lunes, 8 de diciembre de 2008

Perú campeón


Creo que, en lo que uno escribe, hay siempre dos pulsiones, una de vida y otra de muerte, para usar la jerga psicoanalítica. Hay una parte de afirmación de uno y una contraparte de negación de los otros. El alma creadora no puede vivir solamente en el ataque o solamente en la defensa. En el vértigo del vaivén continuo entre el campo de batalla nuestro y el campo enemigo, se hacen los sentimientos importantes, aquellos que, cuando encuentran la genialidad artística, se perennizan y son parteros de las obras inmortales.


La burguesía, una clase decadente, sin élan, una clase inanimada, se estableció, luego de su fugaz éxito y apogeo en el siglo XIX (modernista y liberal), en el puerto seguro de la inacción, de la ausencia de movimiento, de la proximidad a la nada. Al modernismo charlatán y romántico, siguió el postmodernismo, nihilista, decadentista, frívolo, síntoma de la irreversible enfermedad mortal del capitalismo y de sus fautores, convertidos ya en apóstatas del progreso.


Comencé a escribir, por una parte, negando a ese funesto imperio del nihilismo postmoderno. Nunca me pareció demasiado casual una literatura burra, silenciosa y apolítica en un país que pasaba por la dictadura fujimontesinista. Desmenuzar alegremente los libros de Kundera, glosar a los existencialistas ligeros y lejanos, mientras el Perú se movía al son nefando del ritmo del Chino, Montesinos y Bari Hermoza Ríos. Contra eso, reaccioné naturalmente, con la naturalidad y necesidad de quien respira.


Por otra parte, llegué al materialismo. No podría estar solamente negando, pues era necesario también afirmar. En el materialismo dialéctico, encontré respuestas que la anquilosada escolástica moderna no me iba a dar. Mi reacción contra los nihilistas hubiera derivado también, seguramente, en un espasmo infértil, en una contracción femenil de espanto, no fuese la solidez de las ideas que, poco a poco, fui comenzando a conocer. Valgan las palabras de Bernard Shaw, "Marx hizo de mí un hombre".


Finalmente, diré que es justo no ser materialista. No dudo que alguien, sinceramente, no comparta el materialismo dialéctico e histórico. Desconfiaré siempre, sin embargo, de aquellos que, so pretexto de la libertad del artista, dan las espaldas a la realidad, negándola o suponiéndose superiores y anteriores a ésta.


José Vargas Bazán

Rio de Janeiro, diciembre de 2008.

No hay comentarios: