Señora, gracias.
Me pongo a disfrutar las líneas de su espalda,
con la mirada,
con la camisa desabotonada,
con la paciencia que tiene un escultor principiante,
la contemplo en el renacer de su paisaje.
Y la imagino con zapatos de taco 9,
con una blusa blanca transparente,
con una mini ajustada, una bufanda violeta y un impredescible brassiere.
Pero sé que no es cierto
porque doy fe de su desnudo infiel y de lo que no veo,
que nos abrazaríamos si existiesen años justos en incendio.
Existen ciertos rincones que destroza con su cuerpo delicioso,
con la idea mía de sus areolas en el crepúsculo,
con sus senos asesinos en la aurora, ocultos en el bosque de las uvas, esperando respirar,
esperando la noche del exceso, del vino embriagador;
quizás es el viaje imaginario que dan mis manos a sus pechos
que descuartizan mi aburrimiento y que reemplazan el permiso con el contacto,
con un delicado beso.
Y me pongo a disfrutar las sombras de su espalda,
acompañándola,
saboreándola,
camuflándome sobre el resumen de su fragancia;
es un perfume cómplice,
una nueva sábana.
Nadie nos ve e interrumpo mi apetito porque es mayor usted...
Pero aún llevo conmigo su cuerpo incompleto,
una fotografía como telaraña,
deseo perfecto, sin pasado;
de usted me gustaría saberlo,
sus primaveras,
su agua, su fuego,
las líneas de su espalda y mi hasta luego.
¡Cómo me enseña a sufrir usted!
¡Cómo me enseña a sufrir usted!
Oscar E. Donayre Gonzales
Lima, 23 de octubre de 2008
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