martes, 18 de noviembre de 2008

"La reina en su lugar"


Diferenciada por sus pasillos estrechos y acogedores,
a las 2 de la mañana,
silenciosa e inquieta como tímido potro,
sin rubores,
te despertaba con el túnel de sus pechos,
entre otros.
Los montes apoyándose en la ventana,
uno tomando el papel de horizonte,
así la energía regresaba cada mañana,
te iluminaba como el sol
cuando perfora los ojos.

Luz lunar que descansa en sus curvas porcelánicas,
sombra intermitente, arrulladora espalda;
sobre mí,
sobre mí,
nacen láminas,
y se mezclan con las suaves texturas de sus extremidades
en una dinámica romántica, en una cascada de piel.

Enormes ventanales que posibilitan a los árboles
respirar nuestras acciones;
luna natural a través de las artificiales,
tus manos aferrándose a las persianas
y mis manos,
cogiendo tus piernas esculturales.
¡Qué obra de arte es entallarte!
¡Qué adictivo es tu ritmo variable!

Cada parcela tuya,
cada flor de pezón,
es constante;
mi boca que riega tus rincones con besos,
mi lengua que se mueve intentando detener tu diluvio
sin ayuda más que la fluidez del motivo,
sin soporte más que el de tu exquisita carne.
Vas sobre el primer crepúsculo
y yo tomo tus años escondidos,
te muevo hacia mí,
te empujo hacia mí,
te formo con las manos como un artesano emocionado,
como un ser humano, te edifico,
para poder subirte entera, formo el cielo con tus brazos
y para descubrirte entre ese millón de besos,
deshojo las noches con el viento prófugo.

En la esencia de la cama están los sueños,
reposando sobre la almohada están tus cabellos,
y sobre ellos,
mi respiración,
en mis pulmones se perpetúa tu aroma;
del aire se asoma la luz y el vapor,
el perfume meciéndose en la habitación
pincela sobre mi cuerpo trazos de tu sudor;
tu cuerpo crucificado no sangra,
es otro líquido el que doblega tu voz.
Todo tu cuerpo arde y llueve,
toda sensación retumba,
mi cuerpo te habita encontrando un mignamigra
y pienso que te querré como la más linda excepción;
es del amor, la cuna,
es el jardín del placer, tu figura expandida, mujer de vitruvio.

Te alcancé cuando jugamos a las escondidas,
con las sábanas blancas descubrimos los mejores refugios,
cada lugar del hogar fue un buen escondite
y cada conocimiento de tu cuerpo era una puerta para la vida.
Las llaves las tomaba de noche,
tú me esperabas preparando la comida…

Dejaste mis escaleras marcadas con flechas de dirección,
la entrada de la casa con signos de interrogación;
me tomó mucho tiempo aprender que eso era lo cierto,
que las aventuras se realizan en el terreno del hogar,
que no es necesario salir para hacer travesuras,
que las locuras de nosotros solo a nosotros nos funcionaría,
que nuestro amor era verdadero y sin exagerar, una fantasía.

A la luz del alba,
al morir del día,
al despertar de la madrugada,
a cada momento tu rostro forjaba dulzura,
un mágico encadenamiento que me es difícil comprender,
solo ángel podría decirte
y diosa, pecando, tocarte.

Aún recuerdo tus ojos almendrados por el despertar,
tu cabello desordenado,
tu pijama rosado y fucsia,
natural e indefensa,
frágil e incitante,
deliciosa… como debe ser una mujer después de amar;
me dabas las trayectorias con la mirada,
media dormida hacías una jugada de ajedrez,
yo me encargaba de impedir un jaque mate
y tú, de disfrutar cómo perdía mis peones.
En tu magia eras constante.

Y creo que algo así éramos los dos.
Manteníamos las piezas más importantes.

Un día tuve que rendirme.
Un día te tuve...


Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, 18 de noviembre de 2008

1 comentario:

Anónimo dijo...

gracias por ser quien eres, y gracias por ser como eres... mas d 8 besos esta vz...