viernes, 6 de junio de 2008

Alejandro Romualdo muerto

"Aquí descansa su rueda pálida,
la que hacía girar sencillamente bajo sus pies como
un planeta o una ola."
A. Romualdo. Responso por un payaso negro.


Todos los poetas
se van
trágicamente,
desoldamente,
algunos se han ido
suspirando,
otros se murieron
en duelos
y hubo también
los que no se murieron
ni suspirando,
ni en duelos,
nunca amaron
y tenían el profundo
temor de dios.
Estos últimos,
quiero decir,
los que han escrito
los poemas definitivos,
se van simplemente,
sin grandes amores cantados,
sin macabros suspensos inventados,
quietos, ya sin habla,
en un cajón de Finisterre.

Mientras tanto,
nada puede cambiar
la ventajosa rutina
de la vida en Rio de Janeiro,
menos aún cuando hacía
un calor de 30 grados
y el equipo local había
pasado a las semifinales.

¿Cómo podría hacerlo
el deceso de un poeta
trujillano que le escribió
a Tupaq Amaru?
O, dicho de otra manera,
¿cómo caray uno se entristece
si se ha muerto un escriba
anciano?

En el bar portugués,
junto a todas las musas
volátiles y los sándwiches dobles
de pollo,
mi café,
sin embargo,
estuvo sin el palpite,
la ondulación,
la gracia de la espuma
que le surgía al contacto
y el vaivén de la cuchara.

Esa tarde,
cómo será la vida,
mi café también estaba muerto.

José A. Vargas Bazán.
Rio, junio de 2008.

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