sábado, 15 de marzo de 2008

Los cóndores: las influencias del shingo

Pocas cosas son tan insoportables como las declaraciones falsas de escritores sobre sus influencias. No es raro oírlos decir que a los tres años descubrieron a Sartre y Camus, a los cuatro a Dante y Petrarca, pues a los cinco ya eran hábiles críticos de Horacio, Sócrates y Descartes. Nos hablan también de la influencia decisiva que tuvo en ellos la filosofía china, la poesía japonesa, el tantra, los evangelios en aramaico, los poetas vernaculares catalanes del siglo XII. Esto sin contar el aporte indispensable de los barrocos nórdicos, las pinturas de Picasso y la música de Mozart, Vivaldi y Verdi.

Yo no les voy a mentir. Todos mentimos algunas veces, pero la mentira tiene que tener un fin, ser táctica, estratégica. No veo cuál sería la utilidad de negar mis influencias verdaderas o inventar influencias falsas. Al contrario, tiene que haber limpieza, claridad en la escrita y lo que la envuelva. Es una de las exigencias del método realista, apoyado firme en el materialismo filosófico. Aquí, les menciono mis primeras influencias, limitándome únicamente a los libros, pues, claro, las cosas más influyentes seguramente me han venido de la vida.

Nunca fui un lector voraz, como otros dicen serlo. Leía mucho lo que me interesaba mucho. Recuerdo que aprendí a leer en mi casa, gracias a mi mamá, y no en el jardín. No me acuerdo del nombre del libro que utilicé para aprender a leer, pero era una pequeña historia sobre un granjero y sus animales. Esto debió de pasar cuando yo tenía cinco años, más o menos, y es la memoria más lejana que tengo de mis lecturas.

Después, leí los libros obligatorios del colegio. Recuerdo que había un libro específicamente para lecturas, de la Editorial Santillana. Además, leía a veces el DT, el suplemento deportivo de El Comercio, pues mi hermano lo leía bastante y yo me interesé por eso. Durante esos años, de los cinco a los diez, sólo recuerdo haber leído completa una obra, que fue una de las más marcantes para mí: El Hombre que calculaba. Es un libro escrito por un profesor brasilero de matemáticas, que escribía bajo el seudónimo de Malba Tahan. Pero en aquella época, yo no sabía de quién se trataba. Fue una lectura genial, que mezclaba interesantísimos problemas de matemáticas con el estilo de vida particular que tienen los árabes musulmanes.

Otras obras que leí antes de los 14 años y recuerdo son Corazón, de Edmundo de Amicis, y varias de Julio Verne. Con Corazón seguramente me identifiqué por tratarse de la historia de un niño que deja de ver a su madre. Y Julio Verne fue simplemente genial, divertido, ágil, interesante.

Después, vino el marxismo, el leninismo, el maoísmo, el Amauta, los grandes poetas brasileros del modernismo, César Vallejo y tal. Eso es cierto. Con ellos, aprendí sobre todo lo que era la poesía, el materialismo, la ciencia misma. Pero eso es ya otra historia. Los libros fundamentales, las piedras angulares, me vinieron más temprano y eran más sencillos.

José Antonio Vargas
Rio, 15 de marzo de 2008.

2 comentarios:

Bicho de Ciudad dijo...

Y cualquier cosa creo que es válida para hacerla exótica cuando es usada de forma personal.
En mi caso, quisiera mencionar mis inicios de lector con esa foto en la que a mis 8 o 9 aparezco con un libro de regalo en mano. Pero yo no leí un libro entero hasta un par de años después.
Mi papá me prometió 10 soles (toda una fortuna) por leer Mi planta naranja lima. Y luego mi mamá me daría 15 por Tiempos difíciles. Luego de eso dejé de leer porque ya no querían darme dinero de esa forma. Faltaría tiempo aún para que me de cuenta de lo que no estaba haciendo.
Digamos que los caballos no esuchan la bocina de partida al mismo tiempo. No todos escuchan la misma bocina, inclusive.

Asociación de poetas circunstanciales dijo...

Creo que los caballos todavía no han escuchado la bocina. Cuando la escuchen, se va a venir el tiempo nuevo, como huestes arrasadoras, como hordas tamerlánicas que tomarán por asalto el cielo, sorprendiendo al desprevinido, contradiciendo al confiante, quebrando las propias cadenas y amarras.