paredes como el grillo encerrado en el armario,
como el latido virgen de tu vientre.
Naces como de repente cuando la luna se pone viuda,
tus ojos tunelean mi alma descubierta,
las redes de tus pupilas llegan tarde a mi apetito,
fijas se enredan en mi cacería impotente;
ojos caniculares son los míos,
jirón de tu vestido es... mi siempre.

Hoy me encuentro lejano - y a veces -
hirviendo en pasado,
deposito mi texto infinito en tu mirada,
esperando letras de guitarra azul,
absorbiendo música ronroneante de tu garganta;
todo era banquete del alba danzante,
postre de la imaginación inquieta,
sed de una pecera comprendida en el aire.

El bosque bosteza en primavera
pero libera en otoño su última nota;
en verano, escucha;
y hay más días de abril,
y más noches de marzo;
y en invierno comparte su muerte.
Los dos,
como pintores sincronizados,
tenemos el dolor inmaculado y lo saboreamos con pasión.

Esta noche el bosque silba casi mudo
y sus ramas frágiles
te exhiben al ras del límite de mi alcance...

La tierra es apenas oscura
y las hojas se han revestido de blanco,
ha pasado ya tiempo desde el argumento libre del verano,
la cruz se impregna en la naturaleza
y el verde suena discreto
como un venir más lejos.

Ya no puedo ver como naces
porque mi vista se adelgaza practicando latidos;
el frío métrico enumera las margaritas, las ventanas, las verdades
y así, se descuenta la posibilidad de ensangrentar el suelo vivo.

Ya no estoy aquí
porque algún modo de existo ha desaparecido;
el viento recoge mi corazón debilitado y transparente,
coloreado de respiros nuevos,
contigo se va mi alma que memoriza tu vida justo antes de morir.


Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, 18 de abril de 2008

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