viernes, 31 de octubre de 2008

El último tango en Ichocán


Me guardo a la cama
temprano desde hace algún tiempo,
la vida no me incomoda particularmente,
es decir,
no me gusta mucho ni me disgusta tanto,
la próstata quizá me mate,
camino dos cuadras al día hasta el parque
a sentarme y apoyar mi quijada sobre mi bastón,
los niños a veces me saludan y a veces
solamente patean su pelota o discurren sobre un mundo inexistente,
no soy pensionista y vivo del dinero
de mis hijos,
dependo de esta mendicidad relativa,
una vez me quebré una pierna,
estaba postrado durante unos meses,
el médico me había dado por desahuciado
y, mientras tanto, yo escuchaba a diario
mis huaynos en la radio, me afeitaba con una navaja
como debe hacerlo un hombre que se digne,
tomo café, eso sí, demasiado café,
no obstante una úlcera mal cicatrizada casi me llevase
un invierno en Matara,
con mi sombrero espanto a las moscas,
me han dicho que en las madrugadas sueño
y hablo blasfemando contra el Taita,
cierta tarde, niño, me quedé huérfano
de padre y madre, en Chancay,
aprendí rápido el trabajo del campo,
no es difícil romperse el cuerpo de sol a sol,
me gustaba la jora, la coca, la mujer del campo,
me gustó también cuando Velasco botó a los hacendados como a perros,
ya no tengo fuerzas para el carnaval,
mal consigo ver mis propias manos,
por último, este asunto del nombre,
me llamo José, como muchos por aquellos cantos,
que vinieron, fueron y seguirá el destino mandando.

José A. Vargas Bazán.
Rio, octubre de 2008.

1 comentario:

Anónimo dijo...

hey qu
é hace mi foto por ahí??la Ichocán