viernes, 21 de noviembre de 2008

Don Romulito


Nunca tuve la oportunidad de conversar con Don Romulito. Además, creo que hubiese sido imposible mantener un diálogo, teniendo el viejito serios problemas de audición y siendo hombre de pocas palabras. Nunca sabré qué sentía cuando oía:

-¿Quién estaba tocando la puerta, María?
-No, señora, no era nadie. Era el viejito de las losetas.

Desde joven, trabajó colocando mayólicas. Hacía esto con perfección. Así, lo conocí. Muchas veces, le quedaban debiendo el dinero del trabajo, y tenía que ir a las casas para cobrar hasta que le pagasen. A veces, le faltaba la plata para pasajes y no era raro para él caminar varios kilómetros para oír que "no era nadie", que era él nada más. Quizá haya dicho en reflexión tácita: "Tiene razón, no soy nadie, sólo un anciano de ochenta y cinco años con un cáncer en la próstata, un viejo pobre que quiere su dinero ahora para la comida de mañana". Kilómetros más y a dormir, cansado.

Hace poco tiempo, murió. Murió sin dramas ni penas, dejándole a la tía Gaudencia una pensión de 300 soles y ningún hijo. Murió con el temple con que el hombre materialista dejaría una oficina de la Reniec al ser informado de que faltaba un dato para su D.N.I.. Murió corvado, con pocos dientes y con menos soles en el bolsillo. Decidí escribirle estas líneas luego de que algún postmoderno un poco ajeno a las cosas me dijera que Salvador Dalí era un pintor conmovente.

Es que Don Romulito, además de colocar losetas y mayólicas, también fue albañil, llenador de techo y pintor.

José Vargas Bazán

Rio, 2006.

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