viernes, 31 de octubre de 2008

Ríos y gotas


Tantos años que se notan en la voz de este semi-muerto;
mediodía del grial,
tantas noches que no se ven partir a la tumba;
la garganta que muere en soledad con las puertas abiertas.

He visto nacer el silencio en mi cuartito a la luz de la luna,
en mi nueva escoba, en mi taza de té o de cocoa;
culmina el sonido de la calle en el agujero de mi ventana,
en el frío de mis manos temblorosas y mis piernas delgadas,
estoy perdiendo las arrugas
y delineando el proceso de fallecer,
así de viejo estoy, como una sombra en 3D.

Ya mis labios se encojen contra la lengua,
ya mis venas quieren hacer nudo de hiel.

Porque he visto nacer a varias criaturas y aún
nadie me ha visto morir.
Sé que me falta aprender a moldear el barro de mi alma
y saber cómo contarle a mis nietos lo que va a suceder.
Pero son tan inocentes y tan preguntones;
no quiero que vean mis ojos mirar al cielo cuando sé que a otro lado me iré.

Mi cerebro engendra ideas oscuras conmigo, asuntos de difuntos,
luego descansa al contar las posibles cuatro velas.

Quiero inmovilizarme con un cuchillo,
colocar los dedos manchados de sangre contra la pared para darle ánimo a mi cuartito.

Quiero ver a mis nietos; pero me duelen mucho los pies,
estoy muy cansado de convivir con los parques y cruzar las pistas con baches.
Mi hijo ya no los trae con su abuelo como lo hacía 6 años atrás.
Anita recuerdo, solía jugar con sus muñecas junto a mis pies,
yo en el sillón me sentaba mientras Sebastián dibujaba tortu-ninjas al pie del pequeño televisor.
Son las noches que me gusta recordar.

Crucé rápidamente por el parque municipal, solo me pasaron 6 personas esta vez;
abrigado, bajo mi camisa blanca un bividí del mismo color,
sobre ella una elegante chompa celeste,
mi boina marrón, el pantalón beige
y los zapatos negros bien lustrados
con unas medias grises con rombos magenta cosidos sutilmente,
a las 3 de la tarde cuando hay menos gente,
necesitado de afecto, crucé el parque a visitar a mis nietos.
Esa noche pude contarles un cuento como antes, los cuentos de Nino,
esta vez me hicieron menos caso que antes; pero no es lo importante,
les pude contar que su abuelito se iría de viaje
y que en la noche siguiente estaría en una nave rodeada de flores,
feliz de haber estado con ellos leyendo.

Volví a mi cuartito.

Mis comienzon se acomodaron al final,
he arrastrado las evocaciones con el castigo apagado,
la risa de mi hijo cuando lo lanzaba sobre mi cabeza con tan solo 4 cabellos blancos,
la mirada de mi esposa, el cereal sobre la mesa, el desayuno de los 3;
ha pasado mucho tiempo desde entonces
y el castigo se ha encendido
y ha colocado el dolor en desarrollo, sin perdonar los años.

¡A tan poco de la muerte, la inevitable medianoche!

Todo a cambiado, mi hijo me ha olvidado,
mi esposa me ha dejado la cocina vacía,
mi alimento ahora está en el cielo, he cogido su rosario.
No soportaría llorar la espalda de mis nietos
por eso he abierto mis muñecas con un cuchillo afilado,
no hay juegos para mí,
solo una creación que se ha sacrificado.
Mientras me desangro soy más devoto que nunca
porque sé adonde van los viejos como yo,
caen al suelo lágrimas y sangre:
gotas por mis nietos
ríos por mi voz.

Porque hay juegos de recreación y juegos de soldado.
Porque hay luchas que no las ganaré yo,
por eso hoy me derramo,
por eso hoy he luchado contra el tiempo, contra el hospital del siempre.


Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, 31 de octubre de 2008

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